ALGUIEN GANA CON LA
MALA PRENSA.
CRISTINA FALLARÁS
Es
evidente que la información que ofrece el periodismo con 11.000 profesionales
menos no tiene comparación con la que ofrecía. También es cierto que muchos de
los periodistas despedidos entonces han ido encontrando huecos, a tanto la
pieza, aquí y allá. A estas alturas, no cabe duda de que las condiciones
laborales, en general, y los salarios muy en particular, no garantizan la
posibilidad de desarrollar el trabajo del modo que cualquier sociedad merece.
Ahí
está la base del empobrecimiento brutal que padecemos. No me refiero al
empobrecimiento de los trabajadores, en este caso, sino de nuestra sociedad en
tanto que democracia saneada. Ninguna democracia goza de buena salud sin una
información de calidad. El periodismo trata –debería tratar– de ofrecer a los
ciudadanos los datos, sobre todo, de la gestión pública; el análisis profundo y
diverso de las realidades política y económica; un retrato ajustado del
funcionamiento de la Administración de Justicia; y detalles constantes,
exhaustivos y veraces sobre el funcionamiento de eso que podríamos llamar
“ámbito internacional”.
Sin
esa información, se puede engañar a la población, pero sobre todo no hace falta
engañarla, porque se consigue que las cosas sucedan a sus espaldas, que ignore
los asuntos referentes a la enumeración anteriormente expuesta de forma muy
resumida.
En
cuanto a la “precarización” del trabajo periodístico, supone el mayor recorte
en la libertad de información de un país. La situación en la que trabajan la
mayoría de los periodistas hoy en España se podría retratar: pluriempleo,
jornadas de dos o de 16 horas, sin contrato, con raquíticas remuneraciones por
pieza o colaboración… O sea, que la mayoría de los y las periodistas sabe que,
en el caso de caer enfermo, enferma, no volverá a cobrar nada de nada hasta que
se recupere y pase el tiempo necesario –30, 60 o 90 días– para que le abonen
las colaboraciones entregadas tras su reincorporación. Calculen, por ejemplo,
en el caso de un embarazo y parto. Calculen una enfermedad cuya convalecencia
sencillamente supere el mes.
Lo
anterior consigue profesionales que trabajan con miedo, sin ninguna seguridad
laboral y con la amenaza de perder el trabajo en el caso de no seguir la
corriente, de no obedecer o de “resultar incómoda, incómodo”. “Incómoda” es un
adjetivo de una amplitud mundial en este caso.
Pero,
sobre todo, impide realizar los necesarios saneamiento y renovación de una
profesión que encabeza las listas de descrédito y asco en cuanto se pregunta a
la población. No es casual. Sin embargo, resulta más que difícil poner en
marcha un nuevo periodismo independiente, profundo, exhaustivo, con
profesionales cualificados y lo suficientemente remunerados como para no tener
que ofrecer sus labores en media docena de medios distintos. No existe la
inversión necesaria para ello. Y esto tampoco es casual.
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