LOS PERIODISTAS MAMPORREROS
JUAN CARLOS ESCUDIER
Ahora que tanto se
habla de los excesos del periodismo, convendría quizás detenerse en cuáles han
de ser los límites de los periodistas o de los que aparentan serlo. Viene esto
a cuento de la actuación como prima donas de tres supuestos profesionales de la
información en la patriótica concentración de este domingo a favor de la unidad
de España y de la convocatoria de elecciones y de su lectura de un manifiesto
en nombre de sus convocantes, esto es PP, Ciudadanos y Vox.
Los periodistas son
personas, personas humanas incluso y, en ocasiones, hasta divinas, aunque esta
última categoría sólo esté al alcance de unos pocos apóstoles de la información
que se distinguen del resto porque su libertad de expresión les ha hecho ricos
y, periódicamente, sufren algún tipo de conspiración judeo-masónica de los
Gobiernos, a resultas de las cuales son apartados del timón de unos medios que
creían suyos aunque no lo fueran y pueden presumir de su martirio. Estos
suplicios con muy crueles porque les permiten incrementar su patrimonio gracias
a indemnizaciones millonarias con las que emprender más aventuras y exponerse a
nuevas conspiraciones, y así hasta una jubilación que nunca llega porque los
apóstoles del periodismo mueren forrados y con las botas puestas.
Pero no nos
desviemos del tema. Como personas humanas, los periodistas tienen derecho a la
militancia política y a defender libremente sus opiniones, que a lo largo de su
trayectoria pueden ser cambiantes en función del propio convencimiento o, en la
mayoría de los casos, de lo lucrativo que pueda resultarles el cambio de
criterio, algo que viene muy determinado por el mercado de las tertulias, que
es tan especulativo como la Bolsa. En general, suele cotizar al alza el
fanatismo, preferentemente vocinglero, por eso de que marida divinamente con el
share.
Hasta ahí todo
normal o casi. Lo que no lo es tanto es que quienes se definen como periodistas
traspasen esa tenue frontera que separa la ideología propia del activismo más
descarado. Para entendernos, sería admisible el aplauso más cerrado a la
galopada de Santiago Abascal a lomos de Babieca en pos de la Reconquista de las
herejes tierras de España, pero muy censurable que se pillara al presunto
informador conduciendo al caballo al abrevadero como su mozo de cuadra. Es
decir, una cosa es ser espectador, entusiasta si quiere, y otra muy distinta
convertirse en actor, cómplice o criado.
En línea con la
broma en la que se ha convertido la profesión, los códigos deontológicos no
abordan directamente el asunto, aunque suelen advertir -como hace el de la
FAPE- de que el primer compromiso de los periodistas es respetar la verdad, así
como aceptar la presunción de inocencia, aunque se trata de traidores, felones
y presidentes ilegítimos. De igual manera, se previene contra la tentación de
simultanear el ejercicio de la profesión con la publicidad o con actividades
institucionales o privadas que pongan en solfa las normas deontológicas.
Pues bien, como no habrá asociación de periodistas que
censure a los tres lectores del manifiesto de este domingo porque sus
representantes suelen estar ocupadísimos buscando nuevas tertulias en los que
derramar su sapiencia y la deontología se la fuma, habrá que concluir que el
oficio se reinventa y asume el mamporrerismo como animal de compañía.
María Claver, una
de las pioneras de esta nueva vertiente profesional junto a Carlos Cuesta y
Albert Castrillón, consideraba una “experiencia profesional inigualable” y un
privilegio su “mediación entre la sociedad civil y el Gobierno”. En resumen,
los pregoneros de las tres derechas fueron mediadores, intermediarios y, por
qué no decirlo, relatores del conflicto. Hay que reírse por no llorar.
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