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viernes, 27 de mayo de 2016

LA AURORA...

LA AURORA...

DUNIA SÁNCHEZ
Sereno es el auge de la aurora. Un cierto firmamento gris empaña los últimos astros en el sentido de sus alientos. Ella se eleva y se evapora en su meditación con una taza de café. Aún es temprano. La casa vacía, no hay muebles, solo una silla y una mesa. Se sienta y respira hondo observando a través de la ventana, la única que posee bajo su techo, los alegres pajarillos que anuncian una lluvia tierna, suave ¡Cómo le sabe ese café¡ Mira los posos que ha dibujado y no halla su destino, el rumbo a tomar en esa jornada que se asoma. Se levanta, una ducha de agua fresca la aliviará de sus pensamientos. Se seca, se viste, sale a la calle. Las aceras permanecen en la quietud de lo cenizo. Te yerta sobre un viejo cementerio. Ahí están sus seres queridos, no lleva flores. Solo una visita enlazada al grito de su soledad. Sí, sola y sus muertos. Habla y habla con ellos. Les pregunta sobre su ayer, por qué se han ido tan temprano. Las respuesta que recibe es paralela a un mundo lejano, un mundo que ella aún no ve ¡Por qué¡ ¡Por qué¡ Sigue preguntando. Ella quiere ir con ellos, aquí es seducción de manos agrietadas por la sequedad de su silencio, de los desiertos habitados por ortigas. Ellos callan, deja que sus lágrimas cubran su rostro en esa desesperación. Se va, lejos, muy lejos donde los cipreses y los cuervos no mecen su palabra. Retorna a su casa. Sí, ahí, donde una silla y una mesa la espera para el juego tenebroso de su espíritu. Cuando entra siente un aroma especial, mágico diría yo. Son sus seres queridos, esos que se han ido. Luces verde azuladas danzan alrededor de ella. Se siente viva. Abre su mano y en su palma se posan. Una a una clama un deseo, una felicidad que la hace sonreír. Sonreír y continuar

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