AMIGOS DE CUATRO PATAS
A uno le da por escribir de gente del barrio. De los que te
rodean y de los que aprecias .Y entonces te acuerdas de los amigos, de los
conocidos o de los personajes que pululan por la calle y ves a diario. Y los
nombras con afecto y los recuerdas con cariño y con respeto.
Pero es que afecto, respeto y cariño, me transmiten también especialmente dos animales, de cuatro patas, que voy a nombrar: Pipa y Suri, o Suri y Pipa. Estos dos perrunos, son unos entrañables caninos que te sorprenden cada día. Parece que no, pero te conocen, vamos que sí te conocen. Ambos vienen a la terraza mañanera, donde tomo café con sus dueños, que igualmente se sientan en mi mesa o en la de al lado. Pero es que lo primero que hacen los “gua gua”, es acercarse a donde estoy sentado para saludarme, moviendo alegremente sus rabos y mirándome con sus ojos brillantes para sentarse a mi lado, después de haber dado cuatro vueltas sobre sí mismas, las dos son hembras. Un perro ha de dar vueltas antes de sentarse, mínimo tres o cuatro. Y luego, no se van hasta que les hago una acaricia, hasta que le dé un mimo descansando sus cabezas sobre mi rodilla, las muy mimosas. Y así, cada día. Un día y otro también, pidiendo cariño y, de paso, una loncha de jamó o queso, las muy glotones.
Suri. Suri ya es
mayor. Los cuartos traseros ya no los lleva con el brío de antes, pero sigue
saliendo a la calle, igual de mimosa, igual de cariñosa, igual de tierna. El
año pasado, sus dueños viajaron a Asturias durante dos semanas. Y me dijeron
que buscaban un albergue o un Hotel para perros donde dejarla. ¿Cómo? Les dije.
Ni hablar, Suri se queda en mi casa. Y así fue. La primera hora la dedicó la
cuatro patas, esa hembra canina, a reconocer el territorio, habitación por
habitación de la casa y a la terraza incluída. Al rato ya estaba familiarizada
con el entorno. Cada día la sacaba de paseo y hacías sus necesidades en la
calle. Jamás en casa. Y se acurrucaba a mí mientras veía la televisión. Yo creo
que la perra también seguía el partido de futbol, pero claro, eso no me lo decía.
Pero me miraba y cuando metían un gol en la pantalla movía su rabo alegremente.
¿Porqué sería?
A la vuelta de las
vacaciones, mis vecinos me llamaron para recoger a Suri. Mi mujer fue al punto
de encuentro para hacer la entrega. Y Suri se plantó, con sus cuatro patas
sobre la acera, y no se quería ir. Tiraban sus dueños de la correa y que no,
que no que no. Que Suri, quería volver a mi casa mirando de soslayo a sus
dueños. Traidora Suri, hacia los que te
han alimentado más de doce años y en quince días les pones los cuernos. Ingrata
canina.
La anécdota la
recuerdo con cariño y se la nombro a veces a su dueño, a mi amigo Alfonso, cuando
coincidimos tomando café.
Pipa. Pipa pesa 45
kilos. Está un poco llenita y ahora está a dieta. Pero es que antes, cada vez
que su dueña tomaba una pulguita catalana, la mitad se la tragaba Pipa. A Pipa
la conocí, recién nacida. La tenían sentada sobre una mesa de una terraza, en
el Bar Alazán y apenas pesaría un kilo. Pequeñita sí, pero con unos ojos
brillantes que ya te miraban con ternura. Desde entonces hasta hoy, mantiene esa entrañable mirada, ese
afecto, esa cercanía, ese mimo. Porque Pipa es mi amiga y como tal, me vea
donde me vea, se acerca a saludarme, como tiene que ser.
Benditas cuatro
patas son Pipa y Suri, Suri y Pipa.-
A ellas, a esas bonitas cuatro patas va
dedicado este cuentito, para que lo lean con el mismo afecto y con el mismo
cariño, que ellas me transmiten cada día.
Noviembre de 2020
Quicopurriños
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