POESÍA, VISUAL Y ALUCINACIONES
ROBERTO
CABRERA
Paco Guerrero vivía en la calle Serrano de Santa Cruz, solía
jugar en la plaza San Fernando bajo la atenta mirada de su abuela, una señora
muy mayor vestida de negro. Tenía un hermano más pequeño que él, que llamábamos
Cochito, gran aficionado al fútbol. El otro hermano era mayor y de nombre
Miguel Ángel que pronto comenzó a trabajar como ayudante de farmacia y que hoy
en día creo que sigue ejerciendo como ATS en la Residencia hospitalaria. A este
hermano le gustaba la música y llegó a formar algún grupo con Antonio Ariza,
bajista de nuestro Grupo Salvaje.
La leyenda urbana venía a decir que Paco se cayó un día de un
pequeño muro en la placita, jugando, y que del susto mayúsculo se le disparó la
diabetes, enfermedad que le acompañó creo, toda su vida.
Paco tenía gran afición
por el arte desde pequeño, y se carteaba con entidades literarias desde joven.
Comenzó los estudios de enfermería y pronto estuvo trabajando en ello. Su
familia era muy seria y respetada en nuestro barrio. Al parecer su padre
falleció muy joven, creo que era oriundo de Andalucía, de apellido Guerrero, y
que trabajó como barman en el kiosco Asunción de Las Ramblas, por lo que su
familia se componía de sus dos hermanos, su madre Juanita Romero, su tía y la
abuela. Eran clientes del comercio de mis padres y con muy buena relación. Su
tío soltero era marinero y se pasaba más de medio año navegando, era una
persona muy entrañable y dicharachera, con quien compartí a pesar de la
diferencia de edad, algunas correrías. Ganaba mucho dinero en los barcos e
incluso me contó cómo en Sebastopol, ahora tan en boga, se bailaba el twist a
pesar de la rigidez soviética.
En el Instituto de Santa Cruz, coincidí nuevamente con Paquito
Guerrero, que era jovencísimo desde luego en aquellos años 70/71 y aunque
estaba en un curso distinto al mío, pronto se hizo notar, de modo que trajo un
cuento de Navidad, un tanto amargo y desvelador de las hipocresías de estas celebraciones, y que fue publicado
en la revista que la dirección del centro trató de censurarnos aduciendo que
allí había algún artículo de matute,
clandestino. A pesar de ello sorteamos
la censura registrándola en las oficinas del régimen. Logramos entonces
pasearla por todos lados, incluso creo que contenía unos poemas a la naturaleza
de Mao Tsé Tung. Paco era compañero de
clase de Félix Francisco Casanova, que no recuerdo si colaboró en aquel número,
lo que sí recuerdo fue un concierto en el salón de actos del Grupo Salvaje.
Aquél salón solía ser muy frecuentado para actividades de este tipo ya que la
ciudad apenas contaba con espacios culturales apropiados. También hubo una
exposición de arte y poesía de título Canariarte.
Ese año y los siguientes estuvimos ya entregados a la política, a cambiar la situación,
comenzábamos con unos grandes murales acerca de los derechos humanos por los
que fuimos llamados a capítulo. En la dirección se nos pidieron explicaciones,
incluso trataron de presionar a nuestras familias enviándoles unas misivas
narrando nuestros desvaríos democráticos. Muy pocos profesores nos defendieron,
entre los que recuerdo estaban Maricarmen Cimadevilla, Dolores Sanguino y José
Luis Escohotado. El resto parece que no había sufrido el trance de la
transición todavía. Era ya la pura clandestinidad y nuestra vena artística se
hizo más social y contestataria.
Entre el grupo de estudiantes que
nos movíamos ya con un pie en la
universidad, recuerdo a Fernando y a Jorge Sentís, Fernando Álamo, Aureliano
Marrero, Vicente Pedrero o Ángel Mollá, José María Moreno, Elena del Castillo,
Nieves Delgado y Jesús Castellano. Nos situábamos en las gradas de la cancha a
la hora del bocadillo y cantábamos ¡¡No nos dejan cantar Robeson, mi canario
con alas de águila, no nos dejan cantar nuestras canciones, mi hermano con
dientes de perlas!!
