LA RESISTENCIA DE LAS CARAS BLANCAS
La movilización
popular es la primera malla de contención ante el avance del Gobierno de Milei
que llegó para rematar al país como en una feria de segunda mano
Choques entre las
fuerzas del orden y manifestantes a las afueras del Congreso en Buenos Aires.
/ Vanguardia
Qué
hacés, tres veces que hacés!
Los
paredones de Buenos Aires no tienen sur ni después
Malena
canta en el fango como en la Luna
Y
en el cemento crecen los muertos que el subterráneo
Escupe
en construcción, rajá turrito, rajá
Los
taxis cargan escuerzos, la cana busca su almuerzo
Los
ciegos bailan entuertos, los huesos, los rezos
Los
sesos, los densos, los muertos
Tango feroz, Ulises Butrón
La
fotógrafa Celeste Alonso lagrimea ciega del dolor. Un fuego líquido la quema
por dentro. Sabe que no puede abrir los ojos porque es peor. Ya lo intentó. Si
lo hace, sentirá –otra vez– que el sol le achicharra las pupilas, que mirar es
una tortura. Entonces así, con los párpados sellados por el ardor, sostiene su
cara en el aire para que los médicos de la posta sanitaria le saquen los restos
del gas que le acaba de tirar un policía federal. Un voluntario abre un cartón
de leche y le baña los ojos, la boca, la nariz. Con un trapo le frota la cara
para sacarle el aceite venenoso que la está prendiendo fuego. No alcanza. La
quemazón ya se extiende al resto del cuerpo. No podrá seguir trabajando. Tendrá
que ir a la guardia del Hospital Oftalmológico Pedro Lagleyze. Los efectos del
gas recién se calmarían 24 horas después. El ataque a Celeste se replicó con
particular obsesión sobre periodistas, reporteros gráficos, camarógrafos de
televisión, y con locura general sobre todos los que protestaron frente al
Congreso durante el tratamiento de la Ley Ómnibus.
Con
tres días de represión en la calle y negociación dentro del Palacio. Con más de
cien heridos –uno de ellos de gravedad con riesgo de perder un ojo– y al menos
20 detenidos. Con 25 trabajadores de prensa lastimados. Con la mitad de los
artículos propuestos en el proyecto original (de 664 a 383). Con una
negociación aún pendiente con los gobernadores provinciales. Con aliados
desconfiados y algunos propios con más dudas que certezas. Con una oposición
que –parece– comienza a salir del coma profundo. De esta manera el presidente
Javier Milei se aseguró la aprobación general de su megaproyecto en Diputados:
la media sanción, el primer paso. Que técnicamente todavía puede sufrir más
modificaciones cuando, este martes 6 de febrero, se trate el proyecto de manera
puntual, ítem por ítem. Falta también –claro– la otra media sanción del
Senado.
La
primera conclusión es que el oficialismo tiene que negociar porque puede
quedarse con poco. O con nada. Y que tendrá que bajar sus expectativas si
pretende que ambas cámaras aprueben su ley. La segunda –condicionante de la
primera– es que la movilización popular es la primera malla de contención ante
el avance de un gobierno que llegó para rematar al país como en una feria de
segunda mano. Una semana atrás, la huelga general de la CGT. El país se detuvo. La plaza del
Congreso se llenó de gente. Tuvieron que posponer el inicio de las discusiones
hasta la semana siguiente –el miércoles 31 de enero–. Durante ese día y los dos
siguientes fueron los partidos y los movimientos de izquierda los que se
concentraron para repudiar al oficialismo. Sobre ellos cayó la represión
organizada por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quien dispuso un
operativo con la Policía Federal, la Gendarmería y la Prefectura Naval.
Una
alegría siniestra flotaba como una nube tóxica sobre la Plaza de los Congresos.
Los agentes federales reían. Detrás de sus escudos se veían sus caras de
placer. Sus caras de payasos. Hacían mímica de los cantos populares. Sacaban la
lengua. El regocijo de la impunidad. Un cubierto libre para policías con hambre
de represión. Y un juguete nuevo, obsequio de la ministra, el gas amarillo.
Un spray portátil que combina el gas pimienta y el gas
lacrimógeno, genera mayores quemaduras y mayor irritación que los lacrimógenos
habituales. El médico Franco Capone estuvo en la posta sanitaria y explicó que
“como es un spray con base oleosa, se necesitan sustancias
grasosas para removerlo, como la leche entera o el óleo calcáreo; el aire y el
agua empeoran los síntomas”.
La
metodología del operativo fue la misma los tres días. A medida que avanzaba la
represión, las caras de los heridos se teñían de blanco. Como Celeste,
manifestantes y periodistas tuvieron que recurrir a los centros de asistencia
para bañarse en leche. Después de la avanzada química, era el turno de la
motorizada. Escopeta en mano, los policías barrían las calles a puro balazo de
goma. Piernas, brazos, caras.
En
el pico de tensión el jueves a la tarde, el bloque de Unión por la Patria y el
Frente de Izquierda dejaron las bancas y entraron en la plaza para intentar
frenar la cacería. También fueron reprimidos. El abogado de derechos humanos
Mauro Aufieri tuvo que ser operado de un ojo después de recibir un proyectil
policial. Su vista sigue comprometida.
Mientras
tanto, el oficialismo negociaba con sus aliados las condiciones para que
levantaran la mano a la hora de la votación. Concesiones para las provincias.
Afuera el paquete fiscal. Facultades delegadas por un año pero sin incluir la
emergencia en salud, previsional y fiscal.
Finalmente,
la tropa de Milei y sus aliados logró imponerse por 144 a 109. Justo minutos
previos a la votación, los legisladores de la Libertad Avanza insertaron
artículos que no estaban contemplados en el dictamen que se había estado
discutiendo. El artículo 179 que desfinancia el Fondo de Integración Socio
Urbana y el 196, que elimina el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la
Administración Nacional de Seguridad Social. Este último, beneficia directamente
al Grupo Clarín y a los gigantes energéticos Pampa y Techint.
Esta
irregularidad se suma al escándalo que rodea al texto original. Elaborado en la
oficina de un empresario, el dictamen fue firmado por legisladores que no
sabían lo que firmaban, y sustituyó al texto discutido durante la fase previa,
en el plenario de las comisiones.
Hasta
acá, la conducta del Gobierno de Javier Milei y sus aliados aportan una tercera
conclusión. Hoy en Argentina no hay institucionalidad que pueda sostener los
caprichos mesiánicos de un presidente obsesionado por su papada y las fotos de
instagram, la salud de sus mastines, y su voluntad de transformar el país en un
páramo a fuerza de sangre y represión.
El
oscurantismo apocalíptico de los hermanos Milei tiene, desde estos días, un
nuevo frente de resistencia, basado en grasa y solidaridad, las caras blancas
del aguante.
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