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miércoles, 8 de julio de 2020

PRÓLOGO a Limosna


PRÓLOGO a Limosna
POR ISIDRO SANTANA LEÓN
Una vez más, emana del pensamiento de Víctor Ra-mírez un cúmulo de reflexiones iluminadoras, dis-puestas para avivar en los lectores el auto-debate y la interrogación. “La limosna de Perico”: sugerente fi-guración no tan difícil de interpretar, ya que la situa-ción colonial en que subviven los naturales de Cana-rias es de carencia hasta espiritual.

Dentro de este sistema de sometimiento, no sólo el pueblo originario de las islas deambula mendican-te, sino que a este se le ha convertido en irracional, extranjero en su propia tierra y en pasivo contempla-dor del expolio de sus recursos y la degradación de su medio; por mencionar algunas de las “fructificacio-nes” del coloniaje español en nuestro país.
Pues para revelar esta foto (que muchos no lo-gran ver, otros no quieren y una minoría lo impide), siempre está oportuna la maquinaria creativa de nuestro autor. Concretamente, esa creatividad litera-ria canaria –y por ende universal– tan esencial en es-tos tiempos de total alienación y atoletamiento, que ha situado a nuestra gente en la pusilaminidad y es-quizofrenia más absoluta causada por el nacionalis-mo imposicionista español.

Sabores hay para satisfacer todos los gustos, tanto como elementos que consumen sin degustar sino por imperativo del marketing. Pero es la obra de Víctor Ra-mírez una demanda histórica, o la que sempiterna-mente estuvo ausente en la literatura de nuestra colo-nizada nación (en nuestra literatura nacional ca-naria, por mucho que a algunos no les guste la defini-ción): precisamente por esa situación de arbitrariedad y dominación extranjera (española).
Aunque panegirista aparente, no quiero con el presente juicio idolatrar al compatriota Víctor Ramírez; (pues no tengo ídolos ni dioses a quienes rendirles cuentas y sí un objetivo que le da lógica a mi existen-cia, como es el compromiso para el logro de la inde-pendencia y soberanía de mi patria), pero inexora-blemente se presenta útil, trascendental, su libertaria obra, a la que -además de considerar- hay que ayu-dar a difundir: por coherencia, por justicia y hasta por decencia.
Es incuestionable la luz que ha derramado su antológica obra, la cual ha posibilitado ver buena par-te de este penumbroso y lugubresco gran episodio de inclemencia colonial. (Creo que es de rigor hacerle el merecido reconocimiento a nuestro indómito creador).

Decir de este escritor nuestro que es un gran narra-dor, es decir perogrullada –para los que afortunada-mente lo leemos. De todos es sabido su exquisitez con la pluma, su particular estilo, sus técnicas y tablas li-teratas. (Que más quisieran el sistema ocupacionista español y sus limosneros esbirros en la colonia que nuestro autor se quedara sólo en eso).
Pero detrás de esa elegante forma de componer los textos, existe irremediable e inmutablemente arrai-gada la filosofía. Su pensamiento, que plasmado en grafía u oralidad denuncia y desnuda incansable, im-placable y  gallardamente, el abusivo poderío del im-perialismo borbónico español, quien empurra la volun-tad del pueblo al que él pertenece y lo sitúa en la ani-malización más abyecta. (Estoy convencido, como él dice, de que lo arrastra la compasión con los injusti-ciados).

