EL GENOCIDIO EN GAZA Y EL DEBATE
SOBRE MIGRACIÓN
ITXASO DOMÍNGUEZ
Operación del Ejército israelí en
Gaza. / EFE
Hace
poco tuve la suerte de asistir en París, en el marco del Festival Ciné
Palestine, al visionado de la película To a Land Unknown, del director
Mahdi Fleifel, un largometraje centrado en la experiencia de dos jóvenes
palestinos que buscan la manera de huir a Alemania desde Atenas.
Desde
el primer momento, no pude dejar de pensar en el paralelo con la obra maestra
de Ghassan Kanafani, Hombres en el sol, sobre un grupo de palestinos que
ansían establecerse en Kuwait... y perecen en el intento. En ambos casos, el
espectador o lector atisba a entender dos aspectos integrales a la causa
palestina: cómo el mundo es ajeno a, y partícipe de, este sufrimiento y la
multidimensionalidad del exilio.
Algo que muchos hemos empezado a entender como consecuencia de la masacre en Gaza es que un importantísimo número de palestinos son refugiados —o, mejor dicho, exiliados—, como consecuencia de la Nakba de 1947-1949 y de devastaciones sucesivas. El pueblo palestino no es, por lo tanto, ajeno a la movilidad forzada y la añoranza del hogar.
En
una semana en la que los debates sobre la movilidad humana —sí, sí, ya sé que
en la calle se habla de migración— han vuelto a protagonizar una parte
del debate poselectoral, se me ocurrió que podría tener sentido reflexionar
sobre los vínculos con otra de las grandes cuestiones de nuestra época, como es
el genocidio en Palestina y, en última instancia, el contexto en la Palestina
histórica.
La
cercanía entre estas dos cuestiones está puesta de relieve por la forma en que
han sido instrumentalizadas por distintas ideologías. Sin embargo, el objetivo
de este artículo no es criticar a formaciones políticas, sino intentar entender
por qué esa instrumentalización ha resultado tan fácil, hoy y a lo largo de los
años.
La
deshumanización de migrantes y palestinos: patrones de marginalización y
supremacía global
Comprender
el vínculo entre la deshumanización de personas migrantes y palestinas destaca
los patrones más amplios de cómo se margina a otros grupos vulnerables. Una de
las principales razones es la profunda deshumanización de personas tanto
migrantes como palestinas. En el caso de los palestinos, esta deshumanización
es operada por Israel como potencia colonial. La colonización está basada en la
deshumanización, y el genocidio representa el grado máximo de la misma, que
adopta formas materiales, psicológicas y discursivas de violencia sistémica.
La
deshumanización de los palestinos está, sin embargo, y quizás para sorpresa de
muchos, también profundamente incrustada en nuestra forma de entender la causa
palestina. No me refiero solo a aquellos que justifican la violencia contra
ellos porque de una u otra forma lo merecen por ser o defender esta causa, sino
también a todas aquellas formas en las que creemos —instituciones, colectivos o
ciudadanos— saber qué es lo que más les conviene, con ejemplos muy notables
como sus repertorios de resistencia —no violentos, por supuesto—, o los
horizontes políticos de su liberación, con instrumentos como el reconocimiento
vinculado a la solución de dos Estados.
La
deshumanización es consecuencia de un número de mecanismos. Tanto los migrantes
como los palestinos suelen ser objeto de racialización y de otredad —el proceso
de percibirlos y retratarlos como no solo fundamentalmente diferentes, sino
sobre todo inferiores—. Esto incluye presentarlos como amenazas para la
seguridad, la cultura o la estabilidad económica.
Asimismo,
son innumerables las ocasiones en las que se utiliza un lenguaje deshumanizante
para describir a ambos grupos. Para los migrantes, términos como avalancha
los deshumanizan al reducirlos a desastres naturales. A esto se añade una
atención excesiva a los episodios en los que las personas migrantes recurren a
la violencia, sin explicar el marco de la misma.
En
lo que a los palestinos se refiere, nos encontramos con relatos que los
encuadran como inherentemente violentos, despojándolos de su humanidad
individual, pero también con la normalización cuantitativa con la que nos
referimos a miles de asesinatos, en contraste con la atención que se presta,
por ejemplo, a la muerte de europeos, siempre con nombre y apellido.
