PRÓLOGO a Limosna
POR ISIDRO SANTANA LEÓN
Una vez más,
emana del pensamiento de Víctor Ra-mírez un cúmulo de reflexiones iluminadoras,
dis-puestas para avivar en los lectores el auto-debate y la interrogación. “La limosna de Perico”: sugerente fi-guración
no tan difícil de interpretar, ya que la situa-ción colonial en que subviven
los naturales de Cana-rias es de carencia hasta espiritual.
Dentro de este sistema de sometimiento, no sólo el pueblo
originario de las islas deambula mendican-te, sino que a este se le ha
convertido en irracional, extranjero en su propia tierra y en pasivo
contempla-dor del expolio de sus recursos y la degradación de su medio; por
mencionar algunas de las “fructificacio-nes” del coloniaje español en nuestro
país.
Pues para revelar esta foto (que muchos no lo-gran ver, otros no
quieren y una minoría lo impide), siempre está oportuna la maquinaria creativa
de nuestro autor. Concretamente, esa creatividad litera-ria canaria –y por ende
universal– tan esencial en es-tos tiempos de total alienación y atoletamiento,
que ha situado a nuestra gente en la pusilaminidad y es-quizofrenia más
absoluta causada por el nacionalis-mo imposicionista español.
Sabores hay
para satisfacer todos los gustos, tanto como elementos que consumen sin
degustar sino por imperativo del marketing. Pero es la obra de Víctor Ra-mírez
una demanda histórica, o la que sempiterna-mente estuvo ausente en la
literatura de nuestra colo-nizada nación (en nuestra literatura nacional ca-naria, por mucho que a algunos no les guste
la defini-ción): precisamente por esa situación de arbitrariedad y dominación
extranjera (española).
Aunque panegirista aparente, no quiero con el presente juicio
idolatrar al compatriota Víctor Ramírez; (pues no tengo ídolos ni dioses a quienes
rendirles cuentas y sí un objetivo que le da lógica a mi existen-cia, como es
el compromiso para el logro de la inde-pendencia y soberanía de mi patria),
pero inexora-blemente se presenta útil, trascendental, su libertaria obra, a la
que -además de considerar- hay que ayu-dar a difundir: por coherencia, por
justicia y hasta por decencia.
Es incuestionable la luz que ha derramado su antológica obra, la
cual ha posibilitado ver buena par-te de este penumbroso y lugubresco gran
episodio de inclemencia colonial. (Creo que es de rigor hacerle el merecido
reconocimiento a nuestro indómito creador).
Decir de
este escritor nuestro que es un gran narra-dor, es decir perogrullada –para los
que afortunada-mente lo leemos. De todos es sabido su exquisitez con la pluma,
su particular estilo, sus técnicas y tablas li-teratas. (Que más quisieran el
sistema ocupacionista español y sus limosneros esbirros en la colonia que
nuestro autor se quedara sólo en eso).
Pero detrás de esa elegante forma de componer los textos, existe
irremediable e inmutablemente arrai-gada la filosofía. Su pensamiento, que
plasmado en grafía u oralidad denuncia y desnuda incansable, im-placable y gallardamente, el abusivo poderío del
im-perialismo borbónico español, quien empurra la volun-tad del pueblo al que
él pertenece y lo sitúa en la ani-malización más abyecta. (Estoy convencido,
como él dice, de que lo arrastra la compasión con los injusti-ciados).
La denuncia
de la inaceptable situación que nos a-borda, la legítima exigencia de la libertad
–de la in-dependencia de nuestra patria–, es aún más desga-rradora directa e
inteligible, en sus reflexiones y artí-culos. (Por lo menos para mi modesta
opinión).
En algunas ocasiones que ha salido a colación la pluma de Víctor
Ramírez, las sinuosas valoraciones de algunos son: “Víctor Ramírez es un gran
escritor “pero”… su forma de decir
las cosas son muy duras, son muy atrevidas, son muy peligrosas…”
Y yo me pregunto: ¿No es dura la situación colo-nial que
padecemos?, ¿no es peor que el atrevimiento de nuestro autor tener a nuestro
pueblo bajo la bota de este tiránico régimen y con la intimidación de la fuerza
de las armas?, ¿y no es un peligro vivir limos-neramente, merced de las migajas
europeas donde medran los esbirros de ultramar, en detrimento de nuestra
vertebración nacional, del desarrollo de nues-tra economía, del alcance de
nuestra emancipación como colectivo igual a otros colectivos libres del mun-do?
