BARRA LIBRE
ANA SHARIFE
Pasen y sírvanse.
Es barra libre. Bésame, pégate a mí, dime lo que quiero escuchar. Sé que cuando
hayas conseguido lo que vienes buscando te irás.
Sigan bebiendo.
Brindemos por esta nueva forma de amar, abrazar a un cuerpo como si fuera
arena, estrecharlo hasta que se deshace en nuestros brazos, y, luego nada,
olvido, desvanecimiento, nueva lujuria, nuevos caprichos que dan cabida a un
nuevo cielo. Reciban mi más amarga enhorabuena.
El mundo me parece
interpretado en su anchuroso escenario por navegantes ciegos en un mar
enloquecido, mujeres que se van con el tuyo y hombres que se van con todas.
No hay milagro
fuera de este lenguaje teatral decepcionante, en el que el amor es ese equipaje
que nadie reclama, la nube empujada caprichosamente por el viento, la pardela
que herida de muerte por el cazador cae en un último vuelo asustada, con sus
alas recogidas.
Sólo tras las
profundas transformaciones de la revolución industrial el individuo empezó a
servirse de las relaciones amorosas como una forma de realización personal.
Varios siglos después, donde el amor me prometió un jardín junto a la playa
sólo hay un escenario que dinamita toda relación sentimental desde su mismo
umbral. No eres tú contra el mundo. No te confundas. Es el mundo contra la
pareja. Pasen y sírvanse. Hay barra libre. Desenfreno, brevedad, frenesí.
Pueden beber lo que quieran y luego marcharse.
Me asomo al oleaje.
En las noches sin luna de noviembre las pardelas cenicientas salen de sus
madrigueras para emprender su primer vuelo al mar de mis Islas Canarias. La
mayoría caen cegadas por las luces de las ciudades o desorientadas, incapaces
de remontar el vuelo.
Casi amanece,
escucho lo que parece el tañido de unas campanas lejanas. Es el llanto de las
aves heridas a los pies de este acantilado, un sonido que me anuncia tras tanta
búsqueda y sabiduría inútil que no es necesario salir de este pequeño mirador
que son tus ojos para descubrir el mundo.
Despierto en el
filo donde anoche se cerraron mis párpados. Queda gente en la fiesta. Podría
caer, pero he prometido cuidar de nuestro amor en tu ausencia. Prometo que lo
encontrarás radiante a tu regreso, porque volverás, ¿verdad? Te echaré de menos
cada segundo, lo mismo que un ángel caído a su fe.
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