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lunes, 4 de diciembre de 2017

AUREOLA, por José Rivero Vivas

AUREOLA
José Rivero Vivas
Ateniéndonos al Enquiridión, unas cosas dependen de nosotros; otras, no. A este tenor, pudiéramos decir que la obtención del éxito nos es ajena, porque generalmente estriba en los demás. Sin embargo, nuestra actitud influye en su advenimiento, peculiaridad sencilla para quien haya nacido con afán de protagonismo y presuntuoso exhibe su tendencia en cualquier escenario, pendiente de lucir su destreza con la vivacidad requerida, a fin de mostrar su relevancia en la comedia diaria, seria a veces y eficaz en sí. Esta condición suele ser onerosa para quien, por el contrario, es persona huidiza, remisa a exteriorizar su valor y presentar credenciales de eximio personaje, amante de lisonja y aplauso. Su producción, no obstante, le insta a interceder en su favor, por lo que ha de salir a la palestra, aun cuando le fastidie el homenaje y se sienta conturbado por la aclamación, sincera y espontánea.
Perseverar en esta vía, sin apenas atisbo de tránsito de un punto a otro, supone declinar su reto en este conato de alzamiento personal, que lo establecido le atribuye, por propagación de extraña contienda, en la que pronto verá su proyecto fuera de convención, evento que exhibe en mitad de la asamblea de gesto inaudito, integrada por gente supuestamente inepta, de infravalorada actividad, sin ápice de ventaja en su adversa peregrinación hacia tierras bajas, ya que las medianías y las cumbres cimeras quedan al margen de su aspiración, sublime destino adjudicado a unos pocos, de ambientación singularizada, según dictamen del primer ciudadano de la comunidad, en su decisión de dirimir el tema en gesto de igual a igual, ostentado como aval de su actuación y su venerada aquiescencia.
Hasta ahora se ha considerado negligencia el olvido hacia la aportación, pese a su profusa variedad, de los más de este pueblo, que ufano reverencia todo producto foráneo, lo que de alguna manera lo expone a ignorarse a sí mismo en esquivo conjunto. Transcurrido el tiempo intuimos neta intencionalidad en su clase dirigente, satisfecha con su saber sobre otras culturas, desde el principio de los siglos; de aquí que cuente en su acervo con magnos ejemplares, en múltiples facetas, de la creatividad humana, por lo que pondera sin mesura la actividad del extraño, exhibiendo su reclamo por todo el Archipiélago, mientras ceremonioso se prodiga en genuflexión ante las naciones de mayor fuste, cual si su apología de lo allá producido fuera mérito incontestable a ojos de la extranjera población. Tal vez por ello, Alain Badiou, en Petit Manuel d’Inesthétique, al referirse a Fernando Pessoa, hace mención a Judith Balso, seria estudiosa de la obra del desventurado poeta, y, más o menos, dice: conocido en Francia, en más amplio sentido, cincuenta años después de su muerte. Ante lo cual, cabe preguntarse: ¿Dónde estaban entonces los intelectuales de su época? Ello indica que, la creación del contemporáneo, catalogada incluso de insubstancial, ha de ser reflejada en el anuario inventariado en la localidad, aun cuando se haya de admitir que muchos autores suenan en ámbito de relieve internacional. Su nombradía, empero, resulta en parte paradójica, puesto que, si su quehacer no es tenido en cuenta en su primer mundo, difícilmente podrá ser apreciado en extraño territorio.
Esta dinámica suele implicar típico juicio al azar de quienes no conquistaron hegemonía durante su estancia extrañada en el procedimiento ineficaz de ingenua ruptura; ahora, con el haber inédito del regreso al punto de partida, el creador se ve forzado a reclusión colateral severa, con años interminables condenando su porfía, insostenible fuente de información para la clique que pulula en torno al poder. Lo cierto es que la gente sigue cuanto procede de altas instancias, y deja a un lado lo que excede el límite estatuido tácitamente, del que todos parecen estar conformes. Pero, el oriundo de estas Islas, a pesar de cuanta lectura practica denodado, se siente mayormente reacio a inclinarse sobre páginas de un libro del escritor coterráneo; tanto así, que ni siquiera reconoce aquellos autores mimados por la oficialidad.
Lejos de palmario extremo, perdido en el terreno resbaladizo de quien supone gozar de seguridad plena, el primer sentimiento de este ser, ante la hecatombe anunciada, fue el de esfumarse de la zona antes de que las nubes tornaran a cubrir el firmamento. En esta disyuntiva se encontraba cuando fue asaltado por negros pensamientos que derribaron su designio y lo arrumbaron en perdurable frustración. Ignora cuánto tiempo habrá de permanecer todavía en esta encrucijada, nublada y sin despejar, pese al obvio transcurso desde la otra mañana, cuando torvamente sufrió agresión por parte de quien no piensa en la torpe ofensa inferida, por simple nonada acerca del ilusorio bienestar, en sueño o imaginación, jamás alcanzado. Después, conmovido, se apena ante el fracaso de no obtener la facultad de volar sin alas, ni hallarse dotado de dispositivo mecánico, idóneo para implementar la alentadora opción, como furtiva enmienda a su fallido anhelo.
Puesto a relatar los sucesos acaecidos en el medio -recogidos en bandeja de servicio en un restorán económico-, la crisis de los años de penuria se impone a cualquier conjetura elegida al albur, en el instante de iniciar un cuento de sutil enjundia, con objeto de paliar el efecto de una larga narración insulsa, cuya lectura no sugiere estima, pese al enorme cómputo de páginas de mancha compacta. Ello induce al autor, o autriz, a compendiar aquello que considera valioso para su activo personal, premisa tras la cual nada expresa abiertamente de cuanto sucede en derredor; su interés se centra en algo que surge, espontáneo o elaborado, distante del lugar en que mora y se desenvuelve, sin pretensión de sabio ni envanecido por ínfulas literarias. Su acción, un tanto enrevesada, por audaz contenido, lo obliga a actuar a escondidas, con lo cual, ni las personas más allegadas conocen su vocación, silenciosa y reservada. Esto no le inquieta en realidad porque no afirma ni niega su labor, irregular en el tiempo, ya que su dedicación no es perseverante ni sólida; pese a ello, no arrumba su contenido en el fondo del armario, con claro propósito de ignorarlo a conciencia. De modo que, respecto de las diversas circunstancias halladas, cual comentario de través, hace en última instancia suya la iniciativa diseccionada y la concibe a su arbitrio; en definitiva, óptima deliberación para su oferta, pues, una vez la obra en estampa, su opinión, en cuanto autor, y aun la de cualquier lector, así como la del experto en literatura, no deja de ser particular en su prístina esencia.
José Rivero Vivas
Diciembre de 2017
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