UN "CASI APÓCRIFO" DE ORTEGA
FRANCISCO JAVIER
GONZALEZ
Delenda est Monarchia.
El 15 de noviembre de 1930 el diario EL SOL publicó el artículo de José Ortega y Gasset “El error Berenguer” con la conocida frase de Catón el Viejo trasladada de Cartago a la monarquía de España. Es largo parea reproducirlo completo por lo que pongo un enlace para el que tenga interés. Nunca he sido especialmente orteguiano pero reconozco que este artículo conserva integra su sustancia y alcance, tal vez porque lo que no ha cambiado –y eso sería también orteguiano, son “las circunstancias”.
Copio sus partes más interesantes a mi juicio cambiando solamente Berenguer
por Rey o monarca y Dictadura por Transición y los años de duración de siete a
cuarenta. Todo lo cambiado va en cursiva y negrilla
http://www.segundarepublica.com/index.php?id=10&opcion=6
El Estado tradicional, es decir, la Monarquía, se ha ido formando un
surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo,
que moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente
mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar, que no
tienen sentido de los deberes civiles, que son informales, que a las cuestiones
de derecho y, en general, públicas, presentan una epidermis córnea. Como mi
única misión en esta vida es decir lo que creo verdad, -y, por supuesto,
desdecirme tan pronto como alguien me demuestre que padecía equivocación-, no
puedo ocultar que esas ideas sociológicas sobre el español tenidas por su
Estado son, en dosis considerable, ciertas. Bien está, pues, que la Monarquía
piense eso, que lo sepa y cuente con ello; pero es intolerable que se prevalga
de ello. Cuanta mayor verdad sean, razón de más para que la Monarquía,
responsable ante el Altísimo de nuestros últimos destinos históricos, se
hubiese extenuado, hora por hora, en corregir tales defectos, excitando la
vitalidad política persiguiendo cuanto fomentase su modorra moral y su
propensión lanuda. No obstante, ha hecho todo lo contrario. Desde Sagunto, la
Monarquía no ha hecho más que especular sobre los vicios españoles, y su
política ha consistido en aprovecharlos para su exclusiva comodidad. La frase
que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces ésta: «¡En
España no pasa nada!» La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar
entera la historia española de los últimos sesenta años; pero nadie
honradamente podrá negar que la frecuencia de esa frase es un hecho.
Pero esta vez se ha equivocado. Se trataba de dar largas. Se contaba con
que pocos meses de gobierno emoliente bastarían para hacer olvidar a la amnesia
celtíbera de los cuarenta años de Transición.
Por otra parte, del anuncio de elecciones se esperaba mucho. Entre las ideas
sociológicas, nada equivocadas, que sobre España posee el Régimen actual, está
esa de que los españoles se compran con actas. Por eso ha usado siempre los
comicios -función suprema y como sacramental de la convivencia civil- con
instintos simonianos. Desde que mi generación asiste a la vida pública no ha
visto en el Estado otro comportamiento que esa especulación sobre los vicios
nacionales. Ese comportamiento se llama en latín y en buen castellano:
indecencia, indecoro. El Estado en vez de ser inexorable educador de nuestra
raza desmoralizada, no ha hecho más que arrellanarse en la indecencia nacional.
Pero esta vez se ha equivocado. Este es el error del monarca.
Al cabo de diez meses, la opinión pública está menos resuelta que nunca a
olvidar la «gran vilt`» que fue la Dictadura. El Régimen sigue solitario,
acordonado como leproso en lazareto. No hay un hombre hábil que quiera
acercarse a él; actas, carteras, promesas -las cuentas de vidrio perpetuas-, no
han servido esta vez de nada. Al contrario: esta última ficción colma el vaso.
La reacción indignada de España empieza ahora, precisamente ahora, y no hace
diez meses. España se toma siempre tiempo, el suyo.
Y no vale oponer a lo dicho que el advenimiento
de la Transición fue inevitable y, en consecuencia,
irresponsable. No discutamos ahora las causas de la Transición.
Ya hablaremos de ellas otro día, porque, en verdad, está aún hoy el asunto
aproximadamente intacto. Para el razonamiento presentado antes la cuestión es
indiferente. Supongamos un instante que el advenimiento de la transición fue
inevitable. Pero esto, ni que decir tiene, no vela lo más mínimo el hecho de
que sus actos después de advenir fueron una creciente y monumental injuria, un
crimen de lesa patria, de lesa historia, de lesa dignidad pública y privada.
Por tanto, si el Régimen la aceptó obligado, razón de más para que al terminar
se hubiese dicho: Hemos padecido una incalculable desdicha. La normalidad que constituía
la unión civil de los españoles se ha roto. La continuidad de la historia legal
se ha quebrado. No existe el Estado español. ¡Españoles: reconstruid vuestro
Estado!
Pero no ha hecho esto, que era lo congruente con
la desastrosa situación, sino todo lo contrario. Quiere una vez más salir del
paso, como si los veinte millones de españoles estuviésemos ahí para que él
saliese del paso. Busca a alguien que se encargue de la ficción, que realice la
política del «aquí no ha pasado nada». Encuentra sólo un monarca amnistiado.
Este es el error del Rey de
que la historia hablará.
Y como es irremediablemente un error, somos
nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto
y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos:
¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!
Francisco Javier González
Gomera a 3 de agosto de 2020.- Día de la Fuga del dEmérito
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