CANARIAS: LA INFINITA ESPERA
ANA GÓMEZ PÉREZ-NIEVAS
Es difícil resumir los casi diez días que hemos pasado en Fuerteventura, Tenerife y Gran Canaria entrevistándonos con personas migrantes y solicitantes de asilo. Podría empezar por un principio, aunque no lo es en realidad: cómo desde el pasado mes de julio, y especialmente en octubre y noviembre, aumentaron las llegadas a Canarias después de que se cerraran otras rutas, como la de Ceuta y Melilla, convirtiendo Arguineguín en el muelle de la vergüenza, donde pasaban los días decenas de personas sin acceso a asistencia letrada.
O podría empezar
por algunas palabras que se me han quedado grabadas: un niño de trece años que
después de muchos meses en España solo sabe decir "patera" en
castellano; otro pequeño que nos comenta que se sienten tratados como
"animales"; un chaval que llegó siendo menor que dice que todavía
tiene que fumar un poco para acallar la mente porque echa demasiado de menos a
su madre. O por los rostros: la mayoría con la mirada perdida, los ojos
vidriosos, cansados de un largo viaje que todavía no ha terminado para ellos.
Campamento Las
Raíces.- ANA GÓMEZ PÉREZ-NIEVAS
O por los sueños:
el de llegar a Europa en busca de una vida mejor y quedarse a las puertas de lo
que llaman "Gran España" esperando. Siempre esperando. Pero también
por las pesadillas: las que deja un mar que algunas de nosotras hemos anhelado
en este terrible año de pandemia pero que para ellos se ha convertido en un
enorme cementerio de sal, donde pasaron hambre, sueño, sed y miedo durante
cuatro, ocho, diez días, navegando en embarcaciones que nunca están preparadas
para ello. Arriesgando sus vidas en una de las rutas más peligrosas, la
Canaria, donde en el año 2020 han muerto más de dos mil personas.
Podría continuar
por la búsqueda: como la que hace T., de 27 años, de su hermano pequeño,
sentado frente al centro de Las Canteras (Tenerife) porque él duerme en Las
Raíces y no tienen forma de comunicarse. Nuevamente, el tiempo paralizado
frente a una verja. El problema es que aquí la temible espera se mezcla con las
experiencias traumáticas y se transforma en ansiedad.
En realidad,
debería haber empezado por los nombres: esos que no se pueden poner aquí para
respetar su intimidad, pero que quitan al tema migratorio la letanía que dan
los números, las noticias falsas, los memes racistas. No son ni cifras ni
nacionalidades sueltas, son personas con familias, con historias detrás, la
mayoría de ellas muy duras. Como la de A., que tiene 17 años y viaja solo y
pasa frío y hambre en Las Raíces, sin tener nada que hacer en todo el día,
aparte de esperar. O la de Y., que dice que no logra dormir, especialmente los
viernes, que es cuando tiene que llamar a su madre para comentarle cómo está y
si ha podido llegar a la Península: "Ya no le llamo porque ese día el
cuerpo me duele más".
O la de M., madre
de un hijo con parálisis cerebral que llora al recordar su viaje en patera, de
cómo antes se dijo que "si morían, morían" porque no veía otra
solución, hasta que llegó la hora de subirse al barco y le entró el pánico.
Pero se subió. Y la de Z., que, con 13 años, asegura que no tuvo más que
"un poquito" de miedo en el viaje, y sonríe. Porque también hay que
hablar de algunas sonrisas: aquellas encajadas en el horizonte, que parecen
mirar a la vez al futuro y al pasado, sin encontrar un lugar donde reposar.
Pero sonrisas, a pesar de todo, porque los niños y las niñas lo son en todas
partes y casi siempre encuentran, sin necesidad de entender idiomas, energía
con la que poder jugar.
Cinco
meses del Plan Canarias
Han pasado ya más
de cinco meses desde que se aprobó el Plan Canarias y nos preocupa comprobar
cómo las condiciones de acogida, especialmente en algunos macrocentros de
Fuerteventura y Tenerife como El Matorral y Las Raíces, siguen siendo
inadecuadas. Carpas en las que duermen cientos de personas, mala alimentación,
frío y falta de personal de apoyo psicológico y jurídico son algunas de sus
carencias. Por no hablar de las denuncias que hemos hecho sobre la Nave del
Queso, un terrorífico edificio donde pasan el confinamiento, encerrados en
condiciones infrahumanas y sin poder salir para absolutamente nada, hombres,
mujeres y niñas/os mezclados. Un espacio donde perder el juicio si te toca
estar ahí un mes, y una exigencia que no se ha pedido a los turistas que llegan
a las islas. Porque, tal y como hemos dicho, la COVID-19 no puede ser una
excusa para restringir los derechos de estas personas, especialmente de los y
las menores, tanto los que llegan acompañados de sus familias como los que
llegan solos, a los que se les debe garantizar el bienestar integral que todo
menor requiere sin ningún tipo de discriminación.
Y es que, como dice nuestra investigadora, Virginia Álvarez, "Canarias es otro ejemplo más del fallo de este modelo de acogida que revictimiza a las personas migrantes y solicitantes de asilo y que solo provoca desamparo, ansiedad ante la incertidumbre, y abandono institucional".
Campamento Las
Raíces.- ANA GÓMEZ PÉREZ-NIEVAS
El joven A. alivia
su espera cortando el pelo a otros residentes en una peluquería improvisada que
han montado en los alrededores del campamento de Las Raíces, gracias a la ayuda
de una residente de La Laguna. Un espacio donde se juntan personas de
diferentes nacionalidades e idiomas, donde el único color que parece importar
es el de los tintes de pelo. Pero se le nota cansado, aletargado por las
pastillas que toma para la ansiedad: aunque es menor de edad quiere salir de
ahí y empezar pronto a trabajar para ayudar a su familia.
A pesar de todos
los dramas también hemos encontrado iniciativas que devuelven la esperanza en
la humanidad: recogidas de alimentos, ropa y otros enseres para ayudar a las
personas migrantes; vecinos y vecinas que se acercan para llevarles en coche a
trayectos más lejanos, o incluso acompañarles al aeropuerto para ver si les
dejan volar. Otras vecinas que simplemente acuden a las afueras de los
campamentos para hablar con las personas migrantes y que no se sientan tan
solas. Porque como decían el pasado sábado 17 de abril en una manifestación de
solidaridad en Fuerteventura: "Ellos llegan con la muerte, nosotros les
respondemos con la vida".
Y, sin embargo,
queda tanto por hacer, tanta información que dar. Mientras entrevistamos a
algunos migrantes a la salida del antiguo colegio León suben por la cuesta El
Lasso tres adolescentes. En el silencio que recorre ese paraje algo inhóspito
de Las Palmas de Gran Canaria donde se sitúa este centro, se escucha cómo miran
a A. y gritan: "¡Puto moro!". Menos mal que A. no lo entiende, ni
siquiera lo escucha, aunque en realidad quienes no lo entienden son los
racistas. Porque no saben nada de la vida de este joven que asegura sentirse
muy solo, después de marcharse de Marruecos por problemas familiares que no
quiere revelar, que no habla ni una palabra de castellano. Sobre todo en esta
tarde agridulce en que se ha despedido, con dos besos, de uno de los pocos
amigos que tiene en el centro, que sí ha logrado marcharse a la Península. A.
se aleja de nosotras unos pasos, mientras algunas lágrimas le recorren la cara,
y se sienta sobre una roca a mirar el infinito. Y esperar.
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