NO NOS DEJAN CANTAR
No nos dejan cantar, Robeson,
mi canario con alas de águila,
mi hermano con dientes de perla.
No nos dejan gritar nuestras canciones.
Tienen miedo, Robeson,
tienen miedo del alba, miedo de ver,
miedo de oír, miedo de tocar.
Tienen miedo de amar,
miedo de amar como Ferhat, apasionadamente.
No nos dejan cantar, Robeson,
mi canario con alas de águila,
mi hermano con dientes de perla.
No nos dejan gritar nuestras canciones.
Tienen miedo, Robeson,
tienen miedo del alba, miedo de ver,
miedo de oír, miedo de tocar.
Tienen miedo de amar,
miedo de amar como Ferhat, apasionadamente.
(Seguramente,
también vosotros, hermanos negros, habéis de tener un Ferhat. ¿Cómo le llamas,
Robeson?)
Le tienen miedo al grano y a la tierra,
al agua que corre,
al recuerdo.
La mano de un amigo que no pide
ni descuento, ni comisión, ni plazo;
como un pájaro tibio
nunca les estrechó la mano.
Le tienen miedo al grano y a la tierra,
al agua que corre,
al recuerdo.
La mano de un amigo que no pide
ni descuento, ni comisión, ni plazo;
como un pájaro tibio
nunca les estrechó la mano.
Le
tienen miedo a la esperanza,
Robeson, miedo a la esperanza.
Tienen miedo, canario mío, con alas de águila,
tienen miedo de nuestros cantos, Robeson...
Robeson, miedo a la esperanza.
Tienen miedo, canario mío, con alas de águila,
tienen miedo de nuestros cantos, Robeson...
(Nazim
Hikmet, Octubre 1949)
Volví a trabar relación con Paco a finales de los 70. Ya no
vivía en la calle Serrano, sino en Primo de Rivera u otra paralela cercana a
Las Ramblas, le expuse mi proyecto de revista Teresa en el balneario, y enseguida me ayudó en la maquetación y
con algún texto de su creación. Poco tiempo después ya se había casado con
Ákeka que era compañera mía de estudios, por cierto, haciendo primero o segundo
de Psicología en la ULL en turno de tarde. Tenía relación con ella también
porque cantaba con una voz maravillosa por cierto y solía hacerlo a dúo con
Alberto Delgado con quien yo había compartido la experiencia del grupo folk
Sangre Inocente y que a veces coincidíamos en el escenario, como en el Primer
encuentro de música popular de Guía de Isora. Ahora Paco y Ákeka vivían en la
calle Padre Anchieta junto al puente Galcerán, allí los visitaba junto con Olga
alrededor del año 1979. Salíamos a veces los cuatro en un seiscientos que
conducía Ákeka. Montamos entonces entre los tres un Manifiesto de Primavera y
con poemas de Olga, míos y de Paco conseguimos imprimir unas octavillas
poéticas y difundirlas por Santa Cruz y La Laguna acompañados de un 4L que yo
tenía y con un altavoz que nos prestó el CCPC. Luego tocamos con Gato Gótico en
un campamento donde él enseñaba a los niños diabéticos los mecanismos de
inyectarse la insulina etc. Seguimos entonces con una buena relación, él había
ganado el Premio de Poesía Félix Fco. Casanova con el relato Habitación 205 e
hizo una performance en el ateneo de La Laguna, en la cual a una hora de la
noche se abría una caja que pendía del techo con un mensaje, que ahora no
recuerdo. Dibujaba y pintaba en grandes papeles gouache con tintas, figuras
circulares superpuestas y me da que era muy seguidor del Op Art, Felo Monzón y
la poesía visual. Fumaba unos habanos de gran calidad. Más o menos por el año
82/83 se mudó a la Finca España, Ákeka se había presentado a las primeras
oposiciones de Filosofía que se convocaban en Canarias, y entre ella y Paco me
empujaron a que hiciera lo mismo, que me presentara. Lo que hice en el año 83,
obteniendo la plaza. Ganó una mención honorífica del Premio Ciudad de La Laguna
al igual que Olga Luis y Lola Paz, Bernardo Chevilly entre otros. Los poemas fueron
publicados en un volumen bajo el rótulo Poesía Canaria inaugurando los años
80. Félix Casanova de Ayala en el
prólogo fechado el 15 de noviembre de ese año comentaba “Se nos escapa uno.