Yo lo llamaría honestidad, decoro, coherencia…, es más: se
debiera estarle agradecido por ser uno de los pocos guanches que continúan
alzados y dando la cara en esta putrefacta sociedad colonial, mientras o-tros
sólo juguetean, amagan, farolean, o se jactan de “soberanistas”.
¿Por qué hay que negar la cruda realidad?, ¿por qué hay que cerrar
los ojos e inhibirse en la cobar-día?, ¿acaso es esa actitud más ejemplar, más
deco-rosa, más humana? ¿Ver a tu familia, a tu pueblo, a tu patria,
sorroballada y prostituida por los intereses foráneos merced del colonialismo
español, por el abu-sivo poderío que ejerce sobre nuestra nación; y sobre todo,
para cebar su hacienda metropolitana?
¿Cómo se puede ser tan hipócrita de pedir la li-bertad de ajenas
madres patrias, cuando tu madre es violada sistemáticamente ante tu presencia,
indolen-cia y aquiescencia? ¡Claro, que así no te enfrentas a tu enemigo, sino
que es tu enemigo –el imperialismo español– quien te da permiso para que te
enfrentes al enemigo de otros, y con ello te evadas de la cercana realidad que
te toca cambiar!
Por desgracia, así es la mayoría de los que dicen “defender” a
nuestro pueblo, donde la responsabili-dad toca más de cerca a los “ilustrados”
e “ilustra-dores”; y Víctor Ramírez, lógicamente, describe situa-ción, perfiles
de nuestra realidad sin tapujos ni eu-femisnos. (Y yo también me sumo a decir
verdades, ¿¡cómo que no!?).
En muchas
ocasiones lo he escuchado de la boca de nuestro compatriota literato: que ha
elegido la sole-dad solidaria. En efecto: he comprobado que ésta la ejerce y
la ha ejercido –conmigo en particular–, no de forma material, sino moral,
anímica...
Gracias a él, que acicateó sobre de mi indecisión de
“colonizado”, pude yo publicar; y me consta que así lo ha hecho y hace con
otros incipientes escritores. Pero allende esto –como él dice–, no deja de
existir la “endofobia”, la envidia, en nuestra malhadada patria. El cainismo es
parte de la personalidad adiestrada del colonizado, que prefiere ver superior a
su amo que a su hermano.
Sé perfectamente que lo han tachado de narci-sista, sé que se
han hecho especulaciones sobre su norte político, que lo han calumniado, que lo
miran con lupa a ver qué fallo pudiera cometer, y hasta se ha lle-gado a
elucubrar sobre sus aspiraciones de obtener el Premio Canarias. Bendito
narcisismo el de este her-mano nuestro: “si todos los narcisismos pululantes en
esta leprosa sociedad canaria fueran tan biófilos co-mo el de él, ya
estuviéramos mirando con libertad a los ojos del mundo. Y si le dan el Premio
Canarias: ¡que lo coja!, ¡aunque sea colonial! ¡Aquí coloniales son hasta los
calzoncillos que nos ponemos! (en quien los use, por su puesto).
Por suerte,
por azar, o por merecimiento, lo nombraron miembro de la Academia Colonial Canaria De La Lengua. Pero
para desgracia de los conjeturadores, su discurso protocolario de entrada en
dicha entidad fue tan contundente como de costumbre. (Entendiendo e-sa
contundencia como erradicación de la autocensura, siempre presente ésta –y
salvando a algunos– en nuestros intelectuales, docentes, profesionales, etc.)
Pues no soslayó él las obligadas referencias y denuncias a la
parasitaria empresa “borbónica”; a los poderes fácticos dominantes; a sus
secuaces de ul-tramar, y demás asuntos que de una u otra manera nos concierne.
Es Víctor Ramírez un personaje sui-géneris; re-ciente de haberle
dado –en el susodicho acto– con un tenique en el hocico al colonialismo
español, se em-prende tan tranquilo con una ranchera de José Al-fredo Jiménez
–su maestro–; pero como siempre le he dicho: las cuerdas de su guitarra
cumpliendo más a-ños que el abuelo “Ignacio Perpetuo”. Se atreve con to-do,
últimamente hasta con la guitarra. (La rebeldía biófila le fluye por instinto
natural).