Así,
las representaciones negativas y deshumanizantes de migrantes y palestinos en
los medios refuerzan estereotipos dañinos y justifican políticas inhumanas. La
deshumanización sirve a propósitos políticos. Presentar a los migrantes como
peligrosos o indeseables, pero también como meros bienes fungibles que pueden
ser útiles a nuestra economía, justifica políticas migratorias restrictivas. De
manera similar, deshumanizar a los palestinos contribuye a justificar ofensivas
militares y décadas de impunidad israelí. Enmarcar a migrantes y palestinos
como amenazas de seguridad justifica, a su vez, la vigilancia, la
militarización y las medidas de control estrictas.
El
hecho de que Israel se haya convertido en referente internacional en la lucha,
cada vez más sofisticada gracias al uso de la tecnología, tanto contra la
inmigración como contra el terrorismo debería hacernos reflexionar (y sí,
presionar para que nuestros países paren de raíz ese comercio en todas sus
derivadas).
Ambos
grupos experimentan una presión y daño psicológicos significativos debido a la amenaza
constante, la inestabilidad y la violencia. La deshumanización persigue,
consciente o inconscientemente, la pérdida de dignidad y agencia, evitar la
movilización (que luego será inevitablemente reprimida) desde su propio germen.
La deshumanización presenta así un vínculo no desdeñable con la fragmentación
que hoy en día aqueja al pueblo palestino, también impuesta por Israel, ya que
incide en un individualismo, un sálvese quién pueda, que condena de
forma más dura a aquellos que priorizan la dimensión colectiva de su lucha.
La
retórica de racialización implica crear una dicotomía de nosotros contra
ellos. Migrantes y palestinos son presentados como el otro para
fortalecer la unidad entre el grupo interno, que no coincide con una supremacía
blanca representante de la civilización occidental. No es casualidad que los
mensajes de la derecha al respecto de ambas cuestiones pongan tanto énfasis en
la necesidad de salvar esa civilización. Tampoco lo es que también haya un
importante número de progresistas que se aferran al mensaje de que Israel es
una democracia, a lo sumo aquejada de un problema de radicalización política.
Incluso
aunque la deshumanización exista en un importante número de contextos, y con
ello aparezcan varios paralelos, es importante indicar que esta deshumanización
también distingue entre grados de racialización, lo que explica los dobles
estándares con Ucrania no solo en lo que respecta a la reacción frente a la
violencia desproporcionada de una potencia con apetitos imperialistas, sino también
a la voluntad de abrir los brazos a los refugiados ucranianos, y no a aquellos
que huían de Siria o de Gaza.
Unos
son blancos, otros lo son menos. Unos son cristianos, otros han sido educados
en regiones menos civilizadas. Y así hasta el infinito. Esto no nos debería
hacer olvidar, sin embargo, que la supremacía europea se ha fundamentado desde
hace siglos en racializar a diferentes colectivos para explotarlos y justificar
su desposesión, y este también ha sido el caso del Este de Europa durante décadas,
e incluso hoy en día.
Todo
esto está muy bien, pero son castillos en el aire
Una
respuesta común cuando se trata de migración, que también solemos escuchar al
hablar del contexto en la Palestina histórica, es que hay que ser realistas.
En el caso de la migración, se argumenta que debemos tener en cuenta nuestra
realidad material, que impide acoger a un número exagerado de personas
migrantes. En el caso de Palestina, se afirma que Israel es un Estado
plenamente integrado en la comunidad de naciones; uno extremadamente poderoso e
influyente.
Uno
que además sabe lo que hace, mientras que los palestinos parecen no saber cómo
gobernarse (fue hace poco que el antiguo ministro de Asuntos Exteriores israelí
Shlomo Ben Ami, aplaudido por ser crítico con su país, proponía un mandato
internacional para gobernar el territorio palestino ocupado). Los que abogan
por el pragmatismo omiten mencionar que este frecuentemente es a expensas del
derecho internacional aplicable.
