MAQUIAVELITO FOR PRESIDENT
JUAN CARLOS ESCUDIER
Se echaba ya en falta un amplio reportaje en el que se desgranaran todos los méritos, capacidades y virtudes de ese fénix de los ingenios que habita en la Moncloa, el Merlín que necesita todo un rey Arturo como Pedro Sánchez y que se hace llamar Iván Redondo. Retirado de la circulación periodística impresa Javier Negre, que venía a ser el homérico escriba que cantaba periódicamente al mundo sus hazañas, ha sido el dominical de El País el que ha tomado el relevo para dar cuenta del interminable viaje al éxito del Odiseo de la asesoría política, sin cuyos oficios el presidente del Gobierno sería hoy un altísimo Don Nadie. No es que Redondo sea vanidoso, pero debe de ser que le encantan los florilegios, especialmente si las rosas que se le lanzan tienen menos espinas que los palitos de merluza ultracongelados de Findus.
Estamos, o así se
nos presentaba al personaje, ante "uno de los hombres con más poder de
este país", un "primer ministro en la sombra" o el
"virrey" de un "gobierno paralelo", cuya modestia le hace hablar de sí mismo en
estos términos: "Soy un humilde asesor. No aspiro a tomar ninguna
decisión, sino a hacer
recomendaciones". Sí, señores, así es Iván Redondo, al que por
error se define como el imprescindible colaborador del presidente del Gobierno,
cuando lo correcto sería invertir el orden de los factores; es Sánchez el que
colabora con Redondo, como lo hacía con su voz ronca el cuervo Rockefeller con
José Luis Moreno. Jamás un vendedor de crecepelo había alcanzado una cima tan
estratosférica de reputación e influencia.
No sabe uno que le
parecerá al presidente del Gobierno descubrir cada cierto tiempo que tiene a su
lado a semejante portento de la fontanería política y leer que todo lo sucedido
en España en los últimos tiempos, desde la moción de censura contra Rajoy a la
formación de la coalición de Gobierno, es obra de su Maquiavelito, ejemplo de
"audacia" y "siempre en la siguiente jugada", dicho sea en
boca de quienes le conocen bien y que, curiosamente, han estado a su servicio.
Como se afirma, todo está en la cabeza de Iván Redondo, al que como a Fraga le
cabe en ella el Estado, el de ahora y de dentro de 30 años que para eso su
fuerte es la prospectiva.
Singularmente
dotado para la predicción, genéticamente incapaz de ponerse nervioso, a cualquiera
en su lugar le podría la presunción, pero no a Iván, "un tipo normal,
agradable y poco dado a las ceremonias", siempre precavido, un "jefe
comprensivo" que nunca levanta la voz. Semejante yerno haría feliz a la
suegra más exigente si, además, viene adornado, como es el caso, con una
capacidad de trabajo sin precedentes en la historia de la humanidad. ¿Que
Sánchez está a las 6.30 corriendo por los jardines del palacio como un poseso?
Una hora antes Redondo ya está analizando la jornada con un café en la mano en
cuyos posos lee el futuro sin tachaduras. Oiga, y qué diferencia con los de
Podemos, que son más vagos que la chaqueta de un guardia a la hora de redactar
informes propios. Los 100 de Redondo, es decir su ejército de escritores de
discursos, especialistas en imagen y "destripadores de algoritmos",
no para de producir notas y más notas, miles, millones de notas en un idioma
comprensible para que Sánchez, justito de luces, las entienda adecuadamente.
Se comprenderá que
alguien así, que cuando se lo propone puede convertir a su protegido en un
xenófobo o en un mamarracho, según convenga, esté más que rifado. ¿Que por qué
ha elegido a Sánchez para conducirle a la gloria? No por ambición, no, que eso
sería una ofensa en alguien tan altruista que huye de los focos y que nunca
usará su paso por el poder para hacerse de oro algún día en su chiringuito de
comunicación política temporalmente cerrado. Si está al lado de Sánchez, si le
ha bendecido con su sabiduría y sus consejos es por "amistad y compromiso
personal", porque su aspiración es la "excelencia profesional",
así como suena de rimbombante.
A partir de aquí se
entiende el resto. Redondo está volcado con el presidente, como es natural. Con
los vicepresidentes, excepción hecha de Pablo Iglesias con el que ha tenido la
deferencia de hablar a diario durante el confinamiento porque ni Joyce ni
Pessoa le son ajenos, se reúne muy de vez en cuando, que su tiempo es oro con
diamantes engarzados. ¿Y los ministros? A hacer cola ante su puerta, que aún no
se dispone en Moncloa de esos expendedores de números tan habituales en las
pescaderías.
El personal se
preguntará con razón para qué queremos políticos, que no dejan de ser personas
interpuestas entre Redondo y la ciudadanía, cuando lo más útil, lo más económico,
sería que este genio tenebroso concurriera directamente a las elecciones y
pusiera su cara en los carteles, sobre todo ahora que es profeta en la tierra
del crecepelo. Si en su modestia es el amo de la geometría absoluta y del
escudo social, si es su cráneo privilegiado el que ha parido la idea del
"new deal" ecológico, sostenible y digital, ¿qué necesidad tenemos de
intermediarios? ¿Por qué conformarnos con Fouché si por el mismo precio -que no
es barato y que pagamos entre todos para que ni Sánchez ni el PSOE se arruinen-
podemos tener al mismísimo Napoleón de antes de Waterloo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario