DUNIA
SÁNCHEZ
La alambrada madre,
ya he llegado al límite donde el ser humano se hace corrosivo, nosotros. No
entiendo este amasijo de murallas punzante y detrás metralletas esperándonos.
Avanzamos con pañuelos blancos, avanzamos con las manos vacías, avanzamos con
la mano de niños y niñas disimulando el por qué. Del por qué somos tan egoísta
¿Por qué nos temen? Qué miedo los acusa en sus ojos de balas, de navajas
lanzados contra nosotros. Madre, cada día lo veo más claro. Quienes nos ayudan
no dan explicaciones pero creo que esta huída, estos pasos que damos hacia una
vida mejor es de retorno o muerte. Sí, la muerte madre de muchos angustiados en
medio de la nada, en medio de vallas
imposibles de pasar. Madre que el frío se vaya, qué las armas que apuntan
contra nosotros se retuerzan, que los negros precipicios que nos espera
desaparezcan. Ese es mi deseo, madre. Tengo un niño que me da de la mano, me
mira, observa los garabatos que hago en este papel difícil de hallar. Se ríe,
mientras yo le narro un largo cuento, un cuento interminable. El me mira con su
cara sucia y me dice sigue. Yo sigo mientras te escribo. Disimular, eso es. No
soporto este dolor, esa carilla de ojos vivos que no deja de mirarme ¡La
mentira¡ Ay que mentir ante tanta y tanta penuria aunque el sol salga y nos
caliente con un poquito nuestras manos cansadas. Pero la alambrada está ahí
madre, no nos dejan pasar al mundo llamado vida. Pregunto alguna doctora de este campo y sus ojos bloqueados
se cierran, respira hondo y me dice ten paciencia. Madre estamos en el final,
¿qué pasará? Lo ignoro, pero espero que nos dejen pasar aunque solo sea
algunos. No, no a todos. No comprendo. No llego a entender como nuestro
sufrimiento y calamidades no pueden doblar a un corazón. Supongo que será,
aunque no me lo digan, la fermentación
del aborrecimiento hacia nosotros. Me da ganas de levantarme y tirarme a esa
muralla de espinas y decir ¡Míranos¡ Pero no madre, sigo con este niño y el
cuento, el cuento eviterno.
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