GANÓ BIDEN, ¿Y AHORA QUÉ?
Los
demócratas y los republicanos son administradores
del
imperio, nada más.
POR ATILIO A. BORON
Los demócratas y los republicanos son administradores del imperio, nada más. Pero en su encarnación física, personal, idiosincrática, hay matices que no se deben desdeñar. Fidel siempre decía: “Dios no existe, pero está en los detalles.” Que Elliot Abrams, Marco Rubio, Ted Cruz, Bob Menéndez y la Ileana Ross pierdan su acceso directo a la Oficina Oval que les garantizara Donald Trump revela una diferencia que sería absurdo subestimar. Es sabido que ambos partidos han perpetrado toda clase de crímenes, en todo el mundo y que su simple enumeración insumiría decenas de páginas. Pero en esta reciente elección se corría un riesgo adicional: una ratificación plebiscitaria para mantener por cuatro años más a un hampón como Donald Trump en la Casa Blanca habría tenido funestas consecuencias para nuestros países. Mencionemos apenas tres. Primera, la inmediata activación de la “carta militar” contra Venezuela que Mike Pompeo preparara durante su gira de hace apenas un par de meses visitando Brasil, Colombia y Guyana (tres países fronterizos con la nación bolivariana) amén del cercano Surinam.
Segundo: un Trump
“recargado” habría intensificado las sanciones y el bloqueo en contra de Cuba,
Venezuela y Nicaragua y aumentado sus presiones en contra de los gobiernos de
Argentina y México, que los asesores más reaccionarios de Trump, aunque parezca
mentira, consideran como “aliados” o “cómplices” de la subversión chavista.
Tercero, la reelección del magnate neoyorquino habría reforzado la gravitación
regional de Jair Bolsonaro, Iván Duque y la derecha radical en Latinoamérica y
el Caribe. Estos tres “detalles”, que no significa sean nimiedades, son más que
suficientes para recibir con cierto alivio la derrota del magnate neoyorquino.
En suma: había una elección entre el peor y el malo, y prevaleció el último.
Decepcionante, ¡seguro!, pero estas son las “opciones” que el imperio siempre
tiene para ofrecer. Desconocer esta verdad, asentada sobre un registro
histórico de más de doscientos años, equivale a confundir ilusiones con la
realidad.
Bien, y entonces:
¿qué decir de Joseph Biden? Es un viejo político (cumplirá 78 años el 20 de
noviembre) del establishment conservador norteamericano, con 47 años
transitando por los laberintos del poder en Washington. Fue senador desde 1972
hasta que, en el 2009, juró como vicepresidente a Barack Obama. A lo largo de
este casi medio siglo hay muy poco en su record como para esperar un viraje
significativo en la política exterior de Trump, especialmente en el siempre
turbulento ámbito de las relaciones hemisféricas. Lo que sí hay es la certeza
de que a lo largo de tantos años en el Senado fue cómplice, beneficiario -o por
lo menos silente testigo- de la tantas veces denunciada corruptela
institucionalizada en Washington, de los jugosos contratos y concesiones
ofrecidas a las empresas del complejo militar-industrial y, luego del crash de
las hipotecas del 2008, del fabuloso salvataje concedido por el Tesoro al
corrupto sistema bancario estadounidense. Todo esto transcurrió bajo su mirada
y en ningún momento insinuó disconformidad o incomodidad moral.
La renovación o el
“nuevo comienzo”, retórica a la cual son tan afectos los presidentes de Estados
Unidos cuando desplazan a sus oponentes no se condice con la promiscua relación
que Biden -¡al igual que Trump, pero “guardando las formas”!- mantiene con la
burguesía imperial. Por ejemplo, su costosa campaña electoral se vio facilitada
por el generoso financiamiento que le otorgaron las grandes corporaciones. Un
informe revela que Joe Biden recibió donaciones de 44 multimillonarios; pero su
acompañante, Kamala Harris, lo superó al obtener aportes de 46 multimillonarios
estadounidenses. En términos individuales Trump se benefició de la prodigalidad
de Sheldon Adelson, el dueño de un casino en Las Vegas y, según The Guardian,
un “ardiente conservador pro-israelí” que terminó donando 183 millones de
dólares para la campaña del neoyorquino. Biden, a su vez, recibió un donativo
del exalcalde de Nueva York y magnate de los medios de comunicación Michael
Bloomberg por valor de 107 millones de dólares. Como puede verse, parecería
haber un pequeña contradicción con el principio elemental de toda democracia de
un hombre/una mujer un voto. Porque, ¿qué dudas cabe que tanto Adelson como
Bloomberg podrán hacer oír su voz más claramente que las de John y Maggie?, que
no pudieron donar siquiera veinte dólares para ningún candidato en la pujante
democracia estadounidense. Por eso tiene razón Telma Luzzani cuando habla del
“gatopardismo” de Biden.
Habrá, eso sí, un
cambio de estilo: al olvido pasarán los gestos matonescos y groseros de Trump y
compañía (Pompeo y Bolton, especialmente) y, aparentemente, habría una cierta
intención de reflotar el multilateralismo y buscar compromisos manteniendo el
uso de la fuerza como una alternativa pero no como la primera prioridad. En esa
línea Biden prometió reincorporar a su país a los Acuerdos de París sobre el
cambio climático; regresar a la Organización Mundial de la Salud para colaborar
en la lucha contra la pandemia, y a la UNESCO, de la cual Washington se había
retirado aduciendo un supuesto “sesgo anti-israelí” de esa organización. Pero
hay que recordar que Estados Unidos había dejado de financiar a la UNESCO en el
2011, bajo la presidencia de Barack Obama y cuando Joe Biden ¡era su
vicepresidente!
