jueves, 21 de noviembre de 2019

DE UN NUEVO VALOR NARRATIVO


DE UN NUEVO VALOR NARRATIVO
DE ISIDRO MIRANDA MILLARES
“Inventarios Provisionales” edita en el hueco número 16-17 de la serie La voz en el laberinto una obra interesante del novel Víctor Ramírez.
La publicación consta de dos narraciones, en las cuales se usa una sola técnica de novelas en dos tácticas o especies distintas.
La primera nos la ofrece a través del pensamiento de los personajes. Escoge una perspectiva que da una apariencia de mayor objetividad al relato, donde casi desaparece la voz en off del autor a la manera clásica, que lleva de la mano al que lee.
Nadie ignora que esa manera de contar ha sido utilizada y que hay gran cantidad de escritores partidarios de ella.

Actualmente son numerosos, entre los más jóvenes, quienes la emplean con frecuencia después de la aparición de “Mientras agonizo”, de William Faulkner: quién por influencia directa de éste, quién por conducto de escritores sudamericanos influidos asimismo del norteamericano.
Lo curioso es que me aseguran que Ramírez coincidió con el estilo hoy en boga sin haber leído al Premio Nobel citado, ni conocer tampoco a los artistas meridionales. Se presta a duda pues, cuando he repetido la afirmación, he visto a flor de labios de mis interlocutores la ironía y asomar también la disposición polémica. No he discutido esa cuestión por no encontrarle importancia.
Para mí el único valor que encierra es anecdótico o biográfico. Ningún escritor está a salvo de imitaciones. Ningún escritor, y tampoco de ningún hombre.
Es más: gracias a la mimesis el ser humano puede realizar su unión y hacer labores colectivas superiores a las de cualquier otra especie zoológica. Cuando se dice de un niño que aprende no hay otra cosa sino que comienza a saber imitar.

Bien: si Víctor Ramírez no imité el estilo de Faulkner o Joyce, lo que sí reflejó o imitó admirablemente con sus palabras fue el medio, individuos, ambiente y acciones del pueblo de nuestra tierra chica, insular, atlántica, en esa primera parte del libro que denomina “Cada cual arrastra su sombra”:  un título polivalente, paradójico. Entraña una protesta patética. Alude, en cada hombre, a la soledad psíquica que nadie puede curar.
El que lea el libro podrá ver que ya en la primera narración que el artista no siente atractivo alguno por las normas gramaticales. Deshace la sintaxis tradicional, pero con la mañosa pericia que se procura una gran claridad de expresión.
En cambio se puede observar con cuánto de solicitud y amoroso cuidado trata el lenguaje. El manejo del mismo, erradicando toda traba preceptiva, entra en los rasgos peculiares del surrealismo.
No se puede, por ello, hablar de realismo sino refiriéndose al tema. Un entramado que habla de la vida, forma de vida del pueblo, del obrero, del trabajador, aquí en Canarias.
Hemos dicho antes que, en el estilo, el autor intenta inhibirse cuanto puede para dar una mayor apariencia de objetividad al relato, mas se descubre virtualmente al tratar de darnos la dinámica del pensamiento de sus personajes. Pone demasiadas palabras en la mente de sus criaturas.
La mentalidad del pueblo es lenta y repetidora por disponer de un léxico  cuyo caudal es limitado: acude a menudo a la representación extrafonética (de ahí la conocidísima sentencia oriental: “Una imagen vale más que mil palabras”) y se halla en constante creación de giros para contrarrestar el defecto que supone su exiguo material de voces.
No obstante esos giros adquieren nuevos valores semánticos y tienen una gran fuerza de penetración en la lengua culta. Vemos en Ramírez una tendencia acusada a la captación de esos modos de decir y cómo cobra esas parvas piezas oratorias, encajándolas habilidosamente en su prosa bien elaborada.
El segundo relato, El aplauso, está sellado por la misma técnica de explicación, pero mermada en sus recursos al verse todo polarizado en la mente del protagonista diciendo un alegato dirigido al lector a manera epistolar.
De comparar esta con la primera narración se ve que ciertos juegos formales desaparecen; sin embargo la dosis de humorismo se aumenta así como también el potencial imaginativo del artista es ma´s abieramente representado.
A mi manera de ver alcanza un desarrollo, si bien más clásico, más coherente y acabado. Existe una plasmación –no madura- de hechos generales de la vida, se evidencian contradicciones vitales y se percibe un ritmo más adecuado, aunque la extensión de la obra no admita un mayor grado de complejidad ni un pulso más completo. Estas virtudes remontan la obra y la hacen trascender, pese a la fijación dentro del texto de citas locales.
Potencia aquí, en “El arranque”, Ramírez atisbos de fecundidad nada común y sus dotes de observación de la realidad se comprueba con la misma o mayor intensidad que en el relato anterior, “Cada cual arrastra su sombra”.
Una vez apuntado lo positivo debe remarcar lo que echo de menos, es decir, lo no positivo. No hago otra cosa que opinar conforme a mi propio criterio, pero desearía en esta parte de mi escrito ser leído reflexivamente, ser comprendido.
Los halagos son fáciles de asimilar y aparte de un calorcillo agradable que recorre nuestra sangre vana, nada es aprovechable de ellos ciertamente. Mientras la crítica negativa nos enseña siempre, en el peor de los casos nos muestra algo, aunque sólo sea las inclinaciones estéticas del crítico.
El realismo señalado como ingrediente en la obra refleja débilmente los hechos generales de la vida. Las contradicciones que pretende revelarnos el autor no se aprecian en tiempo presente sino pretérito, de lo que resulta en el relato la mayor luminosidad volcada sobre estados de ánimo de los protagonistas, en lugar de sobre los acaecimientos que los produjeron.
Un tenebroso pesimismo se enseñorea de todas las páginas, llegando a un clímax de perenne amargura, alejado de la realidad. El tono, por consiguiente, se idealiza.
Cuantitativamente las contradicciones no llegan a la altura necesaria para provocar choques dramáticos que pidan un desenlace total y adecuado. Así en los dos casos no se cierran definitivamente las narraciones.
Para terminar indico también las causas generales de los conflictos entre los protagonistas –desde el punto de vista social- no se encuentran explícitas sino implícitas. Precisamente por el grado cualitativo de la forma, en este punto el contenido se obscurece hasta el extremo de poner confusión al lector sobre las motivaciones que el escritor deja ver muy veladamente sobre los orígenes del estado social que retrata.
Tenemos la seguridad de hablar más largo, en el futuro, de este nuevo miembro –recién nacido a nuestro mundillo literario, en el que ha entrado con robusto llanto.

(periódico La Provincia, en el “Cronopio Literario”, página cultural de Juan Jesús Armas Marcelo, salido junto al cuento “El aplauso”, también de Víctor Ramírez, el  domingo 16 de abril de 1972) 

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