¡SABINA,MENTIROSO!
QUICOPURRIÑOS
Una y mil veces la he leído y una y mil veces la he cantado. Soy de los que creen que en la letra de cada canción hay un mensaje, que cuenta algo de su autor, real y algo soñado, deseado o querido. Cierto que las musas influyen en el resultado, pero las musas solo son responsables de una parte de la letra, aquella referida a lo intuitivo, a lo creativo, a lo subjetivo. La otra parte del cerebro, la del hemisferio izquierdo, esa es la que administra lo relativo a la lógica, a lo analítico, a lo matemático y está presente en el resto de la letra.
Sí, una y mil
veces he oído la canción y ahora me doy cuenta de que los años han pasado. Y
han transcurrido porque, cuando la escuché, años atrás, por primera vez la oí
de principio a fin por mi parietal derecho, y claro, me la creí toda. Hoy, con
la mesura que te dan los años o simplemente por el mero hecho de aceptar la realidad, lo
evidente, me doy cuenta de que mi querido Sabina no es más que un mentiroso,
que canta y compone bien, que trasmite ilusiones, verdad, pero un mentiroso al
fin y al cabo. Como no me gusta hablar sin pruebas, tengo delante la letra de
su tema titulado “Y nos dieron las diez”, escrita en el año 1992 e incluida en
su álbum “Física y Química”, luego mis observaciones sobre los hemisferios
cerebrales parece que también los tuvo en cuenta Don Joaquín cuando escribió la
de la que hablo y constato, una vez más, lo siguiente: Que, desde “Fue en un pueblo
con mar, una noche después de un concierto, hasta “yo quería dormir contigo y
tú no querías dormir sola”, la letra, la composición es razonable, lógica,
creíble, analítica y hasta descriptiva, luego matemáticamente demostrable y
asumible. A partir de “Y nos dieron las diez y las once”…la cosa empieza a
cambiar y es cuando entra en juego el hemisferio derecho del cerebro, que lo
puedes soñar, pero lo de que sea verdad ya es otra cosa. Decía que la primera
vez que la escuché casi la sigo al pie de la letra, pero ahora, que han pasado
más de 31 años, la cosa cambia y es cuando te digo, respetado Sabina, que, por
mucho que en la original le pusieras ritmo a lo Chavela Vargas, puede que hoy
llegara, con alguna que otra ayuda farmacológica teñida de azul, a las once, pero, a las doce,
a la una, a las dos y a las tres…”¡ni de coña!”, que desnudo y muerto al
amanecer me encontraría La Luna, seguro, en eso sí estamos de acuerdo. Y ya no
te cuento si la pretendiera, escuchar, interpretar, representar o escenificar a
ritmo flamenquito, el que le dieras acompañado con la rubia María Jiménez,
entonces no pasaría de las diez.
Aún así, sigo siendo un ferviente admirador de ese poeta que pongamos habla de
Madrid, de ese pirata cojo, de ese compositor que nombra al portero del Casino
de Torrelodones, del que vive en el número 7 de la calle Melancolía, haya o no
mucha, mucha policía, en suma de ese que tanto y tan bueno nos ha hecho soñar y
... pensar.
Y pese a lo dicho, también es verdad
que el pasado viernes 13 de mayo, rodeado de amigos, familia y profesores, al
compás de la guitarra de Emilio Cedrés y al piano de Agustín, nos dieron las
diez y las once y las doce y la una y las dos y las tres y cantando al amanecer
nos despidió “La Bruma”.
quicopurriños
A Don Joaquín Sabina
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