La denuncia de la inaceptable situación que nos a-borda, la legítima exigencia de la libertad –de la in-dependencia de nuestra patria–, es aún más desga-rradora directa e inteligible, en sus reflexiones y artí-culos. (Por lo menos para mi modesta opinión).
En algunas ocasiones que ha salido a colación la pluma de Víctor Ramírez, las sinuosas valoraciones de algunos son: “Víctor Ramírez es un gran escritor “pero”… su forma de decir las cosas son muy duras, son muy atrevidas, son muy peligrosas…”
Y yo me pregunto: ¿No es dura la situación colo-nial que padecemos?, ¿no es peor que el atrevimiento de nuestro autor tener a nuestro pueblo bajo la bota de este tiránico régimen y con la intimidación de la fuerza de las armas?, ¿y no es un peligro vivir limos-neramente, merced de las migajas europeas donde medran los esbirros de ultramar, en detrimento de nuestra vertebración nacional, del desarrollo de nues-tra economía, del alcance de nuestra emancipación como colectivo igual a otros colectivos libres del mun-do?
Yo lo llamaría honestidad, decoro, coherencia…, es más: se debiera estarle agradecido por ser uno de los pocos guanches que continúan alzados y dando la cara en esta putrefacta sociedad colonial, mientras o-tros sólo juguetean, amagan, farolean, o se jactan de “soberanistas”.
¿Por qué hay que negar la cruda realidad?, ¿por qué hay que cerrar los ojos e inhibirse en la cobar-día?, ¿acaso es esa actitud más ejemplar, más deco-rosa, más humana? ¿Ver a tu familia, a tu pueblo, a tu patria, sorroballada y prostituida por los intereses foráneos merced del colonialismo español, por el abu-sivo poderío que ejerce sobre nuestra nación; y sobre todo, para cebar su hacienda metropolitana?
¿Cómo se puede ser tan hipócrita de pedir la li-bertad de ajenas madres patrias, cuando tu madre es violada sistemáticamente ante tu presencia, indolen-cia y aquiescencia? ¡Claro, que así no te enfrentas a tu enemigo, sino que es tu enemigo –el imperialismo español– quien te da permiso para que te enfrentes al enemigo de otros, y con ello te evadas de la cercana realidad que te toca cambiar!
Por desgracia, así es la mayoría de los que dicen “defender” a nuestro pueblo, donde la responsabili-dad toca más de cerca a los “ilustrados” e “ilustra-dores”; y Víctor Ramírez, lógicamente, describe situa-ción, perfiles de nuestra realidad sin tapujos ni eu-femisnos. (Y yo también me sumo a decir verdades, ¿¡cómo que no!?).

En muchas ocasiones lo he escuchado de la boca de nuestro compatriota literato: que ha elegido la sole-dad solidaria.  En efecto: he comprobado que ésta la ejerce y la ha ejercido –conmigo en particular–, no de forma material, sino moral, anímica...
Gracias a él, que acicateó sobre de mi indecisión de “colonizado”, pude yo publicar; y me consta que así lo ha hecho y hace con otros incipientes escritores. Pero allende esto –como él dice–, no deja de existir la “endofobia”, la envidia, en nuestra malhadada patria. El cainismo es parte de la personalidad adiestrada del colonizado, que prefiere ver superior a su amo que a su hermano.
Sé perfectamente que lo han tachado de narci-sista, sé que se han hecho especulaciones sobre su norte político, que lo han calumniado, que lo miran con lupa a ver qué fallo pudiera cometer, y hasta se ha lle-gado a elucubrar sobre sus aspiraciones de obtener el Premio Canarias. Bendito narcisismo el de este her-mano nuestro: “si todos los narcisismos pululantes en esta leprosa sociedad canaria fueran tan biófilos co-mo el de él, ya estuviéramos mirando con libertad a los ojos del mundo. Y si le dan el Premio Canarias: ¡que lo coja!, ¡aunque sea colonial! ¡Aquí coloniales son hasta los calzoncillos que nos ponemos! (en quien los use, por su puesto).

Por suerte, por azar, o por merecimiento, lo nombraron miembro de la Academia Colonial Canaria De La Lengua. Pero para desgracia de los conjeturadores, su discurso protocolario de entrada en dicha entidad fue tan contundente como de costumbre. (Entendiendo e-sa contundencia como erradicación de la autocensura, siempre presente ésta –y salvando a algunos– en nuestros intelectuales, docentes, profesionales, etc.)
Pues no soslayó él las obligadas referencias y denuncias a la parasitaria empresa “borbónica”; a los poderes fácticos dominantes; a sus secuaces de ul-tramar, y demás asuntos que de una u otra manera nos concierne.
Es Víctor Ramírez un personaje sui-géneris; re-ciente de haberle dado –en el susodicho acto– con un tenique en el hocico al colonialismo español, se em-prende tan tranquilo con una ranchera de José Al-fredo Jiménez –su maestro–; pero como siempre le he dicho: las cuerdas de su guitarra cumpliendo más a-ños que el abuelo “Ignacio Perpetuo”. Se atreve con to-do, últimamente hasta con la guitarra. (La rebeldía biófila le fluye por instinto natural).

