jueves, 4 de agosto de 2022

PROHIBIDO METERSE DROGA CANÍBAL

 

PROHIBIDO METERSE DROGA CANÍBAL

MIQUEL RAMOS

Solo quien se puede permitir vivir ajeno al desastre puede presumir de no querer arrimar el hombro. Lo llevamos viendo en cada propuesta o medida anunciada para afrontar determinadas situaciones a nivel colectivo, sea cambio climático, una pandemia o la pauperización de la clase trabajadora y de los servicios públicos. Es la pataleta desde el privilegio la que trata de imponer el relato ante el sentido de la responsabilidad, ante la solidaridad y el ejemplo.

Es precisamente el ejemplo que deberían dar quienes menos afectados se ven por dichas medidas, pero no. Nos tienen acostumbrados a que lo que beneficia a la mayoría, aquello que exige un pequeño sacrificio mucho más asumible por quien más tiene y puede que para el resto, sea presentado como un atentado al conjunto, un problema de todos. Esa es su virtud desde sus tronos y torres de marfil: conseguir arrastrar a una parte de la ciudadanía a sus marcos y hacer de esos ínfimos esfuerzos que se les pide, una afrenta al pueblo.

 

Lo vimos con una pandilla de cuñaos luciendo corbata en gayumbos y en el gimnasio la semana pasada contra las declaraciones de Pedro Sánchez sobre esta prenda, y lo vimos también con las múltiples fotos de indignadísimos ciudadanos comiéndose media vaca mientras le hacían peinetas a Alberto Garzón. Aunque aquí, también les echó un cable el presidente cuando se sumó al clamor cuñadil del chuletón al punto. Pero en realidad el ejercicio de pretendida rebeldía haciendo justo lo contrario a lo que se propone para salvarnos un poco más, puede ser tan infinito como la vergüenza ajena que dan quienes dan rienda suelta a su supuesta irreverencia.

 

Hoy lo vemos con las luces y el aire acondicionado. Si el Gobierno dice que subas la temperatura, tú la bajas creyéndote un revolucionario, aunque el recibo de la luz sea el doble. Pero joder a perrosanche no tiene precio. Es tu aportación a la disidencia, a la rebelión de los políticamente incorrectos, a quienes se niegan a sucumbir a la represión socialcomunista.

 

Una vez más, Ayuso se rebela. Lo hizo durante la pandemia y lleva remando en sentido contrario desde el principio. El recibo de la luz importa cuando le da la gana, no cuando lo diga el Gobierno o cualquier hippie con o sin ministerio. La Comunidad de Madrid redujo el metro un 10% para ahorrar luz hace unos meses, sí, pero no obedecía a ninguna orden del soviet que gobierna, sino que fue por iniciativa propia. Bueno, y porque la lio en el contrato al vincular su factura al mercado diario (disparado) y no a una tarifa fija.

 

Ahora, si se sube la temperatura y se apagan los escaparates, toca hacer lo contrario porque esto provoca 'oscuridad, pobreza y tristeza'. Que se lo digan a los vecinos y a las vecinas de la Cañada Real. O a los Servicios de Urgencia de Atención Primaria que llevan dos años cerrados. O los 37ºC que soportan de temperatura en los centros de salud o los 30º en los colegios, ambos sin aire acondicionado. Solo por poner algunos ejemplos.

 

Aunque se ponga brava, ella no puede no acatar un Decreto Ley. Ni podrá evitar las sanciones previstas para quien se lo salte. Eso, más allá del embrollo legal, transmite el mensaje de que está por encima de cualquier ley, de cualquier autoridad. Otra muestra de que la región más separatista y más insolidaria del Estado español sigue siendo Madrid.

 

La revuelta cayetana durante la pandemia escenificó sobradamente el grito pretendidamente rebelde de la España de Ortega y Pacheco. Los palos de golf golpeando señales de tráfico como aquellas hoces y horcas levantadas en las revueltas de los miserables. Aquellas caceroladas de indignación ante la injusticia que protagonizaron señoras con abrigos de piel mientras su sirvienta les sujetaba el Louis Vuitton. La estampa se repite, aunque sea en forma de meme, con todo un elenco de personajes comiendo panceta y bollería industrial y llevando ocho corbatas en el gimnasio. Creíamos que no daría más de sí, pero insisto, el cuñadismo y la ranciedad no conocen límites.

 

Sería cómico si no fuera igualmente peligroso e irresponsable. Primero por negar las evidencias, por querer derribar el sentido común que nos lleva a pensar que las administraciones y quienes más poder y capacidad tienen y más pueden hacer, más deben hacerlo y predicar con el ejemplo. Segundo, porque se instala el mantra de que cualquier gesto (o ley) que contribuya a mejorar la vida del conjunto de la ciudadanía, ya sea mediante impuestos a quienes más tienen o mediante medidas solidarias y responsables, son un atentado contra 'la libertad'. De nuevo, la libertad secuestrada por quienes hacen del individualismo y del sálvese quien pueda su discurso y su política. Por a quienes menos les costaría, de hecho.

 

En realidad, son honestos, es su ideología, que cada uno se apañe y lo que te dé o me vea obligado a darte, es pura caridad y deberías agradecerlo. El problema viene cuando quien aplaude esto o quien contribuye a instaurar este modo de no-convivir, no sea precisamente quien de verdad se lo puede permitir, sino quien puede y va a seguir haciendo lo que le da la real gana porque no le afecta prácticamente nada de esto. Eso sí, te han hecho creer que el agraviado eres tú, y que son tus derechos los que corren peligro si subes unos grados la temperatura, si no comes tanta grasa y tanto azúcar, o si vas con cuidado en plena pandemia.

 

Los problemas de los ricos no son tus problemas. Ni los de quien pretende ganar elecciones llevando la contraria a su adversario. Con los impuestos es un mantra constante. Da igual que por fin se les tocará un poco (calderilla) a bancos y compañías energéticas. Es tu problema también. Es comunismo. Es la antesala de los campos de reeducación y de otros 100 millones de muertos. Que sus directivos cobren en un día más que tú en dos años te la suda. A ti lo que te indigna son 'los impuestos', así en abstracto. Y todo lo que diga la izquierda, claro. Porque si dice que la droga caníbal es mala, tú te meterás un par de chutes solo por joder.

 

Aun así, esto no debería hacernos perder de vista que todas las medidas encaminadas a cuidarnos un poco más, a ser más responsables para con los demás, debería empezar y ejemplificarse antes en quienes más capacidad, más poder y por lo tanto más responsabilidad tienen. De nada sirve pedir grandes esfuerzos a la mayoría humilde cuando la minoría obscena se lo pasa por el forro y se ríe en nuestra cara diciendo que a ellos nadie les va a obligar a nada. No se puede descargar toda la responsabilidad siempre en los que menos tienen y pueden para que los que más pueden no renuncien a nada. El reto no será solo poner en vereda a estos egoístas e irresponsables, sino conseguir que el pobre deje de hacer suyos los problemas de los ricos.

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