UN SUEÑO INFERNAL (FICCIÓN)
AGUSTÍN GAJATE BARAHONA
Amnesio
creía haber despertado después de un profundo sueño, pero a medida de que
iniciaba su rutina matinal comenzó a darse cuenta de que aquello que estaba
viviendo no podía ser real. Después de ir al baño, había encendido la
televisión para ver y escuchar las noticias del primer informativo del día
mientras se preparaba un café.
Todo parecía transcurrir con normalidad sobre la pantalla plana del viejo plasma: Seguía la guerra en Ucrania y Putin era el culpable de todas nuestras desgracias, como la subida de los precios de los alimentos, de la electricidad o de los carburantes. No eran los empresarios, las monarquías árabes, la banca judía o las multinacionales quienes incrementaban los precios o los tipos de interés para tratar de ganar más dinero, sino el maquiavélico Putin, que estaba moviendo junto a los chinos, los nuevos enemigos del bienestar neoliberal, los hilos de la economía mundial.
El líder
ruso había encontrado la fórmula para manejar y alterar a su antojo la 'mano
invisible' del sistema que mantenía el equilibrio en los mercados y había
conseguido resolver la ecuación enunciada en la segunda mitad del siglo XVIII
por el padre del liberalismo, el pensador escocés Adam Smith, en sus libros
'Teoría de los sentimientos morales' y 'La riqueza de las naciones', sin el
coste que suponía construir un acelerador de partículas para refutar o
confirmar las teorías de Albert Einstein.
Nos
enfrentábamos ante un 'supervillano', pero en nuestro bando el 'superhéroe' que
tenía que salvar al presunto mundo libre de la amenaza no era ni el musculoso
Supermán, ni el ágil Spíderman, ni el nocturno Batman, ni el rápido Flash, ni
el apolíneo Aquamán, ni la voluptuosa Wonder Woman, ni la felina Cat Woman, ni
el hercúleo Thor, ni el disciplinado Capitán América, ni el férreo Iron Man, ni
el impredecible Hulk, ni el resistente Rambo, ni el animado Homer Simpson, ni
el empresario Donald Trump. Tampoco disponíamos de jedis como Obi-Wan Kenobi,
Yoda o Luke Skywalker, ni tampoco del apoyo del lado oscuro, aunque sí
abundaban en nuestras filas pícaros mercenarios del estilo de Han Solo.
El líder del
'mundo libre pero igualmente jodido' no era ninguno de ellos, ni siquiera Darth
Vader, sino un octogenario abuelo fermentado durante décadas para la política
en el gélido paraíso fiscal de Delaware, cuyo aspecto físico guardaba cierto
parecido con el canciller Palpatine en su etapa como senador por Naboo. Una
figura entrañable y venerable similar a la del Papa Francisco, pero sin
superpoderes divinos y con mirada sospechosa.
Por si fuera
poco, el 'supermalvado' Putin había conseguido controlar la climatología
planetaria, tras liberar a la atmósfera toneladas de metano que se encontraban
almacenadas bajo el permafrost de la inmensa Siberia, al ordenar derretir
aquella enorme extensión de suelo congelado con el fuego generado por el gas
natural excedentario a causa las sanciones económicas impuestas a su país y la
reducción de las exportaciones de dicho gas ruso, según información recabada
'in situ' por nuestro eficaz agente británico Bond, James Bond, y difundida sin
contrastar como verdad absoluta por las agencias occidentales de noticias.
El experto
que hablaba por televisión al respecto aseguraba convencido que “esa acción y
no el prolongado exceso de emisiones de CO2 de las economías desarrolladas,
como pretende hacernos creer la propaganda soviética, perdón rusa, es el origen
de las altas temperaturas registradas durante el verano en el planeta y que han
originado grandes incendios en numerosos países. Estamos ante una nuevo tipo de
guerra: la guerra climática y nos están atacando en nuestro propio territorio”.
