martes, 6 de julio de 2021

SOBRE LOS NIÑOS SALVAJES

 

SOBRE LOS NIÑOS SALVAJES

GUILLEM MARTÍNEZ

Frente a mí, en el tren, durante horas, un par de chicas hablan. Han finalizado sus estudios hace pocos años. Trabajan. Sus padres les han regalado un piso a cada una. Lo utilizarán tras su boda, que están preparando. Son bodas muy complicadas. Barrocas. Llenas de objetos, de símbolos y de más ceremonias que la ceremonia legal que suponen. Son tan complicadas y requieren tanto esfuerzo que una de ellas explica que “al final, no te casas por amor, sino por la boda”. Es un chiste, pero ninguna de las dos ríe. Llevan las mismas pulseras y collares. Deben de significar algo. Que ignoro. Las referencias, los grupos, los significados, suelen durar 10 años. Tengo varias veces 10 años más que ellas. Para mí, por tanto, las dos chicas son incomprensibles. No son niñas, pero están mucho más cerca de ese país que yo. Ese país, la niñez, por otra parte, es salvaje. Siempre lo es. Y siempre ha habido niños salvajes en él.

 

Rómulo y Remo fueron eso, niños salvajes, amamantados con la leche, que olía a bosque y roca, de una loba. Sin duda se trata de una leyenda, que explica que Rómulo, un ser singular y abocado a un destino, no pudo ser criado por una madre, sino por un capricho del destino. Pero hay casos documentados de niños criados por lobos, al menos desde el siglo XIV, en Hess. En Lituania, y a lo largo del siglo XVII, son tres los niños criados por osos. El siglo XVIII, obsesionado por la bondad del salvaje, no cesa de dar niños salvajes, educados por bestias. Carecen de bondad. Pero también carecen de maldad. Como Peter de Hamelín. Se le encontró en el bosque, desnudo, con los restos del cuello, roido, de una camisa alrededor de su cuello. Jamás se consiguió que hablara ninguna lengua, salvo la de los lobos. Como la Chica Salvaje de Champagne. Al parecer una nativa canadiense, abandonada en el bosque. Fue uno de los pocos niños encontrados que recuperó el habla –no la suya, sino el francés–, y que llegó a escribir sus recuerdos. Eran recuerdos escasos. Lobos, carne, calor, frío. Y deseos de no ser visitada. Como Víctor de Aveyron, el primer niño salvaje tutelado por un Estado, la joven I República Francesa. Como todos los niños salvajes encontrados, antes y después, olía la comida antes de comerla, prefería la carne cruda a la cocinada, no logró entender el dinero, ni tuvo interés sexual de ningún tipo. Jamás llegó a hablar. Su única actividad constante fue, como en el resto de niños salvajes hallados, intentar escapar del sitio en el que había sido recluido.

 

Reclusión, por horas, en un tren. Ojalá fuera posible escapar de él. Las dos chicas hablan. De bodas sin boda. Una ceremonia romana que inventó Rómulo, sin ningún tipo de interés sexual, pero que suponen una gran cantidad de dinero, ese concepto que no entiendo. Sus pulseras deben de significar algo. Pero, endebles, residuales, parecen restos del cuello de la camisa de un niño.

 

Todos, el mundo entero, hemos sido educados por lobos.


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