MUJERES MOLESTAS EN LA UNIVERSIDAD
JUANA GALLEGO
Llevo casi 37 años impartiendo docencia en una universidad, así que creo poder ofrecer una opinión fundamentada de esta institución. La universidad configura un microcosmos de cuyas actividades la sociedad no sabe prácticamente nada. Goza de un prestigio heredado, hoy cuestionable, y casi todas las familias sueñan con enviar a sus hijos e hijas a estos centros. Se suele considerar que es un santuario de libertad de pensamiento, de creatividad, de debate, de discusión. Y así se quiere autopercibir. Nada más lejos de la realidad. La Universidad es desde hace tiempo un reducto de docentes obligados a hacer de burócratas (rellenar formularios on line para cualquier nimiedad) además de escribir papers que nadie lee pero que tienen que publicarse en revistas de impacto cada vez con menos influencia social.
Por otra parte, hemos asistido a la infantilización del alumnado, al que hay que tratar como si fuesen de primaria, mimarlos, aprobarlos con nota alta (un suspenso o un aprobado son de juzgado de guardia) y sobre todo no incomodarlos con discursos que no quieren oír. Cada lugar ha tenido sus temas tabú, pero yo puedo hablar con conocimiento de causa de la universidad catalana, donde no se podía contradecir el procés si no querías morir abrasado en la pira independentista.
Ahora la religión
que domina es la teoría queer que, a modo de pensamiento mágico, ha colonizado
los departamentos, las facultades, las asambleas, los másteres, las actividades
extraacadémicas…. En algunas aulas hay
carteles donde se advierte que no se admitirán discursos tránsfobos,
lesbófobos, homófobos, putóbofos y todas las fobias que el estudiantado tenga a
bien definir, ya que son ellos y ellas quienes establecen qué discursos entran
en cada una de esas categorías. En la práctica quiere decir: de esto no se
puede hablar. Cualquiera que pretenda cuestionar por ejemplo el tema trans es
susceptible de aparecer en los listados como pérfidas Terfas, indignas de
definirse como feministas aunque lo fueras mucho antes de que el alumnado
actual hubiera nacido. Sé lo que me digo porque yo aparezco en una de ellas.
También fui objeto
de un intento de linchamiento mediático por parte de alumnas en el máster que
dirigía por algunas columnas que había publicado en este mismo diario. No
quieren debatir, porque aseguran que el espacio no es seguro y, además, les
rompe la imagen de pureza y superioridad moral con la que defienden su
religión, porque ellas se presentan a sí mismas como "lo más"
transgresor que se puede llegar a ser. Tienen la verdad absoluta, y no pueden
tolerar que alguien cuestione sus creencias.
La semana pasada,
Rosa María Rodríguez Magda, una filósofa que ha escrito un libro titulado La
mujer molesta sufrió el intento de silenciamiento en un seminario en la
Universidad de Murcia. No es la única. Y no solo en España. Cualquiera que esté
interesado en el tema podrá leer lo que está ocurriendo en otros países con el
transgenerismo. Casos de profesoras, profesores, doctorandas etc. que han sido
linchadas en redes, apartadas de sus puestos e incluso despedidas de los
centros por defender que el sexo biológico es binario y es la base material de
la desigualdad de las mujeres. Por ejemplo, Donna Hughes, de la Rhode Island
University; el caso de Raquel Rosario Sánchez, en la Universidad de Bristol,
entre otros. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Los medios de
comunicación permanecen mudos ante esta nueva manera de intransigencia y
sectarismo, porque han tomado partido sin reflexionar ni informarse de lo que
ese nuevo dogma de fe está produciendo en múltiples ámbitos: cancelación de
todo aquel que ose mantener la importancia del sexo biológico como causa de la
desigualdad. Obnubilados como están presentando criaturas que encuentran su
auténtico género encerrado en un cuerpo equivocado. A ver cuándo empiezan a
explicar qué significa eso.
Solo un puñado de
hombres solidarios, y muchas feministas de distinta procedencia, cuestionamos
esta redefinición de lo que es ser mujer que quieren imponer no las personas
trans, que solo son la excusa, sino poderosos grupos de presión internacionales
con enormes intereses económicos detrás. Dogma que ha asumido acríticamente la
universidad, y se extiende, imparable e incuestionable, por las redes sociales
donde una masa anónima es capaz de crucificar por transfobia a personas que
simplemente reclaman su derecho a discrepar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario