LA CARIDAD ES UNA
DOCENA
El Papa
Francisco ha ido a Lesbos a ver a los refugiados y se ha llevado una docena al
Vaticano. Llevarse a doce es una gran noticia para esas doce personas pero no
pasa de ser un gesto caritativo y no una solución justa
RUTH TOLEDANO
Una mujer refugiada se
arrodilla ante el papa Francisco en su visita a la isla griega de Lesbos, este
sábado 16 de abril.
El Papa Francisco ha ido a Lesbos a ver a los refugiados. Una
mujer se tira a sus pies y llora con tal desesperación que solo puede
entenderse leyéndola como un relato de terror: sus sollozos contienen el
infierno. Un niño de unos seis años se lanza a besar las manos de Francisco con
una ansiedad que espanta: en ese beso hay un grito que su edad es incapaz de
formular pero que nos ensordece de vivencias horribles. Desgarra imaginar lo
que ese niño fantasea ante la visión de ese hombre enorme e impoluto, los
milagros en los que su inocencia puede confiar. Desgarra imaginar lo que esa
mujer ha creído que puede lograr humillándose ante un hombre tan poderoso.
El Papa Francisco ha ido a Lesbos a ver a los refugiados y se ha
llevado una docena al Vaticano. Llevarse a doce es una gran noticia para esas
doce personas pero no pasa de ser un gesto caritativo y no una solución justa.
No es caridad lo que necesitan los refugiados (sobre todo, los miles que han
quedado fuera de la caridad papal), sino un plan urgente y común de políticas
humanitarias y de asilo. Mientras que la caridad puede medirse en docenas, la
justicia es infinita. Para empezar, resulta muy inquietante pensar en el
proceso de selección de esas doce personas: quién hizo el casting (que los
dioses me perdonen), cómo y por qué (por qué esas doce y no otras).
De hecho, y como señala Estrella Galán, secretaria general de la
Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), es más que seguro que Francisco
ni siquiera se haya podido saltarse el protocolo y ver la situación real de
Lesbos, sino "un disfraz que le han preparado". Una escenificación
que Bergoglio ha aceptado. Debiera haber exigido llegar hasta las entrañas de
ese campo de detención, poder deambular libremente por esos intestinos de un
continente donde se encuentra su propio Estado, debiera haber puesto como
condición poder mezclarse, de verdad, entre los refugiados, poder hablar, de
verdad, con los voluntarios. Gracia Maqueda, una trabajadora social que está
allí, cuenta que las autoridades "adecentaron" el recorrido que haría
el Papa, llegando a encalar muros en los que había pintadas de apoyo a los
refugiados y de denuncia de su indecente situación.
"Hemos venido para atraer la atención del mundo ante esta
grave crisis humanitaria y para implorar la solución de la misma", aseguró
el Papa a su llegada a Lesbos. Algo es algo, sin duda. Pero, ¿el mundo? Pudiera
y debiera Francisco haber concretado con precisión quiénes son los
destinatarios naturales de su súplica. ¿Por qué no mencionó a la Unión Europea
y a Turquía? ¿Por qué no se refirió explícitamente a los acuerdos de la
vergüenza? Podía y debía. Pero sucede que la caridad es complaciente con los
culpables; y, así, la complacencia acaba por ser cómplice: de hecho, el
Vaticano se cuidó de dejar claro que los ciudadanos que partieron en avión con
el Papa habían llegado a Lesbos antes de la entrada en vigor del pacto de la UE
y Turquía, por el que los refugiados y migrantes que llegan a Grecia son
detenidos para ser expulsados a Turquía.
Como Papa que es de una iglesia que dice basar su doctrina en el
amor al prójimo, Francisco no podía dejar de hacer este viaje: el drama se ceba
en las víctimas a no muchos kilómetros de los palacios vaticanos. Tenía que
hacerlo por mandato moral, pero también para acallar las conciencias de sus
fieles, acaso la suya propia. Y, de paso, lanzar un mensaje a los gobiernos.
Pero no podía permitirse la tibieza, y se la permitió. Precisamente esa
innegable visibilidad del problema que con su gesto ha propiciado podría haber
sido la visibilidad de un grito como el de Jesús a los mercaderes ( Ustedes han
hecho de mi casa una cueva de ladrones—Jeremías; 7, 11). Si mercaderes han sido
la UE y Turquía, pues en mercancía han convertido a los refugiados de la
guerra, lo más cristiano en Bergoglio habría sido una cólera como la de su
dios.
Hace tiempo que Bergoglio pidió a los obispos, párrocos y
congregaciones de su iglesia que abrieran a los refugiados las puertas de sus
templos y conventos. No lo ha hecho ni uno. Si bien su viaje supone un cierto
predicar con el ejemplo, también tendría que haberlo aprovechado para recordar
una vez más a los suyos que su deber cristiano es ese y que su indiferencia es
pecado.
Si Francisco hubiera querido hacer más y no pudo solo
demostraría que no tiene la fuerza suficiente para contrarrestar la que opone
la maquinaria vaticana. Y que él lo acepta. Esa asunción invalidaría cualquiera
de sus mínimos gestos, pues cuando de verdad eres un hombre santo, cuando de
verdad estás al lado del que sufre, no te queda otra alternativa que el
combate. La santidad solo puede ser radical. Como un niño que implora a unas
manos, como una mujer que se postra a unos pies.
No hay comentarios:
Publicar un comentario