Aunque se considere un hombre triste y no entriste-cedor –como en algunas ocasiones se ha descrito–, yo lo noto una persona feliz; siempre entusiasta, siempre dispuesto a crear o emprender cosas nuevas. Pues al contrario de quejarse mimosamente –o limosnera-mente–,  se siente agradecido a la vida por haberle dado –según él– más de lo que nunca esperó.
Llegué a preguntarle en una ocasión: “¿Cómo es eso de que te eligieran o admitieran en la academia colonial, siendo tú un independentista confeso?”. Él me respondió, “que no sabía ni se lo esperaba; pero visto –y comparto su criterio– que en este colonizado país los independentistas tenemos coartada la liber-tad de expresión, desde las prensas privadas hasta las televisiones públicas, cualquier herramienta o cualquier terrero es bueno para bregar".
Pues no ha defraudado a nadie. Hasta ahora –que yo sepa–, Víctor Ramírez no ha rehuido la brega, sino que emburra metiendo el hombro en el pecho del coloniaje, intentando partirlo pá tras. Continúa hirién-dolo, abriéndole fisuras en soledad, porque carecemos de organización política y social para tumbarlo colecti-vamente.

Creo que es demasiado lo que hace, visto lo des-comunal que es la estructura colonial. (Ojalá toque su fin la endofobia que como mal endémico contamina a los nuestros, y dé comienzo fraternalmente la cimen-tación de la soberanía nacional).
Bien sabe él que su aguja en el compás no pue-de variar porque, si lo hiciera, dejaría de ser algo tan importante por lo que se caracteriza: por ser uno de los grandes hombres del pueblo. (Pues, como muchos sabemos, en la mayoría de los casos los grandes van junto al poder). Y aunque la mimosería intelectual burguesa, arrastrada y esbirril, acuartelada ella en el parnaso elitista del sistema, sedienta de premios, re-conocimientos, estatus, dinero, etc., quiera estigma-tizar a nuestro escritor (como lo han intentado con o-tros intelectuales independentistas), se han jodido los “culificistas”.
Porque Víctor Ramírez es más grande que ellos, a pesar del cuartel, rédito y publicidad con que el sis-tema –sobornadoramente– les calienta la barriga, a estos mayordomos de la pluma colaboracionista es-pañolera.

Señalan los intelectuales servilistas canarios que no existe una “literatura canaria” (Nacional).Uno puede que esté colonizado (no me queda la menor duda, ya que ésta es la antinatural situación de mi patria), pe-ro que el españolismo a estos lacayos les ha robado la decencia –si alguna vez la han tenido–, ¡seguro!
Lo que en realidad no existe es una literatura española. (Si miráramos detenidamente a España, nos daríamos cuenta de que no pasa de ser una en-telequia amarrada con tensos hilos a punto de re-ventar; pues no se fraguó ésta por voluntad popular como un estado –y menos como nación–, sino como u-na estructura monárquica impuesta sobre la sobera-nía de los diferentes colectivos humanos que la “com-ponen”, renqueante por las grandes contradicciones y derechos de las naciones anexionadas ilegítimamen-te).
Si existen, por el contrario, unas literaturas cata-lana, vasca, andaluza, castellana, canaria…. Y lo ló-gico es que para estos canarios “perrarios”, intelec-tuales españolísimos, al carecer ellos de nación, de patria –es decir, de decencia-, no les quede otra op-ción que agarrarse a la entelequia que los incentiva y premia, por desorientar y castrar psicológicamente al pueblo a que pertenecen.

Es lógica esa negación, para los que se nutren del co-lonialismo; pues reconocer una literatura canaria es reconocer a Canarias como lo que es: ¡Como una Na-ción! Porque escribir literatura canaria es escribir so-bre la flagrante realidad colonial –ya que no existe otra– que indecentemente subyuga a nuestra patria hace más de cinco siglos.
Porque transmitir una literatura canaria, es tras-mitir e instruir al pueblo –engañado y estafado per-versamente–, sobre su intrínseco derecho a la liber-tad: a la independencia. (Publicar aquí otra cosa es decir mentiras u ocultar la verdad).
Pero es mucho pedirles a quienes, análogamente a los escatófilos, se nutren de los excrementos colo-nialistas para poder escribir y publicitarse con su a-parato de propaganda, siempre con fines personales y mezquinos. (Pues no serían ellos relevantes sin el colonialismo; al fin y al cabo, coexisten simbiótica-mente).