Aunque se
considere un hombre triste y no entriste-cedor –como en algunas ocasiones se ha
descrito–, yo lo noto una persona feliz; siempre entusiasta, siempre dispuesto
a crear o emprender cosas nuevas. Pues al contrario de quejarse mimosamente –o limosnera-mente–, se siente agradecido a la vida por haberle
dado –según él– más de lo que nunca esperó.
Llegué a preguntarle en una ocasión: “¿Cómo es eso de que te
eligieran o admitieran en la academia colonial, siendo tú un independentista
confeso?”. Él me respondió, “que no sabía ni se lo esperaba; pero visto –y
comparto su criterio– que en este colonizado país los independentistas tenemos
coartada la liber-tad de expresión, desde las prensas privadas hasta las
televisiones públicas, cualquier herramienta o cualquier terrero es bueno para
bregar".
Pues no ha defraudado a nadie. Hasta ahora –que yo sepa–, Víctor
Ramírez no ha rehuido la brega, sino que emburra metiendo el hombro en el pecho
del coloniaje, intentando partirlo pá tras. Continúa hirién-dolo, abriéndole
fisuras en soledad, porque carecemos de organización política y social para
tumbarlo colecti-vamente.
Creo que es demasiado lo que hace, visto lo des-comunal que es
la estructura colonial. (Ojalá toque su fin la endofobia que como mal endémico
contamina a los nuestros, y dé comienzo fraternalmente la cimen-tación de la
soberanía nacional).
Bien sabe él
que su aguja en el compás no pue-de variar porque, si lo hiciera, dejaría de
ser algo tan importante por lo que se caracteriza: por ser uno de los grandes
hombres del pueblo. (Pues, como muchos sabemos, en la mayoría de los casos los
grandes van junto al poder). Y aunque la mimosería intelectual burguesa,
arrastrada y esbirril, acuartelada ella en el parnaso elitista del sistema,
sedienta de premios, re-conocimientos, estatus, dinero, etc., quiera
estigma-tizar a nuestro escritor (como lo han intentado con o-tros
intelectuales independentistas), se han jodido los “culificistas”.
Porque
Víctor Ramírez es más grande que ellos, a pesar del cuartel, rédito y
publicidad con que el sis-tema –sobornadoramente– les calienta la barriga, a
estos mayordomos de la pluma colaboracionista es-pañolera.
Señalan los
intelectuales servilistas canarios que no existe una “literatura canaria”
(Nacional).Uno puede que esté colonizado (no me queda la menor duda, ya que
ésta es la antinatural situación de mi patria), pe-ro que el españolismo a
estos lacayos les ha robado la decencia –si alguna vez la han tenido–, ¡seguro!
Lo que en
realidad no existe es una literatura española. (Si miráramos detenidamente a
España, nos daríamos cuenta de que no pasa de ser una en-telequia amarrada con
tensos hilos a punto de re-ventar; pues no se fraguó ésta por voluntad popular
como un estado –y menos como nación–, sino como u-na estructura monárquica
impuesta sobre la sobera-nía de los diferentes colectivos humanos que la
“com-ponen”, renqueante por las grandes contradicciones y derechos de las
naciones anexionadas ilegítimamen-te).
Si existen,
por el contrario, unas literaturas cata-lana, vasca, andaluza, castellana,
canaria…. Y lo ló-gico es que para estos canarios “perrarios”, intelec-tuales
españolísimos, al carecer ellos de nación, de patria –es decir, de decencia-,
no les quede otra op-ción que agarrarse a la entelequia que los incentiva y
premia, por desorientar y castrar psicológicamente al pueblo a que pertenecen.
Es lógica esa
negación, para los que se nutren del co-lonialismo; pues reconocer una
literatura canaria es reconocer a Canarias como lo que es: ¡Como una Na-ción!
Porque escribir literatura canaria es escribir so-bre la flagrante realidad
colonial –ya que no existe otra– que indecentemente subyuga a nuestra patria
hace más de cinco siglos.
Porque
transmitir una literatura canaria, es tras-mitir e instruir al pueblo –engañado
y estafado per-versamente–, sobre su intrínseco derecho a la liber-tad: a la
independencia. (Publicar aquí otra cosa es decir mentiras u ocultar la verdad).
