DUNIA SANCHEZ
12
Las campanas marcan
el esbozar los ojos frente a la jornada que se deposita sobre nuestros hombros.
Es hora de despertar. Aun la oscuridad atesora un resquicio pero ya se va
ahuyentando con nacimiento de filigranas solares. Los hombres y mujeres van a
sus campos de cultivo, a sus labores en la isla. Una isla alejada y ausente de
las convulsiones políticas en la España que los destierra, que los abraza a la vez pero con el olvido en la
lejanía. Las noticias llegan con atraso, corriente de prensa que se mecen en
los puertos como descanso. La isla. Si la isla desnivelada en sus habitantes,
unos pocos burgueses y un desmesurado crecimiento de la miseria, de una
población que vive de agricultura, de una población acechada por epidemias y
devastadoras invasores de sus cosechas.
Y sin alarga más, el carácter volcanología de la isla. Sí, las campanas
marcan el despertar cuando un temblor estremece a sus habitantes. Un foco se
había abierto al norte, lejos de la residencia. Un pequeño reducto que asusta,
que angustia, que mortifica, que produce horror entre cada alma que ahí vive.
Un nuevo volcán engendrado por las entrañas de la tierra, pero leve, sin el
suficiente impulso de la muerte. Solo es un aviso, un aviso de lo que pisamos,
de donde habitamos. Cuando las campanadas se hundieron en un profundo callar la
tierra calló, dejo de ser ese trémulo desenlace que podría ser fatal.
Todos
aupados por el temor elevaron sus brazos al aire, suplicando a un Dios hasta el fin. Todos entonces concurrieron a
las iglesias que habían crecido como un hervidero de salvación. Y dieron las
gracias, y se enlazaron a un rosario y un crucifijo como escudo ante cualquier
suceso imprevisto tempestuoso y maligno. Todas las muchachas concurrieron a la
capilla. Allí ante ellas, la superiora, algo demacrada pero entera, dominante.
El orar matutino comenzaba antes del desayuno. Todas miraban y miraban a sus
compañeras (Agata, Anne, Delfina) con sus cabezas rapadas, con la lástima
mordiendo sus ojos. Después de rezar todas al comedor. Agatta, Anne y Delfina
se sentaron en sitios distintos. Ninguna de las compañeras se quiso sentar con
ellas. Sí, el temor. El temor las pisoteaba en vigencia de la mirada de la
superiora observando a cada una de las allí presentes, con un sabor a alegría
en su interior por la muralla impuesta a esas chicas y su peldaño ante las
demás. Como nunca en el comedor había un silencio sepulcral, solo, los
pajarillos cantaban en su danza otoñal al encontrarse con el astro rey ¡Oh, el
otoño¡ laberinto hechizado por los freáticos balanceos de la vida. Sí, la vida,
hay que recorrerla para saber si perteneces o no. Cuando no entras en su
círculo te mutilan, te agreden casi mortalmente en tus sentidos como repuesta
¿Dónde la libre expresión? ¿Dónde los libres movimientos? Nunca se sabe
únicamente tendremos que andar y andar y veremos la verdad, la verdad del
respeto, la verdad de los vuelos altos y
desliados de todo juicio prefijado en sus mentes...CONTINUARÁ
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