Sí, sí existe una literatura nacional canaria, que no es precisamente esa mística, surrealista, ignorantadora, tergiversadora, manipuladora, inoculadora… utilizada por la intelectualidad “perraria” y lamelona; sino la que ejercen o practican en aquellas rendijitas –que se pueda colar luz–, arriesgando el medio de superviven-cia y siendo objeto de sutiles represalias y discretas persecuciones, hombres honrados, sino la que ejercen hombres insobornables y solidarios, sí: independen-tistas canarios.
Emanada de su pensamiento, de su sentir, del conocimiento empírico de la situación opresora, o de-nunciando la realidad que –por desgracia– le ha to-cado vivir a nuestro pueblo. Pues es de él y de su con-dición, de donde fluye –irrefutablemente– la literatura canaria que los abusadores y su escuela de sofistas interesadamente niegan.

¿Qué es entonces la literatura, aparte de que emane con singularidad de un territorio u otro? ¿Acaso no es una herramienta de comunicación que sirve para es-tampar los aconteceres cotidianos: la vida, el pensa-miento, la realidad social…?
¿Acaso no hay en Canarias una realidad vital –además inhumana– sobre la que escribir? ¿O es que interesa seguir describiendo a Canarias como el para-íso donde nadie se queja y nunca pasa nada?
Sí, es un instrumento la literatura, incluso un ar-ma, que se puede emplear para reparar o para des-truir. Y es precisamente, para este último menester, para lo que la emplea el imperialismo español y sus secuaces aquí en su colonia: para aniquilar el enten-dimiento, el alma del pueblo canario.
Es con la utilización de este medio, y con la auto-rización que para dispararlo libremente tienen los pe-rrarios, como se seguirá diciendo que no existe lite-ratura nacional canaria –anticolonial–, sino literatura española colonial y oficializada, y cualquier otra de allende los mares, menos la canaria.
(De pena es, que en plena era de las comunica-ciones se continúe diciendo seis siglos después, que los canarios no tenemos alma; y lo peor: es que sean canarios los que lo dicen).
Son los independentistas los que tienen asumido, sin esquizofrenias, como un hecho natural sentirse ca-narios y no españoles. (Y recíprocos con aquellos pue-blos, que lógicamente respeten nuestro diferencial et-nográfico y nuestro derecho a la independencia y so-beranía).

Evidentemente, Canarias no es España; pero ade-más España no se sabe lo que es y Canarias si. Pues a pesar de todo ello, ese artificial “paisoide” o “esta-doide” ha ingerido por la fuerza en la psiques del pue-blo nativo canario.
Ha tratado de desculturizarlo –a plenitud– de su ancestral modo de vida, “encivilizándolo” de costum-bres exógenas, que por desgracia, ha creado una gran confusión y trastorno sobre el entendimiento, en refe-rencia a su identidad.
De esa distorsión e indefensión en nuestra gente, se ha nutrido precisamente el imperialismo español y sus testaferros ultramarinos, haciendo práctico su do-minio y, por ende, la esclavitud del pueblo colonizado y la sustracción de sus riquezas.

Pero, aún receloso el poder invasor, no se detiene en su misión colonial, al no creer resuelto ni acomodado su ocupacionismo con los métodos antes menciona-dos. (Y la mayoría de las tropelías que no se han di-cho, pero que están anotadas en nuestra historia: “En nuestra literatura canaria”).
Queda la geografía; y, para nuestra gracia, no se ha inventado tecnología que pueda remolcar al Archi-piélago Canario hasta el mar Mediterráneo. (Por lo pronto sólo lo han intentado en los mapas políticos de-sapareciéndonos de África).
Pero más allá de la ironía, hoy se hace algo si-milar: Destruyen el singular paisaje del archipiélago, para travestirlo de múltiples y heterogéneos aspectos foráneos. Si antes desvistieron al guanche –al maúro– de sus atavíos, hoy desvisten la faz geográfica de nuestra patria. Si antes intentaron arrancarnos el al-ma, hoy intentan arrancarnos también la piel. Esto parecerá trivial, pero todo lo que hace España a tra-vés de sus mayordomos en Canarias, tiene su conse-cuencia nefasta.

