SÓLO INTRANSIGENCIA LEO, ALFONSO.
(en tus palabras)
Por Antonio Arroyo Silva
En pasadas elecciones locales (no recuerdo ahora cuál), éste que escribe, y dada su preocupación e inquietud por el triunfo de cierto partido político en su isla natal, tuvo la osadía de expresar su desaliento en un periódico digital y, nada menos, que en el apartado de comentarios de la noticia donde se celebraba a grito escrito y pelado dicho triunfo. Se le dijo de todo aquello que aún no figura en los diccionarios, el apelativo de “rojo” fue el único que lo llenó de orgullo. Orgullo por la tradición ya larga de personas cuyas vidas han pasado por la Isla dejando el pabellón de la libertad muy alto.
Justo en ese lugar llamado isla aprendí que la opinión de los demás es respetable y defendible, aunque nos pese, siempre que responda a la fórmula del respeto y el derecho a réplica. Sin embargo, en esos momentos, me sentí como el ratoncito que acude a una asamblea de gatos hambrientos a hablar de su derecho a la alimentación. Gracias a la virtualidad del sitio no fui zampado sin importarles un bledo mis apelaciones al respeto individual por la vida y la palabra.
En fin, se nos llama por una palabra indeterminada cuyo paradigma significativo va entre idealista e ingenuo, por no decir necio, totorota, singuango y otras lindezas que se usan por estos parajes. Cuando algo ante nuestras narices nos huela a fosfato, gato encerrado o similares, más valiera taparse los oídos, las napias y hasta el sentido común, nos dicen las personas con sinsentido individualista desde su llamado manual de buenas costumbres. Y uno, que no se arredra porque sabe que lo que huele mal o lo mal sonante requiere al menos una explicación, si se atreve a replicar, pues viene el gato o la gata de turno y zas, no deja ni los huesos, o, al menos, eso es lo que cree el o la tal animal.
Pero, cuando nosotros y nosotras, carne de cañón en la ratonera del mundo político de la realidad velada, además de esto, somos escritores, ya no interesa el cuerpo físico, sino el cuerpo de nuestras palabras que a fin de cuentas constituye nuestra respiración. No son antropófagos, sino comedores de nuestro aire. Eso ocurrió cuando, ante una serie de improperios y descalificaciones del periodista Alfonso González Jerez hacia un grupo innominado (y por tanto, según él, ignominioso) de escritores, editores y profesores universitarios por las razones que fueran y que nadie debe justificar no pudieron acudir a la última convocatoria del SILA. A ello le contestó Nicolás Melini que, a pesar de que no posee el don de la ubicuidad, se consideró insultado, como todos y todas los que sabemos que detrás de las generalizaciones hay una falacia no sólo de expresión sino, como decía arriba, de gato encerrado. Yo, que al menos me sentí aliviado de no estar englobado en el tercer grupo, pues soy un simple y pringado profesor no universitario y es bien sabido que a nosotros se nos invita con una mano y con la otra se nos descuentan los días de asistencia a los eventos culturales a que fuimos invitados por ellos mismos, escalón arriba o debajo de su castillo kafkiano. Y eso si somos escritores o partícipes del mundo de la cultura. Pero el caso fue que sí me sentí contrariado y casi agradecido al mismo tiempo. Contrariado por el desprecio generalizado que Alfonso González Jerez expresó no sólo hacia los poetas (y escritores en general), sino hacia su ejercicio de la escritura, ¿cómo sabe el aludido que los poetas que no acudimos escribimos malos endecasílabos y ripios y que nuestro ejercicio linda casi con el onanismo mental? ¿Sabe acaso que la poesía de Canarias (ésa) está siendo valorada más que nunca en América, Europa, incluso África? ¿Sabe acaso don Alfonso que hace poco hubo un evento al que se unieron muchos poetas canarios llamado “100 poeta por el cambio”, tanto en Las Palmas como en Tenerife, al margen de las instituciones, presupuestos y demás ínfulas? El evento se organizó desde California, y participaron muchísimos países, africanos también. Desde luego no se me ocurre hacer ningún reproche a los que no se unieron, pues todo acto cultural de la naturaleza que sea debe ser como una semilla sembrada que crece y crece. ¿Pero dónde estaba el flamante periodista cultural para hacer eco del evento no institucional? Y tras preguntarle a varios conocidos poetas, dónde estaba en las presentaciones de los mismos, cuyas obras han trascendido y otras han abierto la puerta para seguir el arduo camino hacia el perfeccionamiento de las mismas. Lo pregunto con esa ingenuidad que me caracteriza porque tengo constancia de muchos periodistas culturales que ponen su empeño en hacer resaltar a esos escritores nuevos que saltan a la palestra con sus opciones. Y no uno ni dos.
Por otra parte, como decía arriba, casi agradecido, porque con el título de la primera réplica a Nicolás Melini nuestro juez Alfonso me hace recordar el de un poema que le escribí al poeta Leocadio Ortega fallecido y valorado por un grupo de escritores palmeros y desde las revistas La Menstrua Alba, Azul y poco más, a pesar de su importancia. El poema se titula “Historia de unas banderas con prehistoria al fondo”. Digo casi, precisamente por ese al fondo donde se situó a Nicolás Melini, cuando realmente en ese fondo estamos todos dialogando con Leocadio, Eugenio Millet, Dulce Díaz Marrero, Félix Francisco Casanova y todos los poetas que se quedaron en nuestra memoria para siempre, y no en el ostracismo. Si fue casualidad o no (iluso de mí), por si acaso, le digo a don Alfonso que no entendió para nada el poema, como sí lo han hecho los pocos que lo han leído, la mayoría personas sencillas, aunque fuera escrito sin ansias neopopulistas ni de ninguna clase.
La verdad es que no tengo mucho conocimiento de la organización del SILA; pero sí el suficiente para valorar la importancia y trascendencia del mismo, incluso tengo datos que me impulsan desde estas líneas a felicitar a las personas desconocidas que han entregado su tiempo y su ánimo para que todos los años se puedan reunir escritores y editores de todo el Continente en el que estamos situados geográfica y (debería ser) anímicamente.
Nunca está la botella medio vacía sino medio llena, a no ser que ese vacío se guarde en la botella del victimismo, del “y mira que lo advertí” que suena a síndrome de Pilatos. Lo único que faltaba, que alguien esté lavándose las manos por los demás, sin agua y sin jabón para más señas-
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