De repente,
Amnesio comenzó a oler a quemado y se dirigió a la cocina a ver si era la
tostada, como de costumbre, pero con toda información que estaba recibiendo no
había llegado ni siquiera a encender la tostadora ni a poner dentro el pan y
entonces se inquietó: ¿De dónde procederá ese olor? Abrió la ventana y olfateó
el aire y, en efecto, éste olía a ceniza, a madera de barbacoa ardiendo antes
de poner el chorizo parrillero, las chistorras, las chuletas, el secreto o el
bichillo. Aquel aroma le traía agradables recuerdos de los asaderos de monte
que organizaba junto a la familia o los amigos, cuando ardían leñas de brezo y
pino, mientras se guisaban las papas en el caldero al fuego vivo procedente de
aquellos troncos, que pronto quedarían reducidos a las brasas candentes que
darían ese magnífico, peculiar y atávico sabor a la carne.
Pero también
observó humo disuelto en la atmósfera, junto a cenizas flotando y posándose
delicadamente como mariposas en el alfeizar de la ventana, un detalle que lo
devolvió a la angustia televisiva previa a la evocación gastronómica y le
impulsó a salir a la calle en pijama corto. En la puerta de su casa se asombró
al ver ardiendo toda la cumbre del macizo montañoso del municipio vecino que se
encontraba frente a su vivienda, aunque a unos cinco kilómetros de distancia de
allí, y comprobaba con pavor cómo el fuego rodaba ladera abajo aumentando la
superficie del incendio: ¡Putin nos está atacando! ¡La guerra ya llegó aquí! Y
fue pensar eso y comenzar a pasar helicópteros por encima suyo e hidroaviones
decididos a atacar el fuego, como si se encontrara dentro de una escena de la
película 'Apocalypse now', con la excepción de que en lugar de arrojar napalm
lanzaban agua.
Asustado
volvió a entrar y se dirigió de nuevo al salón, donde un especial informativo
daba cuenta del incendio en la televisión. Mientras escuchaba a los
periodistas, técnicos y políticos a los que entrevistaban, cogió su teléfono
móvil inteligente de penúltima generación. Tenía infinidad de mensajes en los
diferentes grupos de whatsapp y telegram y las personas más allegadas le
preguntaban cómo se encontraba y si le estaba afectando el incendio.
Hubo un
amigo que le envió además un video y lo alertó: “Mira esto, puede salvarte la
vida y además de saber el futuro que te espera”. Tenía taquicardia, pero
decidió ser valiente y ver aquel testimonio, donde un hombre revelaba que todos
los parajes que se habían incendiado en el país durante las últimas semanas
coincidían con lugares donde se había planificado instalar plantas de
producción de energía eólica o fotovoltaica. ¡Esto es indignante! ¡Cómo puede
mi amigo enviarme este video de propaganda rusa creado para sembrar dudas sobre
nuestras empresas energéticas! ¡Seguro que detrás de los molinos que están
parados en la autopista cuando hace viento están los piratas informáticos de
Putin!
En medio de
su airada reflexión escucho procedente del televisor una voz que le resultaba
familiar: era la de su alcalde, que explicaba ante los micrófonos que iban a
cortar al tráfico su calle y a desalojar a todos los vecinos como medida de
precaución y para que la vía quedara accesible para que pudieran subir las
brigadas forestales con sus equipos para hacer un cortafuegos, como le habían
pedido los técnicos.
Entonces
sonó el timbre de su puerta y al abrir dos policías locales lo cogieron por los
brazos y lo metieron dentro de una guagüita junto a otros vecinos:
– ¡Oigan! ¡Qué
hacen! -protestó Amnesio.
– No se
resista. Es por su bien. Le estamos salvando la vida -respondió uno de los
agentes.
– ¡Pero si el
incendio está a cinco kilómetros! ¡Ni siquiera está afectando a las viviendas
próximas a donde está ardiendo el monte! -volvió a protestar.
Nadie le
contestó, pero su compañero de asiento en la guagüita se acercó a su oído para
decirle bajito:
– No se
preocupe. El incendio no va a llegar hasta aquí. Nos desalojan porque el
alcalde tiene que salir en la televisión para decir que está haciendo algo,
porque, de lo contrario, pierde protagonismo con respecto al resto de políticos
a los que están entrevistando y diciendo que están resolviendo la crisis. Los
técnicos de los que habla no son ingenieros de montes, ni biólogos, ni
bomberos, ni jefes de brigadas forestales, ni nada de eso: son 'community
managers', 'influencers' y 'youtubers'.
Fue justo
entonces cuando Amnesio despertó de aquel sueño infernal, aunque el olor a
chamusquina seguía presente y ambientaba el espacio en el que su conciencia
debía comenzar a respirar.
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