Pero es
mucho pedirles a quienes, análogamente a los escatófilos, se nutren de los
excrementos colo-nialistas para poder escribir y publicitarse con su a-parato
de propaganda, siempre con fines personales y mezquinos. (Pues no serían ellos
relevantes sin el colonialismo; al fin y al cabo, coexisten simbiótica-mente).
Sí, sí
existe una literatura nacional canaria, que no es precisamente esa mística,
surrealista, ignorantadora, tergiversadora, manipuladora, inoculadora…
utilizada por la intelectualidad “perraria” y lamelona; sino la que ejercen o
practican en aquellas rendijitas –que se pueda colar luz–, arriesgando el medio
de superviven-cia y siendo objeto de sutiles represalias y discretas
persecuciones, hombres honrados, sino la que ejercen hombres insobornables y
solidarios, sí: independen-tistas canarios.
Emanada de su pensamiento, de su sentir, del conocimiento
empírico de la situación opresora, o de-nunciando la realidad que –por
desgracia– le ha to-cado vivir a nuestro pueblo. Pues es de él y de su
con-dición, de donde fluye –irrefutablemente– la literatura canaria que los
abusadores y su escuela de sofistas interesadamente niegan.
¿Qué es
entonces la literatura, aparte de que emane con singularidad de un territorio u
otro? ¿Acaso no es una herramienta de comunicación que sirve para es-tampar los
aconteceres cotidianos: la vida, el pensa-miento, la realidad social…?
¿Acaso no hay en Canarias una realidad vital –además inhumana–
sobre la que escribir? ¿O es que interesa seguir describiendo a Canarias como
el para-íso donde nadie se queja y nunca pasa nada?
Sí, es un instrumento la literatura, incluso un ar-ma, que se
puede emplear para reparar o para des-truir. Y es precisamente, para este
último menester, para lo que la emplea el imperialismo español y sus secuaces
aquí en su colonia: para aniquilar el enten-dimiento, el alma del pueblo
canario.
Es con la utilización de este medio, y con la auto-rización que
para dispararlo libremente tienen los pe-rrarios, como se seguirá diciendo que
no existe lite-ratura nacional canaria –anticolonial–, sino literatura española
colonial y oficializada, y cualquier otra de allende los mares, menos la
canaria.
(De pena es, que en plena era de las comunica-ciones se continúe
diciendo seis siglos después, que los canarios no tenemos alma; y lo peor: es
que sean canarios los que lo dicen).
Son los independentistas los que tienen asumido, sin esquizofrenias,
como un hecho natural sentirse ca-narios y no españoles. (Y recíprocos con
aquellos pue-blos, que lógicamente respeten nuestro diferencial et-nográfico y
nuestro derecho a la independencia y so-beranía).
Evidentemente,
Canarias no es España; pero ade-más España no se sabe lo que es y Canarias si.
Pues a pesar de todo ello, ese artificial “paisoide” o “esta-doide” ha ingerido
por la fuerza en la psiques del pue-blo nativo canario.
Ha tratado de desculturizarlo –a plenitud– de su ancestral modo
de vida, “encivilizándolo” de costum-bres exógenas, que por desgracia, ha
creado una gran confusión y trastorno sobre el entendimiento, en refe-rencia a
su identidad.
De esa distorsión e indefensión en nuestra gente, se ha nutrido
precisamente el imperialismo español y sus testaferros ultramarinos, haciendo
práctico su do-minio y, por ende, la esclavitud del pueblo colonizado y la
sustracción de sus riquezas.
Pero, aún
receloso el poder invasor, no se detiene en su misión colonial, al no creer
resuelto ni acomodado su ocupacionismo con los métodos antes menciona-dos. (Y
la mayoría de las tropelías que no se han di-cho, pero que están anotadas en
nuestra historia: “En nuestra literatura canaria”).
Queda la geografía; y, para nuestra gracia, no se ha inventado
tecnología que pueda remolcar al Archi-piélago Canario hasta el mar
Mediterráneo. (Por lo pronto sólo lo han intentado en los mapas políticos
de-sapareciéndonos de África).
Pero más allá de la ironía, hoy se hace algo si-milar: Destruyen
el singular paisaje del archipiélago, para travestirlo de múltiples y
heterogéneos aspectos foráneos. Si antes desvistieron al guanche –al maúro– de
sus atavíos, hoy desvisten la faz geográfica de nuestra patria. Si antes
intentaron arrancarnos el al-ma, hoy intentan arrancarnos también la piel. Esto
parecerá trivial, pero todo lo que hace España a tra-vés de sus mayordomos en
Canarias, tiene su conse-cuencia nefasta.