¡Estos poetas! A veces viven la luna y se hace imposible localizarlos. Es el
caso de Francisco Guerrero, otra Mención Honorífica –la última ya- por su poema
“Once de Septiembre”, presentado al Concurso bajo el seudónimo de “Juan Díaz”.
Todos nuestros intentos de comunicar con este concursante han quedado fallidos.
Carecemos, pues, de sus opiniones y datos biográficos. Pero tenemos su poesía.
Y ésta es la auténtica presencia y de un poeta. La que nunca pueda fallar. La
que alberga sus verdaderas señas de identidad.
Francisco Guerrero nos ofrece en su “Once de Septiembre” un
hermoso y cálido canto a la libertad atropellada, a los pueblos “que caminan al
ritmo de la lluvia y el viento”…”donde los hombres y mujeres/ por cara tienen
un ovoide atormentado, /se espera el regreso de las golondrinas de Bécquer/ o
la Residencia en la Tierra de Pablo…”
Curioso título el de su
poema, quién sabe si premonitorio como suele ocurrir con algunos de nuestros
poetas.
ONCE DE
SEPTIEMBRE
(1973 –
1980)
Después
de siete círculos al Sol,
qué se
puede decir ya,
si acaso,
tal vez poca cosa, si acaso
habría
que dar gracias a la vida
como
Violeta, (su canción)
pero
todos sabemos que es un canto de muerte,
no
interesa, (lo siento Violeta).
Aunque,
cuando ya nada se espera personalmente
exaltante
– como dijo Celaya;
hay que
seguir perdido en un rayo de Sol,
apurando
un éxtasis comatoso,
afectado
por una sublimidad fuera de moda,
hay que
seguir, y buscar las perdidas
Hojas de
Hierba de Wiltman,
y hacer
que Cavafis regrese de su viaje a Ithaca.
Ahora, en
un ateneo a la griega,
donde se
habla de sucesos y esperanzas risueñas,
donde los
hombres y mujeres,
por cara
tienen un ovoide atormentado
se espera
el regreso de las golondrinas de Bécquer,
a la
Residencia en la Tierra de Pablo.
Siete círculos
al Sol, después
de que el
último ladrillo de la estrecha tumba,
el último
ladrido que colocaron en tierra,
puso fin
a todas las esperanzas,
incluso
las más inocentes
se habían
convertido en hombres cansados.
Eran
hombres cansados de invierno,
del amor
de los ojos oscuros,
estaban
cansados de las danzas macabras,
de los
pies descalzos, de las palabras sin sentido,
estaban
cansados de las nubes y de la lluvia,
y del
Sol, y de la primavera,
y del
verano, y del otoño, y de los árboles.
Estaban
cansados de sus ideales
y de los
calendarios de piedra
que
tardaban en ser inventados,
como
cuando comienzan a caer
los
residuos de acero en una palabra,
un
personaje no puede existir sin un paisaje,
Salvador,
tu paisaje es una serpiente de cobre,
aunque en
la exigua sustancia de la alegría,
cuando
crecen los dientes en la noche solitaria,
se oye
música del agua.
Estaban
cansados por la demora de la muerte,
por la
piel de las flores vírgenes,
por la
furia de la espera,
con los
cuerpos crispados, pueblos
que
caminan al ritmo de la lluvia y el viento,
versos del
corazón intacto,
y con la
muerte al llegar,
eran
hombres que estaban cansados,
y
aguardaban bajo yugo de barras y estrellas
a que
Novalis corriese el velo de la noche oscura y serena.
