LA AURORA...
DUNIA SÁNCHEZ
Sereno es el
auge de la aurora. Un cierto firmamento gris empaña los últimos astros en el
sentido de sus alientos. Ella se eleva y se evapora en su meditación con una
taza de café. Aún es temprano. La casa vacía, no hay muebles, solo una silla y
una mesa. Se sienta y respira hondo observando a través de la ventana, la única
que posee bajo su techo, los alegres pajarillos que anuncian una lluvia tierna,
suave ¡Cómo le sabe ese café¡ Mira los posos que ha dibujado y no halla su
destino, el rumbo a tomar en esa jornada que se asoma. Se levanta, una ducha de
agua fresca la aliviará de sus pensamientos. Se seca, se viste, sale a la
calle. Las aceras permanecen en la quietud de lo cenizo. Te yerta sobre un
viejo cementerio. Ahí están sus seres queridos, no lleva flores. Solo una
visita enlazada al grito de su soledad. Sí, sola y sus muertos. Habla y habla
con ellos. Les pregunta sobre su ayer, por qué se han ido tan temprano. Las
respuesta que recibe es paralela a un mundo lejano, un mundo que ella aún no ve
¡Por qué¡ ¡Por qué¡ Sigue preguntando. Ella quiere ir con ellos, aquí es
seducción de manos agrietadas por la sequedad de su silencio, de los desiertos
habitados por ortigas. Ellos callan, deja que sus lágrimas cubran su rostro en
esa desesperación. Se va, lejos, muy lejos donde los cipreses y los cuervos no
mecen su palabra. Retorna a su casa. Sí, ahí, donde una silla y una mesa la
espera para el juego tenebroso de su espíritu. Cuando entra siente un aroma
especial, mágico diría yo. Son sus seres queridos, esos que se han ido. Luces
verde azuladas danzan alrededor de ella. Se siente viva. Abre su mano y en su
palma se posan. Una a una clama un deseo, una felicidad que la hace sonreír.
Sonreír y continuar
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