Razonábamos
en una ocasión sobre este particular el compatriota Víctor Ramírez y yo. «¡No
puede España vencer a Canarias! ¡Su geografía y localización en el mundo se
imponen!»…
Mira que es bondadosa nuestra madre patria: han sucumbido muchos
de sus hijos, han claudicado muchos de sus hijos, la han traicionado y vendido
muchos de sus hijos. Pero ella, malhadada, lacerada, nos sigue trasmitiendo
entusiasmo y valor para seguir adelante.
Sí, recapacitábamos sobre la influencia que tiene nuestro
paisaje en nuestra esencia. Todo pueblo man-tiene una confidencial e
indescriptible armonía con su entorno, y el canario, ¡por supuesto!:
Nuestro mar, nuestros riscales, nuestros barran-cos, nuestro
clima, nuestros olores, nuestros sonidos, nuestra vegetación… han conformado
nuestra psicolo-gía y personalidad.
En el medio, han quedado incólume nuestros pastores
(pertenecientes estos a las mismas familias de pastores precoloniales),
nuestros labradores, nues-tros artesanos, nuestros hierberos, nuestra
transmi-sión oral, nuestra toponimia, nuestro patrimonio ar-queológico… Todo un
conglomerado etnográfico preco-lonial –particular de nuestra nación– vigente en
la so-ciedad actual, que pasa
inadvertido para la mayoría de los guanches de hoy.... ya que en todos estos
si-glos, la dominación extranjera y católica, no ha podi-do extinguirnos en su
totalidad como han anhelado: ¡Gracias a nuestra patria, que es como si nos
hablara! (Y en realidad nos habla, pero no la escuchamos).
Pues bien:
es este un motivo mayor para el colonia-lismo, por lo que han de erosionar todo
el paisaje; borrando con ello cualquier vestigio de identidad ca-naria, y así
travestir –cual fulana– a nuestra tierra, dispuesta para los deseos lascivos de
todo advene-dizo.
Y lo peor de esas actuaciones, es que desarman nuestra defensa
como grupo humano singular –extin-guiendo nuestra cultura–, para, cuando
perdamos nuestras referencias, dejarnos tal espectro sin lugar donde encajar.
(La dominación colonial es apabu-llante, abusadora; la esclavitud nunca se ha
erradi-cado en el pueblo canario, sencillamente ha mutado).
Si de
consuelo valiera, me gustaría señalar que el co-lonialismo no avanza, que es el
colonizado indolente el que retrocede. Retroceder, inhibirse, acomodarse,
claudicar… no sólo es un acto de cobardía, sino de cri-minalidad: es un acto de
potencial filicidio.
Somos los canarios y canarias actuales los cul-pables de que el
futuro de nuestros hijos sea cierto o incierto. Depende de los canarios
actuales que nues-tros hijos no caigan en manos del depredador o del
esclavista. Depende de los canarios actuales, que nuestras hijas e hijos no
sean victimas de los proxe-netas, de las mafias, de la droga, de la alienación,
del consumismo, de la incultura, del desamparo, de la se-gregación racial (que, aunque parezca exagerado decirlo,
se practica flagrantemente y cada vez con más descaro ante las bembas de
nuestra gente); de su formación y de su derecho a vivir en la tierra que
nuestros abuelos nos han dejado, y que el colonialis-mo español a través de sus
esbirros nos arrebata o nos expulsa de ella.
En conclusión, de prepararle una nación libre más digna que la
que tenemos, para que ellos en me-jores condiciones se la entreguen a sus
hijos, de quien la tenemos prestada: futuro que hay que construir y
materializar con la independencia. Lo contrario, reite-ro, además de
despreciables desidia y egoísmo es un auténtico filicidio.
Sentirse
colonizado es algo en lo que coincido plena-mente con Víctor Ramírez y que
creemos –ambos–, co-mo imprescindible, para curarse de la patología colo-nial.
Evidentemente, el colonialismo ha creado una enfermedad psíquica en el pueblo
canario.