Razonábamos en una ocasión sobre este particular el compatriota Víctor Ramírez y yo. «¡No puede España vencer a Canarias! ¡Su geografía y localización en el mundo se imponen!»…
Mira que es bondadosa nuestra madre patria: han sucumbido muchos de sus hijos, han claudicado muchos de sus hijos, la han traicionado y vendido muchos de sus hijos. Pero ella, malhadada, lacerada, nos sigue trasmitiendo entusiasmo y valor para seguir adelante.
Sí, recapacitábamos sobre la influencia que tiene nuestro paisaje en nuestra esencia. Todo pueblo man-tiene una confidencial e indescriptible armonía con su entorno, y el canario, ¡por supuesto!:
Nuestro mar, nuestros riscales, nuestros barran-cos, nuestro clima, nuestros olores, nuestros sonidos, nuestra vegetación… han conformado nuestra psicolo-gía y personalidad.
En el medio, han quedado incólume nuestros pastores (pertenecientes estos a las mismas familias de pastores precoloniales), nuestros labradores, nues-tros artesanos, nuestros hierberos, nuestra transmi-sión oral, nuestra toponimia, nuestro patrimonio ar-queológico… Todo un conglomerado etnográfico preco-lonial –particular de nuestra nación– vigente en la so-ciedad actual,  que pasa inadvertido para la mayoría de los guanches de hoy.... ya que en todos estos si-glos, la dominación extranjera y católica, no ha podi-do extinguirnos en su totalidad como han anhelado: ¡Gracias a nuestra patria, que es como si nos hablara! (Y en realidad nos habla, pero no la escuchamos).

Pues bien: es este un motivo mayor para el colonia-lismo, por lo que han de erosionar todo el paisaje; borrando con ello cualquier vestigio de identidad ca-naria, y así travestir –cual fulana– a nuestra tierra, dispuesta para los deseos lascivos de todo advene-dizo.
Y lo peor de esas actuaciones, es que desarman nuestra defensa como grupo humano singular –extin-guiendo nuestra cultura–, para, cuando perdamos nuestras referencias, dejarnos tal espectro sin lugar donde encajar. (La dominación colonial es apabu-llante, abusadora; la esclavitud nunca se ha erradi-cado en el pueblo canario, sencillamente ha mutado).

Si de consuelo valiera, me gustaría señalar que el co-lonialismo no avanza, que es el colonizado indolente el que retrocede. Retroceder, inhibirse, acomodarse, claudicar… no sólo es un acto de cobardía, sino de cri-minalidad: es un acto de potencial filicidio.
Somos los canarios y canarias actuales los cul-pables de que el futuro de nuestros hijos sea cierto o incierto. Depende de los canarios actuales que nues-tros hijos no caigan en manos del depredador o del esclavista. Depende de los canarios actuales, que nuestras hijas e hijos no sean victimas de los proxe-netas, de las mafias, de la droga, de la alienación, del consumismo, de la incultura, del desamparo, de la se-gregación racial (que, aunque parezca exagerado decirlo, se practica flagrantemente y cada vez con más descaro ante las bembas de nuestra gente); de su formación y de su derecho a vivir en la tierra que nuestros abuelos nos han dejado, y que el colonialis-mo español a través de sus esbirros nos arrebata o nos expulsa de ella.
En conclusión, de prepararle una nación libre más digna que la que tenemos, para que ellos en me-jores condiciones se la entreguen a sus hijos, de quien la tenemos prestada: futuro que hay que construir y materializar con la independencia. Lo contrario, reite-ro, además de despreciables desidia y egoísmo es un auténtico filicidio.

