SOBRE LOS NIÑOS SALVAJES
GUILLEM MARTÍNEZ
Frente a mí, en el tren, durante horas, un par de chicas hablan. Han finalizado sus estudios hace pocos años. Trabajan. Sus padres les han regalado un piso a cada una. Lo utilizarán tras su boda, que están preparando. Son bodas muy complicadas. Barrocas. Llenas de objetos, de símbolos y de más ceremonias que la ceremonia legal que suponen. Son tan complicadas y requieren tanto esfuerzo que una de ellas explica que “al final, no te casas por amor, sino por la boda”. Es un chiste, pero ninguna de las dos ríe. Llevan las mismas pulseras y collares. Deben de significar algo. Que ignoro. Las referencias, los grupos, los significados, suelen durar 10 años. Tengo varias veces 10 años más que ellas. Para mí, por tanto, las dos chicas son incomprensibles. No son niñas, pero están mucho más cerca de ese país que yo. Ese país, la niñez, por otra parte, es salvaje. Siempre lo es. Y siempre ha habido niños salvajes en él.
Rómulo y Remo
fueron eso, niños salvajes, amamantados con la leche, que olía a bosque y roca,
de una loba. Sin duda se trata de una leyenda, que explica que Rómulo, un ser
singular y abocado a un destino, no pudo ser criado por una madre, sino por un
capricho del destino. Pero hay casos documentados de niños criados por lobos,
al menos desde el siglo XIV, en Hess. En Lituania, y a lo largo del siglo XVII,
son tres los niños criados por osos. El siglo XVIII, obsesionado por la bondad del
salvaje, no cesa de dar niños salvajes, educados por bestias. Carecen de
bondad. Pero también carecen de maldad. Como Peter de Hamelín. Se le encontró
en el bosque, desnudo, con los restos del cuello, roido, de una camisa
alrededor de su cuello. Jamás se consiguió que hablara ninguna lengua, salvo la
de los lobos. Como la Chica Salvaje de Champagne. Al parecer una nativa
canadiense, abandonada en el bosque. Fue uno de los pocos niños encontrados que
recuperó el habla –no la suya, sino el francés–, y que llegó a escribir sus
recuerdos. Eran recuerdos escasos. Lobos, carne, calor, frío. Y deseos de no
ser visitada. Como Víctor de Aveyron, el primer niño salvaje tutelado por un
Estado, la joven I República Francesa. Como todos los niños salvajes
encontrados, antes y después, olía la comida antes de comerla, prefería la
carne cruda a la cocinada, no logró entender el dinero, ni tuvo interés sexual
de ningún tipo. Jamás llegó a hablar. Su única actividad constante fue, como en
el resto de niños salvajes hallados, intentar escapar del sitio en el que había
sido recluido.
Reclusión, por
horas, en un tren. Ojalá fuera posible escapar de él. Las dos chicas hablan. De
bodas sin boda. Una ceremonia romana que inventó Rómulo, sin ningún tipo de
interés sexual, pero que suponen una gran cantidad de dinero, ese concepto que
no entiendo. Sus pulseras deben de significar algo. Pero, endebles, residuales,
parecen restos del cuello de la camisa de un niño.
Todos, el mundo
entero, hemos sido educados por lobos.
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