Es totalmente cierto y yo lo llamo “aceptación”; pues en algunas
vicisitudes de mi vida –que no vienen al caso–, tuve que adoptar ésta de forma empírica.
(A-ceptación “que no significa asimilación ni conformis-mo”).
Hay inexorablemente que aceptar la realidad, para convencernos
de que ésta existe. Hay impres-cindiblemente que comprender y aceptar que se
está colonizado si se quiere cambiar el rumbo de la si-tuación. Echo manos de
analogía: Es algo así como la persona que tiene que aceptar su padecer para
cons-cientemente ponerle remedio.
Es de suponer que quien no acepta que padece una enfermedad que
le han diagnosticado nunca lle-gará a sanar; porque la enfermedad no admite la
ne-gación del enfermo y acaba por matarlo. O aquel in-dividuo que desconoce y
no quiere conocer que padece una enfermedad y ésta, obviando su
desconocimien-to, también acaba fulminándolo.
Y por último, a modo de silogismo –si se quiere–, está la
persona que es consciente de que atraviesa u-na patología y decide tratarse;
esa persona probable-mente sobrevivirá. (Es inevitable aceptar que se está
colonizado, para poder liberarse y cambiar el rumbo del destino; pero lógicamente
hay que seguir un tra-tamiento para ese cambio, y este se llama: lucha
anti-colonialista).
Aunque,
desgraciadamente, también existen muchos elementos que se alimentan de esta
enfermedad: Los parásitos cancerígenos. Quienes debieran ser la le-gión de anticuerpos
que incentive a nuestro pueblo –y más directamente a nuestros jóvenes– contra
la pato-logía colonialista, se han convertido –paradójicamen-te–, por el
contrario, en los auxiliadores del dañino vi-rus.
Como rémoras, se han colgado de su lomo de-predador y comen de
la carroña de sus dientes, que son los restos putrefactos de nuestro pueblo. Yo
no le exijo a nadie la misión que debe cumplir. Se accede a la docencia bien
por “vocación” –eco este muy retum-bador en los profesionales–, por
supervivencia, o ex-clusivamente por asegurarse el futuro.
Pero sí demanda y exige la situación social y po-lítica en que
se vive actuar y enseñar en consecuen-cia. El motor dinamizador para cambiar
una situación –cualquier situación– es indiscutiblemente la juventud y más
concretamente la perteneciente al estudianta-do. Sin embargo es ahí,
precisamente, donde se pone la mordaza en el cerebro, donde se ejerce la incons-cienciación,
se aliena e inocula de ignorancia el en-tendimiento: a sabiendas de que si no
hay juventud no hay futuro, de que si no hay juventud reclamante no hay futuro
logrado para la dignificación y el bie-nestar común de los canarios, sino para
el bienestar de las minorías coloniales y caciquiles de siempre.
En muchos escritos, declaraciones, o actos públi-cos que he
presenciado, he escuchado subterfugios y excusas imperdonables para gente que
se dice tan le-trada. Fue en uno muy peculiar, donde como antítesis a la digna
labor de un grupo preocupado por nuestra cultura (que reivindicaba como
imperiosa la necesidad de una enseñanza nacional canaria), se emprende
re-ventador un conocido docente -popular por sus traba-jos televisivos de
cómico junto a otro también docente- alegando:
«Canarias es lo que es, el avance de la civiliza-ción es
imparable, somos cosmopolitas ciudadanos del mundo y vivimos del turismo; pues
las cosas son así porque padre Dios así las quiso». Además de «que ellos –“los
docentes”–, no podían hacer nada al res-pecto sobre los programas de enseñanza,
porque és-tos los elabora la consejería o el ministerio y había que acatarlos».
Ello me pareció ignominioso: el que viniera de gente que se hace
llamar ilustrada y que se dedica a la enseñanza (yo diría –y son palabras de
Víctor Ra-mírez–, al adiestramiento).
Resulta que Canarias no puede tener una ense-ñanza nacional como
la tiene Cataluña, Euskadi, Francia, Cuba, Venezuela, Nigeria etc., porque en
es-tos otros lugares se paró el avance de la “civilización” con su enseñanza.
Los canarios tenemos que asumir la "multiculturalidad" de todas las
nacionalidades que nos ocupan la casa, pero no podemos tener una pro-pia,
porque somos muy “cosmopolitas y hospitala-rios”; además, si defendemos nuestra
identidad por-que ésta flaquea o se extingue, somos unos chovi-nistas y hasta
xenófobos.