Sentirse colonizado es algo en lo que coincido plena-mente con Víctor Ramírez y que creemos –ambos–, co-mo imprescindible, para curarse de la patología colo-nial. Evidentemente, el colonialismo ha creado una enfermedad psíquica en el pueblo canario.
Es totalmente cierto y yo lo llamo “aceptación”; pues en algunas vicisitudes de mi vida –que no vienen al caso–, tuve que adoptar ésta de forma empírica. (A-ceptación “que no significa asimilación ni conformis-mo”).
Hay inexorablemente que aceptar la realidad, para convencernos de que ésta existe. Hay impres-cindiblemente que comprender y aceptar que se está colonizado si se quiere cambiar el rumbo de la si-tuación. Echo manos de analogía: Es algo así como la persona que tiene que aceptar su padecer para cons-cientemente ponerle remedio.
Es de suponer que quien no acepta que padece una enfermedad que le han diagnosticado nunca lle-gará a sanar; porque la enfermedad no admite la ne-gación del enfermo y acaba por matarlo. O aquel in-dividuo que desconoce y no quiere conocer que padece una enfermedad y ésta, obviando su desconocimien-to, también acaba fulminándolo.
Y por último, a modo de silogismo –si se quiere–, está la persona que es consciente de que atraviesa u-na patología y decide tratarse; esa persona probable-mente sobrevivirá. (Es inevitable aceptar que se está colonizado, para poder liberarse y cambiar el rumbo del destino; pero lógicamente hay que seguir un tra-tamiento para ese cambio, y este se llama: lucha anti-colonialista).

Aunque, desgraciadamente, también existen muchos elementos que se alimentan de esta enfermedad: Los parásitos cancerígenos. Quienes debieran ser la le-gión de anticuerpos que incentive a nuestro pueblo –y más directamente a nuestros jóvenes– contra la pato-logía colonialista, se han convertido –paradójicamen-te–, por el contrario, en los auxiliadores del dañino vi-rus.
Como rémoras, se han colgado de su lomo de-predador y comen de la carroña de sus dientes, que son los restos putrefactos de nuestro pueblo. Yo no le exijo a nadie la misión que debe cumplir. Se accede a la docencia bien por “vocación” –eco este muy retum-bador en los profesionales–, por supervivencia, o ex-clusivamente por asegurarse el futuro.
Pero sí demanda y exige la situación social y po-lítica en que se vive actuar y enseñar en consecuen-cia. El motor dinamizador para cambiar una situación –cualquier situación– es indiscutiblemente la juventud y más concretamente la perteneciente al estudianta-do. Sin embargo es ahí, precisamente, donde se pone la mordaza en el cerebro, donde se ejerce la incons-cienciación, se aliena e inocula de ignorancia el en-tendimiento: a sabiendas de que si no hay juventud no hay futuro, de que si no hay juventud reclamante no hay futuro logrado para la dignificación y el bie-nestar común de los canarios, sino para el bienestar de las minorías coloniales y caciquiles de siempre.
En muchos escritos, declaraciones, o actos públi-cos que he presenciado, he escuchado subterfugios y excusas imperdonables para gente que se dice tan le-trada. Fue en uno muy peculiar, donde como antítesis a la digna labor de un grupo preocupado por nuestra cultura (que reivindicaba como imperiosa la necesidad de una enseñanza nacional canaria), se emprende re-ventador un conocido docente -popular por sus traba-jos televisivos de cómico junto a otro también docente- alegando:
«Canarias es lo que es, el avance de la civiliza-ción es imparable, somos cosmopolitas ciudadanos del mundo y vivimos del turismo; pues las cosas son así porque padre Dios así las quiso». Además de «que ellos –“los docentes”–, no podían hacer nada al res-pecto sobre los programas de enseñanza, porque és-tos los elabora la consejería o el ministerio y había que acatarlos».

Ello me pareció ignominioso: el que viniera de gente que se hace llamar ilustrada y que se dedica a la enseñanza (yo diría –y son palabras de Víctor Ra-mírez–, al adiestramiento).
Resulta que Canarias no puede tener una ense-ñanza nacional como la tiene Cataluña, Euskadi, Francia, Cuba, Venezuela, Nigeria etc., porque en es-tos otros lugares se paró el avance de la “civilización” con su enseñanza. Los canarios tenemos que asumir la "multiculturalidad" de todas las nacionalidades que nos ocupan la casa, pero no podemos tener una pro-pia, porque somos muy “cosmopolitas y hospitala-rios”; además, si defendemos nuestra identidad por-que ésta flaquea o se extingue, somos unos chovi-nistas y hasta xenófobos.
Pero, para remate, nuestros docentes no pueden oponerse a los dictados programáticos del gobierno de turno, o exigir un plan de enseñanza singular y con-sustancial a nuestros diferenciales, pero sí paralizar la enseñanza encarándose al sistema y durante el tiempo que haga falta cuando se trata de pedir mejo-ras salariales u otras prebendas personales.

