José
Rivero Vivas
Ateniéndonos
al Enquiridión, unas cosas dependen
de nosotros; otras, no. A este tenor, pudiéramos decir que la obtención del
éxito nos es ajena, porque generalmente estriba en los demás. Sin embargo,
nuestra actitud influye en su advenimiento, peculiaridad sencilla para quien
haya nacido con afán de protagonismo y presuntuoso exhibe su tendencia en
cualquier escenario, pendiente de lucir su destreza con la vivacidad requerida,
a fin de mostrar su relevancia en la comedia diaria, seria a veces y eficaz en
sí. Esta condición suele ser onerosa para quien, por el contrario, es persona huidiza,
remisa a exteriorizar su valor y presentar credenciales de eximio personaje,
amante de lisonja y aplauso. Su producción, no obstante, le insta a interceder
en su favor, por lo que ha de salir a la palestra, aun cuando le fastidie el
homenaje y se sienta conturbado por la aclamación, sincera y espontánea.
Perseverar
en esta vía, sin apenas atisbo de tránsito de un punto a otro, supone declinar su
reto en este conato de alzamiento personal, que lo establecido le atribuye, por
propagación de extraña contienda, en la que pronto verá su proyecto fuera de convención,
evento que exhibe en mitad de la asamblea de gesto inaudito, integrada por
gente supuestamente inepta, de infravalorada actividad, sin ápice de ventaja en
su adversa peregrinación hacia tierras bajas, ya que las medianías y las
cumbres cimeras quedan al margen de su aspiración, sublime destino adjudicado a
unos pocos, de ambientación singularizada, según dictamen del primer ciudadano
de la comunidad, en su decisión de dirimir el tema en gesto de igual a igual, ostentado
como aval de su actuación y su venerada aquiescencia.
Hasta
ahora se ha considerado negligencia el olvido hacia la aportación, pese a su
profusa variedad, de los más de este pueblo, que ufano reverencia todo producto
foráneo, lo que de alguna manera lo expone a ignorarse a sí mismo en esquivo conjunto.
Transcurrido el tiempo intuimos neta intencionalidad en su clase dirigente,
satisfecha con su saber sobre otras culturas, desde el principio de los siglos;
de aquí que cuente en su acervo con magnos ejemplares, en múltiples facetas, de
la creatividad humana, por lo que pondera sin mesura la actividad del extraño,
exhibiendo su reclamo por todo el Archipiélago, mientras ceremonioso se prodiga
en genuflexión ante las naciones de mayor fuste, cual si su apología de lo allá
producido fuera mérito incontestable a ojos de la extranjera población. Tal vez
por ello, Alain Badiou, en Petit Manuel
d’Inesthétique, al referirse a Fernando Pessoa, hace mención a Judith
Balso, seria estudiosa de la obra del desventurado poeta, y, más o menos, dice:
conocido en Francia, en más amplio sentido, cincuenta años después de su
muerte. Ante lo cual, cabe preguntarse: ¿Dónde estaban entonces los
intelectuales de su época? Ello indica que, la creación del contemporáneo,
catalogada incluso de insubstancial, ha de ser reflejada en el anuario
inventariado en la localidad, aun cuando se haya de admitir que muchos autores
suenan en ámbito de relieve internacional. Su nombradía, empero, resulta en
parte paradójica, puesto que, si su quehacer no es tenido en cuenta en su
primer mundo, difícilmente podrá ser apreciado en extraño territorio.
Esta
dinámica suele implicar típico juicio al azar de quienes no conquistaron
hegemonía durante su estancia extrañada en el procedimiento ineficaz de ingenua
ruptura; ahora, con el haber inédito del regreso al punto de partida, el
creador se ve forzado a reclusión colateral severa, con años interminables
condenando su porfía, insostenible fuente de información para la clique que
pulula en torno al poder. Lo cierto es que la gente sigue cuanto procede de
altas instancias, y deja a un lado lo que excede el límite estatuido tácitamente,
del que todos parecen estar conformes. Pero, el oriundo de estas Islas, a pesar
de cuanta lectura practica denodado, se siente mayormente reacio a inclinarse
sobre páginas de un libro del escritor coterráneo; tanto así, que ni siquiera
reconoce aquellos autores mimados por la oficialidad.
Lejos de
palmario extremo, perdido en el terreno resbaladizo de quien supone gozar de
seguridad plena, el primer sentimiento de este ser, ante la hecatombe
anunciada, fue el de esfumarse de la zona antes de que las nubes tornaran a
cubrir el firmamento. En esta disyuntiva se encontraba cuando fue asaltado por
negros pensamientos que derribaron su designio y lo arrumbaron en perdurable
frustración. Ignora cuánto tiempo habrá de permanecer todavía en esta
encrucijada, nublada y sin despejar, pese al obvio transcurso desde la otra
mañana, cuando torvamente sufrió agresión por parte de quien no piensa en la
torpe ofensa inferida, por simple nonada acerca del ilusorio bienestar, en
sueño o imaginación, jamás alcanzado. Después, conmovido, se apena ante el
fracaso de no obtener la facultad de volar sin alas, ni hallarse dotado de
dispositivo mecánico, idóneo para implementar la alentadora opción, como furtiva
enmienda a su fallido anhelo.
Puesto a relatar
los sucesos acaecidos en el medio -recogidos en bandeja de servicio en un
restorán económico-, la crisis de los años de penuria se impone a cualquier
conjetura elegida al albur, en el instante de iniciar un cuento de sutil
enjundia, con objeto de paliar el efecto de una larga narración insulsa, cuya
lectura no sugiere estima, pese al enorme cómputo de páginas de mancha compacta.
Ello induce al autor, o autriz, a compendiar aquello que considera valioso para
su activo personal, premisa tras la cual nada expresa abiertamente de cuanto
sucede en derredor; su interés se centra en algo que surge, espontáneo o
elaborado, distante del lugar en que mora y se desenvuelve, sin pretensión de
sabio ni envanecido por ínfulas literarias. Su acción, un tanto enrevesada, por
audaz contenido, lo obliga a actuar a escondidas, con lo cual, ni las personas
más allegadas conocen su vocación, silenciosa y reservada. Esto no le inquieta
en realidad porque no afirma ni niega su labor, irregular en el tiempo, ya que
su dedicación no es perseverante ni sólida; pese a ello, no arrumba su
contenido en el fondo del armario, con claro propósito de ignorarlo a
conciencia. De modo que, respecto de las diversas circunstancias halladas, cual
comentario de través, hace en última instancia suya la iniciativa diseccionada
y la concibe a su arbitrio; en definitiva, óptima deliberación para su oferta,
pues, una vez la obra en estampa, su opinión, en cuanto autor, y aun la de
cualquier lector, así como la del experto en literatura, no deja de ser
particular en su prístina esencia.
José Rivero Vivas
Diciembre de 2017
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