BIENAVENTURADOS LOS IDIOTAS
JUAN CARLOS ESCUDIER
Los tontos
constituyen un grupo humano cada vez más numeroso. Se trata de individuos
perfectamente normales hasta que interactúan o abren la boca. Un tonto nunca
acepta los errores ajenos porque está incapacitado para reconocer los propios y
suele pavonearse de su propia estupidez con expresión inteligente. Alardean de
su ignorancia con énfasis, como si les fuera la vida en ello, y buscan
complicidades y asentimientos con facilidad mesiánica. Pueden clasificarse por
categorías: lo hay del bote, del culo y los superlativos, aquellos que son
tontos de remate. Estamos rodeados de ellos y hasta nosotros mismos podemos
llegar a adquirir esa condición por breves espacios de tiempo. Nadie está libre
de esta epidemia tan recurrente.
La política y, por
supuesto, el periodismo son campos abonados para el libérrimo ejercicio de esta
supina imbecilidad. Abundan los ejemplos. De hecho, hay quien afirma que son
tontos los que lo parecen y la mitad de los que no lo aparentan, aunque es muy
probable que la estadística esté equivocada y que la cantidad sea mucho mayor.
Habrá que preguntar a Tezanos. Jamás admirarán nada por sí mismos salvo que se
les señale ni se avergonzarán de sus actos, para los que siempre tienen una
explicación salvífica que les libera de cualquier responsabilidad. Todo lo que
hacen es por intangibles, ya sea por el buen común, por la humanidad, por Dios,
por la patria o por las focas monje, a las que ahora, por cierto, se las quiere
reintroducir en Canarias. Es raro que estos pobres diablos carezcan de una
causa a la que aferrarse, aunque también haya tontos que van por libre.
Dirán que tontos ha
habido siempre, y es verdad, pero lo terrible de esta modernidad globalizada y
líquida es que la velocidad a la que discurre fomenta el salto de una sandez a
otra en un delirante juego de la oca de las bobadas. Como todos los virus es
altamente infeccioso y multiplicador, triunfante. Los más tontos ya no hacen
relojes sino que los exhiben en calzoncillos en algún anuncio de Bulgari. Son
los listos de hoy en este cambalache que no se detuvo con las campanadas del
nuevo siglo. La notoriedad es sinónimo de éxito y la necedad es un máster que
podría expedir la Rey Juan Carlos con todos los certificados en regla.
A medida que la
sociedad se idiotiza resulta cada vez más complicado encontrar un público
objetivo que sea receptivo a mensajes que no sean del género tonto. Todo lo que
se transmite ha de ser ligero, simple e infantil. El maniqueísmo es una sal de
frutas que previene la digestión pesada que provocaría la exposición de una
reflexión mínimamente elaborada. Todo ha de ser blanco o negro, bueno o malo,
para que se entienda y logre adhesiones. A este asesinato del gris como color y
de los matices es a lo que algunos llaman hablar claro.
No resulta sencillo
sustraerse a esta tendencia. La estolidez y la estulticia están firmemente
asentadas. Quienes se resisten son kamikazes que circulan en dirección
contraria, candidatos ideales a estrellarse contra un mundo que cree que la
libertad está en el mando a distancia de la tele y que la igualdad está
sobrevalorada. Los tontos son mayoría. Están en las principales noticias del
día. Son ellos y no los mansos quienes heredarán la Tierra. Bienaventurados
sean
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