POR: EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO
Asistimos
cual espectadores al espantoso espectáculo de la destrucción del planeta, llevado
a cabo por psicópatas e ignorantes gobernantes, esclavos de poderosas
transnacionales que dictan y rigen la vida de los pueblos, 164 lo manipulan
todo. Ustedes creen que algo de lo que ocurre es cierto, y me pregunto: ¿quién
apuntala todo el estupro democrático? pues quién vota corruptos e incapaces,
los legitima y es tan responsable como ellos quién no denuncia la corrupción
del gobernante y sus acólitos es un delincuente… la estafa, el fraude, la
mentira y el asesinato son moneda corriente… El devenir de la historia del
presente, plena de sucesos funestos la han convertido en un thriller policial
negro de la peor especie.
Nietzsche
sostenía que el ser humano es tal en la medida en que puede usar el pasado para
construir el presente. Y denomina “hombre histórico”, a aquel cuya visión del
pasado lo conduce al futuro, lo alienta a perseverar en la vida y le da
esperanza en la justicia por venir. Este “hombre histórico” cree que el
significado de la existencia será más claro en el curso de su evolución, mira
hacia atrás sólo para comprender el presente y estimular su anhelo para
alcanzar un futuro mejor.
Lamentablemente
el “hombre histórico” que Nietzsche ha convocado ha sido eliminado y la
historia ha perdido su carácter de cuasi-ciencia objetiva para obtener carácter
de manifiesto: una construcción en lenguaje ideológico, un renovado relato,
afín a la escritura de ficciones.
Esta
cercanía con la ficcionalización de la historia determina la historicidad de
las ficciones, otorgándoles trascendencia a los ensayos históricos, pues dejan
al desnudo la crisis de la objetividad en el denominado “discurso histórico”,
hoy extinguido por orden de las poderosas transnacionales.
La
ficción se ha apropiado del espacio de la verdad, que debería ser ocupado por
la historia. El problema reside en saber si los datos históricos “fraguados”
están al servicio de los requerimientos de la ficción, o si, por el contrario,
la imaginación de los escribas, está sometida a los caprichos de fraudulentos
gobiernos, haciendo de lado, delictivamente, la memoria codificada de la
comunidad y de los talentosos exiliados de la vida, quienes deberían ser, sin
espacio a dudas, los actores de la historia “real”.
La
historia es mera ficción y lo que se escribe es ficción sobre ficción, de una
realidad dibujada, con el inestimable aporte de medios hegemónicos de
publicidad e información falaz… deviene cuestionar de inmediato la realidad
ficcionalizada e inventada, que recibimos día a día, con las consecuencias que
se originan, en cuánto a un desdoblamiento del “cuerpo y su doble”. Cuestionar,
lo que se percibe de manera concreta como realidad y lo que nos obligan a
imaginar los gobernantes de escaparate, que pretenden simulemos asimilarnos a
una historiola de la historia, bajo pena de ser un enemigo de una “patria
inexistente”, los que nos negamos a aceptar la “otra historia”, la de los
traidores a la verdad en libertad.
El
relato de la historia, desde la perspectiva de los oprimidos, no es sino la
historia de una suma de derrotas, un recorrido por los pliegues del fracaso y
pueden ser leídos en ese sentido como distopías. Mi empatía con el “vencido”,
con el “derrotado”, con el “fracasado” por decreto de las bestiales fuerzas de
los explotadores, de los asesinos, me hace descreer de las historias oficiales,
fraguadas en las usinas de las inteligencias de gobiernos mediocres,
espantosos, que se prolongan a lo largo de los años… o piensan que los mejores
son quienes gobiernan, dictan y rigen en las naciones que componen este “teatro
bufo”, en que se ha convertido el planeta… en el que se debaten las distintas
puestas en escena de realidades obtusas y falaces.
El
excluido, el exiliado del acontecer del tiempo que le toca vivir y permanecer,
solo puede remitirse a narrar la trama de traiciones, de persecuciones, de
censuras y de prohibiciones, a las que se ve expuesto por los “guardianes de la
mentira”.
Frente
a la imposición del olvido y a la reconciliación amnésica del relato del poder,
los mejores ensayos y novelas de los últimos años persistieron en una obstinada
interrogación sobre las historias nacionales y del mundo, polemizando en
algunos casos, en el que no es posible avanzar sobre tal o cual hecho, en la
esfera de lo privado, o lo público, consumado y publicitado, cual objeto de
consumo, por los macro medios corporativos de información.
Al
igual que los mitos, todos los relatos oficiales devienen en fetichizar el
pasado – “la de-generación del documento en monumento” dice Foucault – y a
construir una historia por decreto, cual verdad única e irrefutable, ante el
silencio, cobarde y cómplice, de los intelectuales que callan y ocultan
sumándose al relato de la historia ficcionalizado.
Las
prácticas sociales, políticas, y culturales se enmarcan en un teatro bufo, muy
lejano a lo que realmente fue, es y sin dudas será el espacio polémico del
proceso histórico, con vencedores y vencidos, veraces y fabuladores, valientes
y cobardes, traidores y héroes, vírgenes y cortesanas, en fin, las ruinas y
desechos que hacen al quehacer de la Historia: “historia magistrae vitae”, esta
vieja sentencia, acuñada por Cicerón, recobraría otra vez significado.
La
irrupción de la tecnología, que sintetiza la narrativa de la historia
caprichosa y arbitrariamente, vincula el presente a un sin tiempo, a un no
lugar, una percepción de un presente eterno, que anula toda posibilidad de
modificar un pasado que se construye sin registro en lo real de los
significados y significantes, desintegrando su identidad histórica y
existencial.
Los
registros que se inscriben como sedimento de una memoria que olvida la pulsión
de la historia, se imponen violenta y autoritariamente sobre una humanidad en
estado de exilio de su vida y su devenir como parte de una comunidad, de una
civilización que ya no existe, ya no es.
Nos
queda el lenguaje, cual componente de la historia, pero cuando se desplaza por
la confusión en que medios y redes sociales narran el presente sin destino y
pérdida de sentido, el vacío de significados provoca una pérdida de la vigencia
de lo “real” para, de ese modo, dejar el pensamiento humano librado a una
suerte de ser un eterno paria de lo que jamás aconteció.
Excluidos
de la historia oficial, podemos narrar la trama de traiciones, desde las
fisuras, de silencios impuestos por los poderes fácticos que todo lo controlan,
desde los medios, arma fundamental para manipular a una humanidad esclava y sin
aparente salida de esta máquina en la cual —como carnaval rabelesiano— las
identidades se cruzan, intercambian y mudan.
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