EL POZO DE LA MEMORIA.1
DUNIA
SÁNCHEZ
Hace días que no
abría el buzón. No sé, no tenía ganas.
No recibía alguna correspondencia hacía tiempo. El timbre suena y suena. No
esperaba a nadie. Abrí recién salida de la ducha y con albornoz. Era la cartera
con una notificación. No me acuerdo bien pero creo que le dije perdone y firmé
y ella sonrió y ella se fue. Era una carta de no sé quien, pausadamente y sin
prisas me hice el café, me fumé un cigarrillo y en la mesa del salón la abrí.
Cuidadosamente resbalaba en cada palabra que iba ingiriendo de manera calma,
inspirando y espirando, espirando e inspirando. No me disgustó, no me
entristeció. Creo que un halito de alegría envolvía mi sombra que ahora se
levantaba por los pasillos bajo mi techo.
Me hice otro café, me fumé otro cigarrillo con papel en mano. Algo de misterio, algo de un aroma de un ayer desconocido, difuso, nebuloso me envolvía. Lo más que me aturdía era preparar el viaje, ese largo viaje a un lugar sibilino, enrarecido por la memoria del ayer, del hoy. Sería verdad lo que contaba esta carta. No sé, me sentía feliz pero había algo que me inquietaba en esta búsqueda, en este encuentro con la verdad. Podría ser inseguridad, temor a un nuevo error. Solo sé que tenía que partir inmediatamente. Deprisa…deprisa, antes que la noche viniera para poder realizar ese largo viaje. Revisé toda la casa, por si todo estaba bien. Ya con mis objetos personales en la maleta salí pero no sin antes fumarme otro cigarro. Un cigarro cuyo humo en espiral giraba en torno a mis sienes. Sería la ansiedad, el miedo a cosas nuevas, la aventura del saber lo cierto. Es temprano…muy temprano, nadie me vería salir. Mejor, dejaba la casa sola. Me monte en mi coche y con el pensamiento estático con lo me encontraría cerré los ojos. Es invierno, un invierno donde la lluvia palpita en ocasiones, donde lo gélido consume en su letargo a los sin hogar. Cada día más y más, como si esta ciudad estuviese abandonada al desvarío, a la desgana. Edificios grises de polución iba dejando atrás cuando mis ojos tomaron la luz del sol, cuando mis ojos penetraron por ese asfalto atestado de tráfico. Más y más coches, cada día más masificados, más hacinados a la lumbre de la contaminación. Y a lo lejos el mar, ese mar que absorbe, que se nutre de toda nuestra basura. Fije mi cavilar al encuentro, a esa carta pequeña pero exacta. No hacen falta muchas palabras para redactar lo esencial, a veces, solo con unas pocas basta. Para que decir más, para que dar más explicaciones. Y aunque fuera invierno el día había aparecido despejado, perfecto, bello, solo un frío que agrada, que deja una ajena a todo lo que le rodea. Salir de esta ciudad y tomar rumbo hacia el monte, ese era mi objetivo. Una ciudad preñada, dislocada. Deprisa…deprisa, si, tenía que llegar antes de que esta jornada se oscureciera total. No me gusta conducir cuando el nocturno, la soledad me agarra, me estrangula aunque la radio me acompañe.
Me hice otro café, me fumé otro cigarrillo con papel en mano. Algo de misterio, algo de un aroma de un ayer desconocido, difuso, nebuloso me envolvía. Lo más que me aturdía era preparar el viaje, ese largo viaje a un lugar sibilino, enrarecido por la memoria del ayer, del hoy. Sería verdad lo que contaba esta carta. No sé, me sentía feliz pero había algo que me inquietaba en esta búsqueda, en este encuentro con la verdad. Podría ser inseguridad, temor a un nuevo error. Solo sé que tenía que partir inmediatamente. Deprisa…deprisa, antes que la noche viniera para poder realizar ese largo viaje. Revisé toda la casa, por si todo estaba bien. Ya con mis objetos personales en la maleta salí pero no sin antes fumarme otro cigarro. Un cigarro cuyo humo en espiral giraba en torno a mis sienes. Sería la ansiedad, el miedo a cosas nuevas, la aventura del saber lo cierto. Es temprano…muy temprano, nadie me vería salir. Mejor, dejaba la casa sola. Me monte en mi coche y con el pensamiento estático con lo me encontraría cerré los ojos. Es invierno, un invierno donde la lluvia palpita en ocasiones, donde lo gélido consume en su letargo a los sin hogar. Cada día más y más, como si esta ciudad estuviese abandonada al desvarío, a la desgana. Edificios grises de polución iba dejando atrás cuando mis ojos tomaron la luz del sol, cuando mis ojos penetraron por ese asfalto atestado de tráfico. Más y más coches, cada día más masificados, más hacinados a la lumbre de la contaminación. Y a lo lejos el mar, ese mar que absorbe, que se nutre de toda nuestra basura. Fije mi cavilar al encuentro, a esa carta pequeña pero exacta. No hacen falta muchas palabras para redactar lo esencial, a veces, solo con unas pocas basta. Para que decir más, para que dar más explicaciones. Y aunque fuera invierno el día había aparecido despejado, perfecto, bello, solo un frío que agrada, que deja una ajena a todo lo que le rodea. Salir de esta ciudad y tomar rumbo hacia el monte, ese era mi objetivo. Una ciudad preñada, dislocada. Deprisa…deprisa, si, tenía que llegar antes de que esta jornada se oscureciera total. No me gusta conducir cuando el nocturno, la soledad me agarra, me estrangula aunque la radio me acompañe.
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