CAMINABA
DUNIA
SÁNCHEZ
Caminaba
despacito, con la lindeza de una lluvia otoñal que traería las nevadas en la
cumbre. Dejaba de sus bolsillos caer
piedrecitas y papelillos arrugados que eran huella del ayer. Piedrecitas para no perderse, papelillos para
que la mala memoria no lo dejará hermético, estático ante algún suceso del
hoy. Continuaba con su camino lento y lo
perfecto de blancos copos hacia la cima. No le importaba el frío, ni la helada
nocturna que vendría sobre sus añejos huesos, ella seguía, sola, con sus
piedrecitas y papelillos. Versos y recuerdos abandonados en una senda donde
todo era olvido, hasta ella. Ella desplazaba de su mente mientras avanzaba todo
su pasado. Sus largas melenas de tono cano la tomaban de la mano, a igual que
sus arrugas, a igual que sus años. No tenía sensación de agotamiento pero
cierta pena se adhería a sus espaldas. Ingería no se qué camino de púas que la
pronunciaban en ese andar y andar hasta la cumbre. Llegó en el naciente de un cráter. Sus manos
se posaron sobre las rocas que habitaban el lugar pero el frío y el calor solo
hizo que de sus manos hinchadas derramara sangre, sangre que ella se fijo pero
continuaba con su camino. La noche despejada la invitaba a admirar un
firmamento rebozado de astros sin distinguir sus siluetas. Caminaba despacito,
con el bello toque del silencio, de la nada. Cerró los ojos y hechizada también
por una luna llena esbozó una sonrisa ¡La vida¡ ¡la vida¡ grito y en el
respuesta su propio eco, sus propias emociones. Sacó el saco de dormir de su
vieja mochila y se sentó. Así, hasta que el alba le encendiera con las isla con
los primeros rayos solares ¡la vida¡ ¡la vida¡, grito de nuevo. Ahí, mi caballero, universo del misterio que
en el nocturno luce su traje de luces. Ya estoy vieja y sola por ello me
quedaré aquí, ya no tengo más piedrecitas ni más papelitos. Todo lo he dejado
atrás para los que vengan en el mañana, un mañana espero bonancible en la paz
de los pueblos.
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