jueves, 8 de diciembre de 2022

LUIS ENRIQUE EL INTRUSO

 

LUIS ENRIQUE EL INTRUSO

El todavía seleccionador no respeta las normas del mundo al que pertenece. Y muchos no le perdonan esa soberbia del que tiene la certeza de que nada de esto importa demasiado

GERARDO TECÉ

Luis Enrique durante uno de sus directos en Twitch.

Luis Enrique es un intruso. No importa que el tipo lleve 30 años practicando su oficio al máximo nivel. Eso es lo de menos. Uno es y será de por vida un intruso en cualquier ámbito de la vida si no está dispuesto a respetar las normas del mundo al que pertenece. Y Luis Enrique ha demostrado, de forma insultante, no respetarlas. En el juego del fútbol no importa tanto la pelota como lo que la rodea. ¿Fue justo dejar fuera de la lista a Fulano? ¿Es merecido contar con Mengano teniendo en cuenta que no rasca minutos en su club desde marzo? ¿Estuvo acertado el juez de línea cuando le recomendó al árbitro principal ir a ver la jugada al VAR? ¿Qué les pareció la rueda de prensa del míster? ¿Y la respuesta que le dio al reportero del diario Las Bolas? Muchos no le perdonan al todavía seleccionador que no entienda nada de esto. No le perdonan que no quiera practicar este deporte o que, peor aún, cuando lo practique lo haga con desdén, con esa soberbia del que tiene la certeza de que nada de esto importa demasiado.

 

“Luis Enrique divide”. Le escuché ayer el veredicto tras la eliminación de la selección a un reputado analista deportivo. El tipo tiene razón. ¿Cómo no va a dividir alguien que, en un país que entiende el fútbol como un asunto serio y las cosas serias como un juego, lo vive y transmite justo al revés? Al terminar el partido de ayer, al caer España ni más ni menos que eliminada por Marruecos, Luis Enrique se encogió de hombros y dijo que no había podido ser, que habían hecho lo que habían podido, pero que las cosas no siempre salen en la vida como uno quiere que salgan y que hasta otra. Ni una lágrima. Ni un perdón. Ni una gota de drama. Es intolerable. Así se lo hicieron saber quienes acusaron al tipo, que aún nota en su nariz aquel codo de Tassotti en el 94, de no involucrarse lo suficiente con España. Es frustrante. Frustra ver la invulnerabilidad de quien, por durísimas vivencias personales, de esas que ponen las cosas en su justo lugar, será impenetrable a las críticas vengan de donde vengan. Cabrea su soberbia y cabrea su pasado. ¿Tiene sentido que un tipo que renegó del Santísimo Real Madrid para entregarle su amor al Barcelona dirija el fútbol español? Si tiene un pasado que divide, si reniega de las normas que rodean al juego, si se muestra invulnerable, ¿cómo no va a ser Luis Enrique un intruso en un mundo de nervios, excesos y prioridades mal gestionadas?

 

Durante una de sus muy poco serias conexiones por Twitch –para colmo, el tipo prioriza echarse unas risas con los aficionados a las dramáticas ruedas de prensa deportivas–, Luis Enrique marcó el que probablemente haya sido el mejor gol de España en un mundial hasta la fecha. Muy por delante de aquel en el que Iniesta batió de un derechazo cruzado al holandés Maarten Stekelenburg para alegría de todos. El seleccionador explicaba que las ganancias generadas por sus streamings irían destinadas a una asociación que trabaja en Barcelona con niños que sufren cáncer en su estado más duro, ese en el que deben ser sometidos a cuidados paliativos. Un asunto que, por desgracia, Luis Enrique conoce bien. Fue entonces cuando un aficionado escribió en el chat que a Cataluña ni agua y fue entonces cuando Luis Enrique volvió a hacer lo que mejor se le da, que es dividir y generar conflicto. Pudo obviar el comentario. Pudo tirar de la diplomacia que se espera en alguien con un cargo de tanta exposición. Pero Luis Enrique decidió responderle a aquel tipo, alma del negocio como aficionado, por el camino más corto, diciéndole que si consideraba un problema para echar una mano que una persona haya nacido en un lugar u otro, no quería su dinero. Y que adiós muy buenas. Pues eso. Adiós muy buenas, Luis Enrique. Algunos seguiremos siendo hinchas de los intrusos, ganen o pierdan. Qué narices, mucho más cuando pierden.

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