EL PRIMERO DE MAYO SEGÚN
AMANCIO ORTEGA
DAVID TORRES
Por tres o
cuatro días no coincide el cumpleaños de Amancio Ortega con el Primero de Mayo,
casi habría que desplazar una de las dos fechas para celebrar al unísono ambas
efemérides. Aparte de Fátima Báñez y de Cándido Méndez, pocos habrán hecho más
que Ortega por acabar con la lacra del trabajo en España. El gran filántropo
español -que lloró de emoción ante el espontáneo homenaje de sus empleados- es
un pionero de la multiplicación de beneficios mediante técnicas
tercermundistas, lo que se ha venido a llamar libre mercado de toda la vida, ya
saben, ese portentoso sintagma donde el mercado es libre, las personas esclavos
y la mano invisible la tienen los pobres metida hasta el codo en el culo.
Para mantener
los dedos limpios, evitando la incómoda responsabilidad -el libre reclutamiento
de niños para que cosan camisas a diez céntimos por camisa y luego venderlas en
occidente a treinta euros cada una-, se inventó la externalización de
subcontratas de negreros. Gentes sin escrúpulos que trafican en países donde la
legislación laboral la redactan los perros en las aceras tres o cuatro veces al
día. Sin embargo, algo hemos mejorado: lo bueno de los esclavos negros de la
actualidad es que ni siquiera hay que traerlos en barcos a las plantaciones y
que además los hay amarillos, blancos, rojos y de todos los colores.
Pedro Reyes, el
gran cómico de quien hace poco más de un mes se cumpió el primer aniversario de
su temprano y trágico fallecimiento, advirtió del peligro de criticar esa
estrategia de las multinacionales de encargarle a los niños de Pakistán que les
cosan los balones de fútbol a 50 pesetas para luego, en su ignorancia,
venderlos a 7000 u 8000 pesetas. “Se mosquean mucho las multinacionales” decía
Reyes. “Eh, que no son 50 pesetas, que son 56. Y no os pongáis farrucos con los
derechos humanos que hay un proyecto para enseñar a los monos a coser pelotas”.
Parece humor negro pero no: es multirracial.
En 1965 se
trasladó en nuestro país la celebración del Día de la Madre del 8 de diciembre
al primer domingo de mayo. La casualidad onomástica ha servido para recordarnos
que hoy día los trabajadores españoles tienen prácticamente los mismos
derechos, salarios y reconocimientos que esas dulces prisioneras del hogar. O
sea, ninguno. Es un objetivo por el que se han esforzado al máximo los dos
grandes líderes sindicales del país, Cándido Méndez y Toxo Fernández, que han
sustituido las huelgas generales de los tiempos de Nicolás Redondo y Marcelino
Camacho -con paros laborales y manifestaciones multitudinarias en las calles-
por una sutil y permanente estrategia de huelga de brazos caídos: los de los
sindicalistas propiamente dichos. No se les puede pedir mayor identificación
con los parados. Largos años de no dar palo al agua que han permitido al
bisindicalismo hispánico sobrevivir sin apenas desgaste a pesar de la pérdida
de millones de empleos. Cuando se retiró, Cándido Méndez podría haber
parafraseado perfectamente aquella famosa proclama de Kennedy: “No preguntes lo
que tu sindicato puede hacer por ti, pregúntale lo que puede hacer por mí”.
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