PABLO CONTRA LA PRENSA
ANÍBAL MALVAR
Esta semana los periodistas nos hemos enfadado mucho con Pablo
Iglesias porque es un malote, un infierno y un horror, porque no respeta los
pasos de cebra y porque reparte propaganda irano-bolivariana con drogas a las
puertas de los colegios electorales y de los otros. En resumiendo, Pablo
Iglesias es el único colegial de España que sacando buenas notas dice que los
profes, los perios, le tenemos manía. Jo, que no, Pablo, o sea, un poquito de
por favor. Que no es nada personal. Son solo negocios.
La barbarie pablista sucedió este miércoles en la Universidad
Complutense de Madrid, donde el líder de Podemos afeó a Álvaro Carvajal,
periodista de El Mundo, su empeño en repartir obleas a la formación morada.
“Tengo que evitar que Álvaro Carvajal, que tiene aspecto de epistemólogo pero
es un periodista de El Mundo, me saque
el titular ‘Vamos a hacer que España se masturbe”. Ítem más: “Voy a utilizar a
los periodistas que nos siguen como recurso para explicar ciertos elementos que
vinculan a Podemos con el psicoanálisis. Creo que entre los periodistas y
Podemos se ha generado una cierta relación psicoanalítica que sirve para
explicar muchas cosas”.
La cosa hasta ha dado para que el ex periódico de ex Pedro J.
incluso le dedique su editorial principal de este jueves. “Iglesias subrayó que
estaba seguro de que los medios silenciaríamos hoy los prolongados aplausos con
los que fueron acogidas sus palabras en la Complutense. Al contrario, los
resaltamos porque demuestran que existe un sector en la sociedad española que
no distingue el bien y el mal”.
O sea, banda de paletos (entre los que me incluyo), que no
distinguís el bien del mal, os dice el editorial de El Mundo. Y andáis votando
a tontas, a locas y a coletas.
Haciendo memoria, no recuerdo editorial alguno de periódico
serio que haya criticado a nuestra carísima (en los dos sentidos) Esperanza
Aguirre por referirse a La Sexta como La Secta. Por poner liviano ejemplo. En
mis tiempos gallegos, recuerdo con dulzura cómo Manuel Fraga, demócrata de toda
la dictadura, se negaba a contestar en sus comparecencias públicas a los
periodistas de El País. En 2006, José María Aznar respondió la pregunta de una
periodista de Cuatro (o como se escriba), Marta Nebot, metiéndole un bolígrafo
entre las tetas. Y durante años, Felipe González le negó la palabra a cualquier
periodista de El Mundo por haber tenido la desfachatez de informar a los
españoles de que su gobierno cometía crímenes de Estado. No sé si os acordáis
de aquella pifia tan pintoresca de los GAL y o sea. En este sentido, Mariano
Rajoy se nos aparece como ilustre garante de la libertad de información,
permitiendo cualquier pregunta que le hagamos al plasma.
No quiero con esto significar que lo de Pablo Iglesias no haya
sido, por decirlo finamente, una cagada. Pero en absoluto me parece un ataque a
la libertad de expresión. Los que escribimos y opinamos debemos sufrir la misma
exposición pública que aquellos sobre los que escribimos y opinamos. Quid pro
quo.
Y, además, Iglesias no tiene razón. Hay medios que,
precisamente, pecan de acríticos con Podemos. Recuerdo a un subdirector de
periódico digital que un día se me quejaba del entreguismo de su joven
redacción: “Mando a un tío a cubrir la manifestación del Rodea el Congreso, y
me llega a la redacción ondeando una bandera republicana y cantando que no nos
representan. Esto, Malvar, no es serio”. Ahí empezó todo.
Anonadados estamos con la trama sobornil que se va desvelando en
los manejos de Ausbanc y Manos Limpias. Todo correcto. Salvo un pequeño
detalle. Nadie apunta el dedo acusador sobre los bancos y grandes empresas que
pagaron los chantajes a estos eminentes chorizos. ¿No son también delincuentes?
Lo escribía esta semana Gabriel Albiac en ABC con prosa clarísima. “Me hiere
que las instituciones que tienen en sus manos el dinero ganado por todos con
esfuerzo prefieran partir sombríos beneficios con turbios carteristas. Y que,
en ya tres decenios, nadie haya denunciado. Nadie: los poderosos eligieron
callar, seguir alimentándolos, con dinero”.
Como El Quijote ya lo tengo abandonado por poco imaginativo, me
voy al artículo 451 de nuestro Código Penal, que ilustra sobre cómo tratar
judicialmente los casos de soborno: “Será castigado con la pena de prisión de
seis meses a tres años el que, con conocimiento de la comisión de un delito y
sin haber intervenido en el mismo como autor o cómplice, interviniere con
posterioridad a su ejecución de alguno de los modos siguientes. Auxiliando a
los autores o cómplices para que se beneficien del provecho, producto o precio
del delito, sin ánimo de lucro propio”.
No solo son delincuentes los extorsionadores, sino los
paganinis. Habrá que hacérnoslo mirar. Me revuelvo a Ortega, a quien tengo especial
manía salvo por esta frase: “Lo que nos pasa a los españoles es que no sabemos
lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa”.
PS: Un abrazo fuerte al buen periodista Álvaro Carvajal,
protagonista sin quererlo de un debate al que nos debemos someter. No ahora.
Todos los días. Tous les matins du monde.
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