No
es casualidad que la estrategia global de la Unión Europea esté basada en lo
que se denomina pragmatismo de principios. El objetivo era conciliar
agenda normativa e intereses. La región de Oriente Próximo y el norte de África
representa el ejemplo perfecto de lo que más bien parece hipocresía
organizada, con un apoyo casi ilimitado a regímenes autoritarios que deja
de lado cualquier enfoque mínimamente basado en derechos y anclado en el
derecho internacional y sus normas subyacentes.
La
virtud, pero también la trampa, de los enfoques pragmáticos es que se centran
en soluciones prácticas a lo que es identificado como problemas inmediatos,
independientemente de su complejidad y la sostenibilidad de esas soluciones.
En el contexto de Palestina, esto implica asegurar la estabilidad en la región
y la alianza con Israel. Para la migración, significa abordar el control
fronterizo con cada vez mayor intensidad, e incluso mediante acuerdos de
legalidad dudosa y legitimidad nula con países terceros.
Pragmatismo
y realpolitik van de la mano. Por ello, en un caso y el otro, el relato
prevalente opta por borrar la historia y el origen de esas situaciones
presentadas como inevitables. En el caso de la migración, no es que no haya
ninguna referencia al rol de las potencias coloniales en subdesarrollar el sur
global, es que las hay aún menos a la asimetría global material, que es la
única forma de garantizar los privilegios de los que gozan los países que optan
por limitar el número de migrantes que llegan a sus fronteras.
En
el caso de Palestina, ni siquiera un genocidio televisado en una Franja de Gaza
repleta de refugiados, consecuencia directa de la Nakba palestina enlazada al
establecimiento del Estado de Israel, consigue que el relato y las demandas
miren más allá del alto al fuego, al apartheid colonial que subyuga al
pueblo palestino desde 1948.
La
especificidad palestina: refugiados ad hoc y el imposible derecho de
retorno
Permítanme
un último apunte referido a lo que separa a los exiliados palestinos de otras
personas migrantes. La Nakba conllevó la aparición de la cuestión de los
refugiados como uno de los pilares de la causa y futura liberación
palestina. Un quebradero de cabeza para la comunidad internacional, ya que la
Asamblea General de Naciones Unidas reconoció la necesidad del derecho de
retorno de los al menos 750.000 palestinos expulsados de su hogar, pero Israel
sigue sin admitir que estos puedan retornar al interior de la Línea Verde, ya
que esto pondría en peligro la mayoría demográfica que exige el mantra sionista
el máximo territorio posible con el mínimo de población palestina.
La
sociedad internacional no solo ha forzado una y otra vez a que los
representantes oficiales palestinos renuncien a ese derecho de retorno en el
marco de negociaciones —que, claro está, se alega, tienen que tener en cuenta
la asimetría sobre el terreno—. También dio forma desde un primer momento a un
régimen jurídico específico, y extremadamente limitado, para estos refugiados,
caracterizado por la insostenibilidad. No existe un programa específico de
reasentamiento de refugiados para los palestinos, y ACNUR solo puede otorgarles
estatus protegido en casos muy circunscritos.
La
Convención de Ginebra de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados fue redactada
de tal manera que excluía a los palestinos de la protección y consideración de
ACNUR. En su lugar se mantendría a la Agencia de Naciones Unidas para los
Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés)
para que proporcionara servicios sociales, educación, atención médica, refugio
y cierta ayuda de emergencia a los refugiados palestinos, comprometida a
alejarse de cualquier reivindicación eminentemente política.
A
esto se añade que los palestinos son perfectamente conscientes de la
importancia de permanecer en la que es su tierra en vista de las indudables
intenciones de limpieza étnica por parte del régimen israelí. No es por nada
que uno de los eslóganes claves de la causa es existir es resistir. Esto
ha quedado claro durante estos últimos meses de genocidio, en los que son miles
los palestinos que se han negado a abandonar la Franja, por temor a que se
repita el contexto de 1947-1949. Y los esfuerzos israelíes en este sentido son
cada vez más intensos, como explicitaron las conversaciones del país con el
Congo y otros países para que aceptaran un plan de migración voluntaria
y acogieran a residentes de Gaza.
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