Pero, para remate, nuestros docentes no pueden oponerse a los
dictados programáticos del gobierno de turno, o exigir un plan de enseñanza
singular y con-sustancial a nuestros diferenciales, pero sí paralizar la
enseñanza encarándose al sistema y durante el tiempo que haga falta cuando se
trata de pedir mejo-ras salariales u otras prebendas personales.
Yo comprendo
que la gente tiene que comer, que la gente tiene que seguir viviendo, ¡pero con
decen-cia,coño!: ¿O es que esa minoría de enseñantes ho-nestos e insobornables
no tiene estómago…, no tiene vida? ¿Cómo se puede llamar enseñante al que no
enseña sino oculta, al que no aclara sino nubla, al que no motiva sino
anquilosa?
¿Acaso es mentira que existe una situación colo-nial, inhumana,
contra derecho –incluso–, que hay que cambiar en nuestra nación? ¿Sabrán los
docentes canarios, que esta depravada e inclemente situación que pesa sobre
nuestro pueblo sólo e irremisiblemente se puede cambiar y adecentar con la
conscienciación del alumnado y la pugna por la independencia de nuestra
sojuzgada patria? ¡Quizá!
Sí saben ellos sobradamente, (y no me refiero só-lo a los
profesores) cómo ganar dinero acomodaticia-mente y sin arriesgarse, aunque a
sus hijos les es-pere un futuro incertuoso. Lo peor que le puede pasar a un
ente “racional” es estar podrido por la cabeza; e imperdonable es que encima
pudra a los demás.
Yo aprovecho
este prólogo –de forma inusual y con el permiso del autor–, para hacer
llamamiento a los ma-estros honestos, solidarios y –seguramente– solita-rios, a
confluir en criterios para formar un cuerpo do-cente revolucionario, en aras a
dar respuesta a esta infecunda situación colonial. Yo les hago un llama-miento
para que incentiven a nuestro alumnado a con-sumir literatura canaria
–soberanista–, de tantos es-critores nuestros que siguen siendo tabú o
ningune-ados desde la esfera intelectual asimilada, y ausen-tes en los
programas de enseñanza.
No tenemos los canarios por qué buscar fuera los referentes
literarios. No; claro es que no digo que no se lea lo de otro sitio, sino que
se le dé prioridad a nuestros autores que con tantos sacrificios y contra las
sutiles barreras que levanta el sistema impuesto (razón por la que muchos y
buenos han llegado a la frustración, dado que las ayudas económicas para
publicar siempre van a los autocensurados, a los que dicen muy poco o nada de
nuestra verdadera esencia, o a los foráneos ante que a los propios que se
com-portan decentemente), haciendo de tripas corazón han podido publicar
filantrópicamente sus obras, obras que para más canallada, el poder, silencia,
omite o e-lude. Pues, entre todas ellas, tenemos una grandiosa donde poder
alongarnos y vernos interiormente.
Obra ésta original, repleta de contenidos ilumi-nadores; de
asuntos que afectan y competen a nues-tra existencia como pueblo, perteneciente
a una na-ción diferente de la que nos pintan... Obra exenta de mixtificaciones
ignorantadoras, de conceptos indes-criptibles, de retorismos insustanciales, de
conveni-das evasivas…
Obra que, por el contrario, delata la alevosía con que se ha
transmitido la historia hecha por los vence-dores; que desnuda la verdadera
situación de nuestra gente (enmascarada ésta, con apariencia de primer mundo o
mundo “civilizado”); que ayuda a cultivar la conciencia personal y de
pertenencia a una cultura y colectividad singular, (y no como hasta ahora, de
per-tenencia a nada, y con la única meta vital de con-sumir materiales, o como
el animal siempre dispuesto a trabajar o sorroballarse únicamente por la
comida)...
Obra cargada de razones para despertar el inte-rés del alumnado
y seguramente –por identificación–, la que incentivaría el triunfo escolar.
(Tan cacareado y preocupante este fracaso para el sistema colonial, por no
admitir que lo que no sirve son sus banales pro-gramas de enseñanza, o que no
es el número de za-pato que les pertenece a los estudiantes canarios).
Es esta obra en general, que endulza el amargor colonial e
invita a la rebeldía, la de nuestro autor ca-nario Víctor Ramírez.
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