Desde el Senado
Biden se preocupó por cimentar la fortaleza del complejo militar-industrial y
la estabilidad del sistema financiero en la gran crisis del 2008. Ante la
catástrofe sanitaria precipitada por el negacionismo de Trump en relación a la
covid-19 podría tratar de resucitar el “Obamacare” como un esquema muy módico
de salud pública. Pero acompañó con su voto en el Senado las invasiones a Irak
y Afganistán y como vicepresidente avaló las operaciones militares en Libia y
Siria. En lo tocante a nuestros países, también en su calidad de vice de Obama,
Biden respaldó el golpe en contra de Juan Manuel Zelaya (Honduras, 2009); la
intentona golpista en contra de Rafael Correa en el 2010; contra Fernando Lugo
(Paraguay, 2012) y el fraudulento proceso del “impeachment” en contra de Dilma
Rousseff, entre 2015 y 2016 en Brasil. No hay, por lo tanto, razones para
celebrar nada, excepto la derrota de Trump.
En el número de
Marzo-Abril de la revista Foreign Affairs, una especie de biblia para el establishment
estadounidense, Biden publicó un artículo en donde anticipa lo que haría si
llegase a la Casa Blanca. El título –“Why America Must Lead Again”- no deja
lugar a dudas sobre la absoluta fidelidad de este personaje a la tradición del
“excepcionalismo” estadounidense. El mundo necesita un líder y Estados Unidos
debe retomar ese papel, otorgado nada menos que por Dios y abandonado por Trump
que erró el camino al intentar que Estados Unidos “fuese grande otra vez”
abdicando de su responsabilidad de mantener el orden internacional y desairando
a sus aliados y amigos. Su programa tiene tres ejes: la renovación y
fortalecimiento de la democracia dentro de Estados Unidos y en el concierto
internacional; nuevos acuerdos comerciales para contener a China y evitar que
sean ella y sus aliados quienes fijen las reglas del juego, algo que el imperio
reclama como su absoluta prerrogativa tal como ocurriera a la salida de la
Segunda Guerra Mundial; y, por último, sentar una vez más a Washington en la
“cabecera” de la mesa de las negociaciones internacionales.
China y Rusia
aparecen claramente como los enemigos de Estados Unidos, en línea con las tesis
dominantes sobre todo desde los tiempos de Obama. El lenguaje utilizado en
algunos pasajes es alarmante y nada tiene de diplomático, y recuerda algunas de
las bravuconadas e insolencias de Trump. Por ejemplo, califica al gobierno de
Vladimir Putin como un “sistema de cleptocracia autoritaria” mientras que dijo
que Xi Jiping “era un matón”, aparte de acusar a China de robar descaradamente
derechos de propiedad intelectual y los bienes de las grandes empresas y los
ahorristas estadounidenses. En relación a la democracia promete convocar, en el
primer año de su mandato, a una gran conferencia con los “líderes amigos” (que
ya nos imaginamos quienes serán) para construir una coalición internacional que
impulse la democracia y los derechos humanos y combata a la corrupción, y que
trabaje coordinadamente sobre la base de una agenda común. Biden cree que una
de las mayores fracturas de nuestro tiempo es la que divide a democracias de
diversas formas de autoritarismo. No es lo mismo pero guarda un cierto parecido
con la “Internacional de la Nueva Derecha” promovida, bajo los auspicios de
Trump, por el estratega ultraderechista Steve Bannon. En poco tiempo la verdad
saldrá a la luz y se podrá ver quiénes son los réprobos y quienes los elegidos;
quienes los demócratas y quienes los autoritarios.
Para concluir: creo
que nada bueno cabe esperar de este recambio. Se aventó el riesgo mayor y nada
más. En el 2008 y comienzos del 2009 la progresía europea y latinoamericana
sucumbió a la “Obamamanía” y pensó, en un alarde de ingenuidad, que un
presidente afroamericano obraría el milagro de transformar la naturaleza del
imperio y convertirlo en el demiurgo de la paz eterna ambicionada por Immanuel
Kant. La desilusión de aquellas bellas almas henchidas de inocencia no pudo ser
mayor. Hay un riesgo, si bien no igual, de que ocurra lo mismo con Biden. El
motivo de estas líneas no es otro que ponernos en guardia ante tal eventualidad
y caer en un desarme ideológico; y recordar que con Trump o con Biden seguimos
a merced de la voracidad imperial por nuestros recursos naturales, en un clima
ideológico signado por una paranoia que visualiza a este continente como
estando a punto de “caer en las garras” de China o Rusia. El tono de la “Guerra
Fría” que impregna el escrito de Biden es inocultable. Queda, con todo, una
tenue esperanza: que haga memoria y retome, aunque sea en parte, la política de
Obama con Cuba y restablezca las relaciones diplomáticas a nivel de embajador,
levante las asfixiantes restricciones en materia de viajes, remesas, comercio,
turismo e intercambio cultural y, en última instancia, relaje en algo los
rigores de ese verdadero crimen de lesa humanidad que significa el bloqueo al
cual la Isla rebelde ha sido sometida durante 60 años. Y, por añadidura, que
proceda igualmente en relación a la República Bolivariana de Venezuela poniendo
fin al papelón internacional de la Casa Blanca en su pretensión de hacer de un
esperpento como Juan Guaidó un “presidente encargado” de ese país y se avenga a
dialogar con el gobierno de Nicolás Maduro, abandonando definitivamente la ruta
de la confrontación elegida por Trump y que, al igual que lo ocurrido con Cuba,
fracasara estrepitosamente.
https://www.pagina12.com.ar/304770-gano-biden-y-ahora-que
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