DE UN
NUEVO VALOR NARRATIVO
DE ISIDRO MIRANDA
MILLARES
“Inventarios
Provisionales” edita en el hueco número 16-17 de la serie La voz en el laberinto una obra interesante del novel Víctor
Ramírez.
La publicación
consta de dos narraciones, en las cuales se usa una sola técnica de novelas en
dos tácticas o especies distintas.
La primera nos la
ofrece a través del pensamiento de los personajes. Escoge una perspectiva que
da una apariencia de mayor objetividad al relato, donde casi desaparece la voz
en off del autor a la manera clásica, que lleva de la mano al que lee.
Nadie ignora que
esa manera de contar ha sido utilizada y que hay gran cantidad de escritores
partidarios de ella.
Actualmente son
numerosos, entre los más jóvenes, quienes la emplean con frecuencia después de
la aparición de “Mientras agonizo”, de William Faulkner: quién por influencia
directa de éste, quién por conducto de escritores sudamericanos influidos
asimismo del norteamericano.
Lo curioso es que
me aseguran que Ramírez coincidió con el estilo hoy en boga sin haber leído al
Premio Nobel citado, ni conocer tampoco a los artistas meridionales. Se presta
a duda pues, cuando he repetido la afirmación, he visto a flor de labios de mis
interlocutores la ironía y asomar también la disposición polémica. No he
discutido esa cuestión por no encontrarle importancia.
Para mí el único
valor que encierra es anecdótico o biográfico. Ningún escritor está a salvo de
imitaciones. Ningún escritor, y tampoco de ningún hombre.
Es más: gracias a
la mimesis el ser humano puede realizar su unión y hacer labores colectivas
superiores a las de cualquier otra especie zoológica. Cuando se dice de un niño
que aprende no hay otra cosa sino que comienza a saber imitar.
Bien: si Víctor
Ramírez no imité el estilo de Faulkner o Joyce, lo que sí reflejó o imitó
admirablemente con sus palabras fue el medio, individuos, ambiente y acciones
del pueblo de nuestra tierra chica, insular, atlántica, en esa primera parte
del libro que denomina “Cada cual arrastra su sombra”: un título polivalente, paradójico. Entraña
una protesta patética. Alude, en cada hombre, a la soledad psíquica que nadie
puede curar.
El que lea el libro
podrá ver que ya en la primera narración que el artista no siente atractivo alguno
por las normas gramaticales. Deshace la sintaxis tradicional, pero con la
mañosa pericia que se procura una gran claridad de expresión.
En cambio se puede
observar con cuánto de solicitud y amoroso cuidado trata el lenguaje. El manejo
del mismo, erradicando toda traba preceptiva, entra en los rasgos peculiares
del surrealismo.
No se puede, por
ello, hablar de realismo sino refiriéndose al tema. Un entramado que habla de
la vida, forma de vida del pueblo, del obrero, del trabajador, aquí en
Canarias.
Hemos dicho antes
que, en el estilo, el autor intenta inhibirse cuanto puede para dar una mayor
apariencia de objetividad al relato, mas se descubre virtualmente al tratar de
darnos la dinámica del pensamiento de sus personajes. Pone demasiadas palabras
en la mente de sus criaturas.
La mentalidad del
pueblo es lenta y repetidora por disponer de un léxico cuyo caudal es limitado: acude a menudo a la
representación extrafonética (de ahí la conocidísima sentencia oriental: “Una
imagen vale más que mil palabras”) y se halla en constante creación de giros
para contrarrestar el defecto que supone su exiguo material de voces.
No obstante esos
giros adquieren nuevos valores semánticos y tienen una gran fuerza de
penetración en la lengua culta. Vemos en Ramírez una tendencia acusada a la
captación de esos modos de decir y cómo cobra esas parvas piezas oratorias, encajándolas habilidosamente en su
prosa bien elaborada.
El segundo relato,
El aplauso, está sellado por la misma técnica de explicación, pero mermada en
sus recursos al verse todo polarizado en la mente del protagonista diciendo un
alegato dirigido al lector a manera epistolar.
De comparar esta
con la primera narración se ve que ciertos juegos formales desaparecen; sin
embargo la dosis de humorismo se aumenta así como también el potencial
imaginativo del artista es ma´s abieramente representado.
A mi manera de ver
alcanza un desarrollo, si bien más clásico, más coherente y acabado. Existe una
plasmación –no madura- de
hechos generales de la vida, se evidencian contradicciones vitales y se percibe
un ritmo más adecuado, aunque la extensión de la obra no admita un mayor grado
de complejidad ni un pulso más completo. Estas virtudes remontan la obra y la
hacen trascender, pese a la fijación dentro del texto de citas locales.
Potencia aquí, en
“El arranque”, Ramírez atisbos de fecundidad nada común y sus dotes de
observación de la realidad se comprueba con la misma o mayor intensidad que en
el relato anterior, “Cada cual arrastra su sombra”.
Una vez apuntado lo
positivo debe remarcar lo que echo de menos, es decir, lo no positivo. No hago
otra cosa que opinar conforme a mi propio criterio, pero desearía en esta parte
de mi escrito ser leído reflexivamente, ser comprendido.
Los halagos son
fáciles de asimilar y aparte de un calorcillo agradable que recorre nuestra
sangre vana, nada es aprovechable de ellos ciertamente. Mientras la crítica
negativa nos enseña siempre, en el peor de los casos nos muestra algo, aunque
sólo sea las inclinaciones estéticas del crítico.
El realismo
señalado como ingrediente en la obra refleja débilmente los hechos generales de
la vida. Las contradicciones que pretende revelarnos el autor no se aprecian en
tiempo presente sino pretérito, de lo que resulta en el relato la mayor
luminosidad volcada sobre estados de ánimo de los protagonistas, en lugar de
sobre los acaecimientos que los produjeron.
Un tenebroso
pesimismo se enseñorea de todas las páginas, llegando a un clímax de perenne amargura,
alejado de la realidad. El tono, por consiguiente, se idealiza.
Cuantitativamente
las contradicciones no llegan a la altura necesaria para provocar choques
dramáticos que pidan un desenlace total y adecuado. Así en los dos casos no se
cierran definitivamente las narraciones.
Para terminar
indico también las causas generales de los conflictos entre los protagonistas
–desde el punto de vista social- no se encuentran explícitas sino implícitas.
Precisamente por el grado cualitativo de la forma, en este punto el contenido
se obscurece hasta el extremo de poner confusión al lector sobre las
motivaciones que el escritor deja ver muy veladamente sobre los orígenes del
estado social que retrata.
Tenemos la
seguridad de hablar más largo, en el futuro, de este nuevo miembro –recién
nacido a nuestro mundillo literario, en el que ha entrado con robusto llanto.
(periódico La
Provincia, en el “Cronopio Literario”, página cultural de Juan Jesús Armas
Marcelo, salido junto al cuento
“El aplauso”, también de Víctor Ramírez, el domingo 16 de abril de 1972)
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