EL EVANGELIO SEGÚN BRIAN
DAVID TORRES
Han pasado más de treinta años de La vida de Brian, la obra maestra de los Monty Python, y la película sigue tan fresca, hilarante e irreverente como el día de su estreno, cuando provocó un terremoto de manifestaciones, protestas, críticas y debates a lo largo y lo ancho del mundo. John Cleese dijo que estaba muy orgulloso de haber puesto de acuerdo a cristianos, judíos y musulmanes por primera y única vez en la historia, y la película llegó a ser prohibida en algunos países, lo que dio pie a una de las mejores campañas de promoción del cine: "¡Tan divertida que la han prohibido en Noruega!" A estas alturas del siglo XXI todo este escándalo sería un disparate mayúsculo si no fuese porque, a día de hoy, con el integrismo religioso por un lado, la corrección política por otro y la libertad artística en peligro de extinción, una comedia como La vida de Brian es absolutamente impensable.
De hecho, el
proyecto estuvo muchas veces a punto de malograrse y su realización, conseguida
a base de una serie de carambolas alucinantes, bien puede considerarse un
milagro. En principio todo estaba dispuesto para que el equipo se trasladase a
Túnez cuando la productora de la película suspendió la financiación porque a
Bernie Delfont, empresario teatral y jefe de la división de ocio de la EMI, le
dio por leer el guión. Asustado por las posibles implicaciones religiosas del
argumento retiró los fondos justo una semana antes de empezar el rodaje. Los
Monty Python pidieron dinero en todas partes, sin mucho éxito, hasta que Eric
Idle, el impulsor de la idea inicial, contactó con George Harrison, quien lo
financió personalmente sólo por el gusto de verla algún día. "La entrada
de cine más cara del mundo" dijo Idle.
Tenía gracia que un ex-Beatle, la banda que se había proclamado
"más grande que Jesucristo", sacase adelante la mayor parodia jamás
vista sobre la vida de Jesucristo, pero ahí no acabó la buena suerte. Por pura
casualidad, el equipo pudo hacerse con los decorados de la serie de televisión
Jesús de Nazaret, de Zeffirelli, lo que dio un impresionante acabado a la
película. El gran Anthony Burgess, uno de los guionistas, confesó en sus
Memorias: "No me importaría nada haber firmado el guión".
El guión, en
efecto, es una obra maestra de la astucia en la que los Monty Python sortearon
los riesgos de la blasfemia mediante el procedimiento de usar directamente no a
Jesucristo, sino a un pobre hombre llamado Brian Cohen, a quien en diversos
momentos de su vida, desde su nacimiento el mismo día que Jesucristo a unos
metros del portal de Belén, confunden con el Mesías. Es el mismo truco que
utilizó Chaplin en El gran dictador pero con resultados completamente
distintos. Al igual que en Ben-Hur, la gran epopeya bíblica de William Wyler,
Jesucristo no aparece más que al fondo de la pantalla en ciertos momentos
puntuales, cuando los tres Reyes Magos, indignados por el equívoco, vuelven a
recoger los regalos, o cuando se lo ve a lo lejos, pronunciando el Sermón de la
Montaña y uno de los espectadores pregunta: "¿Qué ha dicho?" "Ha
dicho: bienaventurados los queseros". "¿Por qué los queseros?"
"Es una metáfora: se refiere a todos los fabricantes de productos
lácteos".
Los malentendidos
son el motor de propulsión de La vida de Brian, la historia de un judío
contemporáneo de Jesucristo a quien toman por el Mesías sin que él pueda hacer
nada por evitarlo. La descacharrante secuencia en que Brian decide no comprar
una calabaza y luego pierde una sandalia, mientras poco a poco una turba de
exaltados se dividen entre los seguidores de la calabaza y los de la sandalia,
resume, como apuntó John Cleese, "la historia entera de la religión en dos
minutos y medio". La incesante sucesión de memorables diálogos cómicos no
deja títere con cabeza: el nacionalismo, el colonialismo, la mendicidad, el
Espartaco de Kubrick, los profesores de latín, y también los defectos de
pronunciación, el lenguaje inclusivo e incluso ciertas reivindicaciones
feministas y transgénero que hoy, tal vez, les habrían costado un linchamiento
virtual. Sin embargo, en toda la película no hay una sola burla contra
Jesucristo, contra el cristianismo o contra la fe, aunque las autoridades
religiosas, los hipócritas y fariseos de cualquier credo, hicieron bien en
sentirse ofendidos, porque si hay una diana principal para la mofa y la sátira
en La vida de Brian es justamente el negocio de la religión oficial, la religión
entendida como negocio. Una cruz por persona.
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