Yo comprendo que la gente tiene que comer, que la gente tiene que seguir viviendo, ¡pero con decen-cia,coño!: ¿O es que esa minoría de enseñantes ho-nestos e insobornables no tiene estómago…, no tiene vida? ¿Cómo se puede llamar enseñante al que no enseña sino oculta, al que no aclara sino nubla, al que no motiva sino anquilosa?
¿Acaso es mentira que existe una situación colo-nial, inhumana, contra derecho –incluso–, que hay que cambiar en nuestra nación? ¿Sabrán los docentes canarios, que esta depravada e inclemente situación que pesa sobre nuestro pueblo sólo e irremisiblemente se puede cambiar y adecentar con la conscienciación del alumnado y la pugna por la independencia de nuestra sojuzgada patria? ¡Quizá!
Sí saben ellos sobradamente, (y no me refiero só-lo a los profesores) cómo ganar dinero acomodaticia-mente y sin arriesgarse, aunque a sus hijos les es-pere un futuro incertuoso. Lo peor que le puede pasar a un ente “racional” es estar podrido por la cabeza; e imperdonable es que encima pudra a los demás.

Yo aprovecho este prólogo –de forma inusual y con el permiso del autor–, para hacer llamamiento a los ma-estros honestos, solidarios y –seguramente– solita-rios, a confluir en criterios para formar un cuerpo do-cente revolucionario, en aras a dar respuesta a esta infecunda situación colonial. Yo les hago un llama-miento para que incentiven a nuestro alumnado a con-sumir literatura canaria –soberanista–, de tantos es-critores nuestros que siguen siendo tabú o ningune-ados desde la esfera intelectual asimilada, y ausen-tes en los programas de enseñanza.
No tenemos los canarios por qué buscar fuera los referentes literarios. No; claro es que no digo que no se lea lo de otro sitio, sino que se le dé prioridad a nuestros autores que con tantos sacrificios y contra las sutiles barreras que levanta el sistema impuesto (razón por la que muchos y buenos han llegado a la frustración, dado que las ayudas económicas para publicar siempre van a los autocensurados, a los que dicen muy poco o nada de nuestra verdadera esencia, o a los foráneos ante que a los propios que se com-portan decentemente), haciendo de tripas corazón han podido publicar filantrópicamente sus obras, obras que para más canallada, el poder, silencia, omite o e-lude. Pues, entre todas ellas, tenemos una grandiosa donde poder alongarnos y vernos interiormente.
Obra ésta original, repleta de contenidos ilumi-nadores; de asuntos que afectan y competen a nues-tra existencia como pueblo, perteneciente a una na-ción diferente de la que nos pintan... Obra exenta de mixtificaciones ignorantadoras, de conceptos indes-criptibles, de retorismos insustanciales, de conveni-das evasivas…
Obra que, por el contrario, delata la alevosía con que se ha transmitido la historia hecha por los vence-dores; que desnuda la verdadera situación de nuestra gente (enmascarada ésta, con apariencia de primer mundo o mundo “civilizado”); que ayuda a cultivar la conciencia personal y de pertenencia a una cultura y colectividad singular, (y no como hasta ahora, de per-tenencia a nada, y con la única meta vital de con-sumir materiales, o como el animal siempre dispuesto a trabajar o sorroballarse únicamente por la comida)...
Obra cargada de razones para despertar el inte-rés del alumnado y seguramente –por identificación–, la que incentivaría el triunfo escolar. (Tan cacareado y preocupante este fracaso para el sistema colonial, por no admitir que lo que no sirve son sus banales pro-gramas de enseñanza, o que no es el número de za-pato que les pertenece a los estudiantes canarios).
Es esta obra en general, que endulza el amargor colonial e invita a la rebeldía, la de nuestro autor ca-nario Víctor Ramírez.


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