El increíble Hernández menguante
DAVID TORRES
Un día, hace
muchos años, Hernández Mancha se levantó y vio con sorpresa que era unos
centímetros más bajo que el día anterior. Por aquel entonces, a mediados de los
ochenta, el PP ni siquiera se llamaba PP sino AP, y había alcanzado su techo
electoral con Manuel Fraga, que era un jerarca rudo que hacía y deshacía en la
derecha española a su antojo, como si el partido fuese la calle. El problema de
Fraga es que, aunque no hablaba demasiado bien, se le entendía casi todo.
Cuando dimitió, se convocaron las únicas primarias celebradas hasta la fecha en
la formación: al ganar Hernández Mancha, decidieron no repetir la experiencia.
El día en que
descubrió que era incluso más bajito que José María Aznar -que era un señor con
alzas en los zapatos que por aquellos tiempos apenas sobresalía de su bigote-
Hernández Mancha decidió retirarse de la política para no asistir más a su
propio declive en público. Sin embargo, siguió menguando al mismo ritmo que
antes. Para disimular, se refugió en un despacho de abogados que no paró de
crecer en diversos negocios mientras él prácticamente desaparecía de la vista.
El PP también crecía por diversos medios, electorales y de los otros, y cuando
alcanzó la mayoría absoluta por segunda vez, Hernández ya había descendido al
sótano.
Por eso, al
regresar de repente a la primera plana de la actualidad, en los titulares
panameños, Hernández Mancha replicó sin la menor sombra de duda que ese
Hernández Mancha que aparecía en un poder notarial no era él, puesto que él ya
no era nadie. Les habían engañado, no sabía cómo pero ese de ahí debía de ser
otro Hernández Mancha, dijo al tiempo que Ana Pastor desorbitaba mucho los ojos
como los faros de un camión intentando deslumbrar a un conejo. Estaba su firma,
sí, y su DNI, pero eso no significaba nada. “Ahí aparezco yo, pero es una
suplantación bastante tosca” prosiguió impertérrito. Se mordió los labios
cuando parecía a punto de sugerir que el de los papeles de Panamá era José
María Aznar, que también lo había reemplazado al frente del PP y además a dedo,
lo cual no deja de ser otra suplantación bastante tosca.
La negativa
particular recordaba esa otra negativa general de hace aproximadamente un año,
cuando afirmó que el PP no tenía una contabilidad en B porque ni siquiera tenía
una contabilidad en A. Le faltó dar un paso más en ese camino del empirismo
radical, al estilo de Hume y Berkeley, y negar la existencia entera del PP, una
hipótesis que cada vez se afianza con más fuerza no sólo en los dirigentes sino
en los votantes, quienes ya ni se acuerdan de Bárcenas, Matas, Rato, Granados,
Soria y otros cientos y cientos de afectados por ese extraño síndrome de la no
existencia. El PP es un estado mental. Hernández Mancha debería haber acudido a
la entrevista envuelto en un burka de la cabeza a los pies para finalizar con
un golpe de efecto brutal: quitarse el burka de un tirón y revelar que debajo
no había nada.
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