UN FACHA EN LOS GOYA
PACO
TOMÁS
Periodista
y escritor
El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo
, en una foto de archivo. /EP
Un astronauta en la
corte del Rey Arturo y un facha en los Goya. En la primera, un ingeniero aeronáutico,
por la activación de unos campos magnéticos, acaba retrocediendo en el tiempo
hasta la época medieval. En la segunda, un tipo de mentalidad medieval,
disfrazado con un esmoquin más feo que el pasado de Mario Conde, logra que una
comunidad autónoma retroceda en el tiempo sin necesidad de activar campos
magnéticos. La primera es una película de Disney. Lo segundo, un hecho
demostrable que ojalá fuese solo el argumento de una película.
Ver a un facha en una actividad cultural es más insólito que la presencia de un astronauta en la corte del Rey Arturo. Ellos son más de cacerías, peñas taurinas y ese tipo de actividades en las que pueden lucir esas prendas acolchadas verde oliva que tanto les gustan. El facha debió desempolvar el esmoquin que llevó en su boda, que ya no le sentaba bien, y avanzó por la alfombra magenta de los premios con las piernas separadas y la zancada de cowboy de Aliexpress.
Cuando un facha
habla, sus palabras suelen deslizarse por su aliento con la chulería del
terrateniente, del gañán de buche henchido al que, como le sucedía al
protagonista de El traje nuevo del emperador, nadie le ha dicho que va desnudo.
Al facha le encanta la provocación desde la salvajada. Cree que irritar a un
demócrata, vulnerando los más elementales códigos de la convivencia, es una
medalla al valor. Por eso un facha sería capaz, por ejemplo, de llamar
"señoritos" a los productores del cine español, decir que solo viven
de subvenciones para acabar rodando películas muy malas que no interesan a
nadie y luego, con sus santos cojones, presentarse en la ceremonia de los Goya
porque cree que su presencia va a escocer. Porque lo que para cualquier persona
es una irresponsabilidad, para un facha es una demostración orgullosa de su
masculinidad tóxica y ególatra. Lo que para nosotros es educación, para un
facha es cobardía.
A un facha no le
interesa la cultura. Y menos aún el cine español. Piensa que es un nido de
rojos que más valdría exterminar. Pero acude a la gala de los Goya porque, casi
con seguridad, a su pareja le hacía mucha ilusión ver de cerca a José Coronado
e intentar hacerse una foto con él. Y el facha, que es un caballero de los de
antes, de los de mucho antes, va. Aunque le interese una mierda todo. El facha
se traga una gala con un actor denunciando la emergencia climática mundial que
él niega; con una actriz reclamando los derechos de las personas trans que él
detesta; con una directora exigiendo el fin del genocidio en Gaza que él
justifica; con una compositora premiada por versos como "yo te quiero
querer sin miedo a que puedan volver", cuando el temido es él; con un
actor solidarizándose con el pueblo argentino que asiste a la destrucción de su
Estado de Derecho a manos de un político al que el facha admira; y con toda una
profesión posicionándose contra el acoso sexual y la violencia de género que él
afirma que no existe. "Lo hice por ella", le dirá el facha a sus
amigos fachas en la barra de algún bar de mueble color remordimiento.
Dicen que es la
primera vez que un facha asistía a una entrega de Premios Goya. Lo dudo. Algún
facha en el armario ya habrá visitado la gran fiesta del cine español. Tal vez
lo hiciese con prudencia, esa que ahora han perdido en nombre de la
bravuconería. Pero mi pregunta es: ¿sabrá el facha que es facha? Porque si hace
una semana estuvimos hablando de lo importante que es apoderarse del insulto,
desactivarlo y resignificarlo, me resulta curioso constatar lo mucho que les
molesta a las personas de derechas que les llamen fachas. Algo que el talentoso
equipo de guionistas de Polònia, el programa de sátira política de TV3,
demostró, con un ingenio rápido como la pólvora, haciendo una versión del Zorra
de Nebulossa. El mismo número de fonemas tiene la palabra "zorra" que
la palabra "facha", incluso que la palabra "fruta". El
propio título del programa catalán es una reapropiación del menosprecio
español, o sería más adecuado decir madrileta, que señaló al catalán, en tono
peyorativo, con el término "polaco".
De momento, las
derechas no parecen estar interesadas en reapropiarse de la palabra facha.
Quizá porque la palabra tenga más de descripción que de insulto. Para mí no es
lo mismo una persona ideológicamente situada a la derecha que un facha. Lo que
sucede es que el partido político hegemónico de la derecha democrática
española, que siempre ha presumido de acoger bajo su ala de gaviota a todo el
espectro ideológico, desde el moderado hasta el facha, ahora tiene que negociar
con su hijo violento e independizado. Y en esa negociación ha optado por asumir
como propia la violencia y el exabrupto del hijo en lugar de enseñarle
educación y valores. Y ahí es donde "lo facha", como el cordyceps de
The last of us, lo infecta todo.
Como en el cuento
de Hans Christian Andersen del que les hablé al principio de esta columna,
siempre hace falta que alguien señale lo evidente. En una gala de casi cuatro
horas tuve que esperar a los últimos veinte minutos para que una persona
aludiese a la presencia del facha en la sala. Y, como en la fábula, la gente
reaccionó. Esa fue una de las grandes ovaciones de la noche. Confieso que la
esperé con deseo. Porque el cine, como toda expresión cultural, es un reflejo
de la sociedad en la que vivimos. Y lo que no se cuenta, no existe. Tenemos la
obligación de contarlo y de ponerle nombre. Aunque ese nombre sea
"facha".
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