DESVERGÜENZA EMÉRITA
DAVID BOLLERO
Juan Carlos I y Felipe VI. -REUTERS
Juan Carlos I lo ha vuelto a hacer: ha recurrido a su privilegio de inmunidad para esquivar la acción de la Justicia. Si en España consiguió esquivar la condena, no por su inocencia, sino por esa prebenda otorgada a un cargo que le concedió un dictador, ahora hace lo mismo en Reino Unido, manchando con ello la institución de la Monarquía española que, con su silencio, aún se hunde más en el pozo de la vergüenza.
Cuando una persona participa en un concurso de conocimientos y utiliza un comodín para pasar al siguiente bloque, parece evidente que su avance no se debe sólo a cuanto sabe, sino a esa ventaja que le es favorable para no caer eliminado. La diferencia respecto al rey emérito es que ni lo suyo es un concurso, ni tiene comodines limitados; son más bien ilimitados, como se ha vuelto a evidenciar en la causa británica.
Tener que recurrir
a la inmunidad y no a la justicia para salvar los muebles delata la nula
confianza que se tiene en la inocencia propia. Eso es una muy mala noticia para
la Monarquía española y para España misma, pues quien ostentó la jefatura del
Estado del país vuelve a hacer visible su incapacidad para demostrar, no ya su
moralidad -que hace demasiado tiempo que se fue por el sumidero- sino su
respeto a la legalidad.
El rey actual,
Felipe VI, calla como calla la Casa Real, que es ese ente al que se recurre
para intentar despersonalizar una institución que inevitablemente va unida a
una persona, a un apellido: Borbón. Este silencio contribuye al desprestigio
emérito de la Monarquía, pues dado que Juan Carlos I recurre a la inmunidad y
ésta le viene dada por la institución, desde Zarzuela habrían de pronunciarse.
La buena noticia es
que este silencio habla más que cualquier declaración; ya no le pasa
inadvertido a la opinión pública, que cada vez más percibe a la Monarquía como
un elemento de nuestra democracia a eliminar. Hace ya demasiados años que esa
imposición caduca y medieval contribuye más al desprestigio del país que a lo
contrario; ni siquiera otorga aquella unidad que durante tanto tiempo nos
vendieron que aportaba.
En la contabilidad
democrática, parece que el emérito debe más a España que España al emérito; lo
mismo sucede con la monarquía parlamentaria. Cada año, en esta suerte de
declaración democrática le sale a pagar a la Casa Real, pero su deuda es
condonada a cambio de nada. Antes de jugar, ya se han llevado el bote; tirar o
no de comodines -ya sea el de inmunidad o el del silencio- es una mera cuestión
de desfachatez. Y donde gana uno, pierde otro. Adivine qué papel le toca a
usted.
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