Comenzamos entonces el proyecto Menstrua Alba, que terminamos en
La Palma, ya que mi primer destino fue el IES Alonso Pérez Díaz, Olga y yo nos
tropezamos allí con Antonio Arroyo que estaba por entonces haciendo el cuartel
(también lo empujamos a lo de las oposiciones y las aprobó...) Teníamos una
pequeña tertulia en el bar el Faro y Paco seguía en Tenerife preparando las
maquetas y dibujos para editar. Editamos los tres números que duró la revista y
en el ínterin, invitamos a Paco desde el IES para hacer una exposición de
poesía visual, dentro de una semana de arte que allí se llevó a cabo. Ya se
había separado y llevó a nuestra casa a su hijo pequeño. Estuvo allí como una
semana con nosotros en La Breña. Eran tiempos muy creativos, cuando hicimos el
cuarteto Delfín Verde y también porque viajamos con Gato Gótico a las fiestas Lustrales
del 85. Publicó en aquellas revistas y consiguió también colaboradores para
ellas. Era el 86 volvíamos de un largo viaje por Europa, nos trasladábamos ya a
Tenerife. Bajamos del coche un colchón que nos sirvió de cama durante todo el
trayecto, si exceptuamos el tiempo que estuvimos en Frankfurt, en casa de unos
amigos. El mobiliario era en Benavides, el citado colchón, una sábana que hacía
de cortina y como asiento los paquetes de revistas de aquella Menstrua Alba
número 2 que a su gusto vanguardista había diseñado Paco y cuyo epígrafe de
portada rezaba: con un beso sabor a jazz. Muy pronto Paco nos visitó y
comenzamos a venderla en el primer mercadillo que se instaló en la Avda. de Anaga
en Santa Cruz. La contraportada y la carátula estaban impresas en un lujoso
papel martelet, y las páginas interiores contenían hojas completamente en
negro, a veces ilustradas sólo con un punto blanco, otras dos, o varios más,
según se iba avanzando . Aquello para algunos constituía una obra de arte,
mientras que para otros era un dispendio. Su título: Punto blanco, punto negro
rezaba así:
“Un Punto no existe solo en el espacio. Un punto es la expresión
mínima de la realidad y la realidad es saber reconocer lo que es una silla en
todo momento. Punto Blanco. Punto Negro. Es para la poesía. Sin palabras. Sin
reflexión. Una estrella y lo que pensamos cuando la miramos. Brillando como un
diamante en la oscuridad. Un Punto de luz, tenue. Un Punto una estrella. Una
“hoguera en el cielo” como decía un clásico griego. Punto Blanco. Punto Negro.
Posee altura, anchura y grosor. Y la referencia mágica del tiempo. En alguna
orilla del universo un Punto sueña. Punto Blanco. Punto Negro. Es, la mínima
expresión poética que se puede crear. Punto Blanco es Punto Blanco. Punto Negro
es Punto Negro. Así es como se debe explicar a un ciego este poemario. Explicar
el color Azul, sería muy penoso: Azul es Amarillo y éste como Rojo. Punto
Blanco. Punto Negro. Para Sylvia Plath. Una de las últimas, buscadas y deseadas
lecturas. Un amor literario. Punto Blanco expande luz y sonido. Punto Negro
absorbe luz y silencio. Estas son sus propiedades físicas. El sonido al palmear
dos manos. El silencio de un día de campo. El sonido de fondo de la ciudad. El
silencio del fingidor. El sonido de la risa. El silencio por el silencio. El
sonido de la lluvia al golpear el cristal. Bandada de Silencios. Sinfonía
imaginaria. El cadáver de una palabra. Silencio”
Más tarde Menstrua Alba se puso cuesta arriba y no encontramos
forma de costearla, teniendo que recurrir a alumnos de diseño de la escuela de
Artes y Oficios en Santa Cruz de Tenerife para terminarla y con la última
subvención que nos proporcionó el Cabildo de La Palma. Luego supe que estaba durante un tiempo
bastante deprimido, desconozco el motivo, quizá tenía poca relación con su hijo
o vete tú a saber si era debido al trabajo con tantas personas sufridoras que
quizá hasta lo acosaban con sus quejas dolientes. Lo visitábamos de cuando en
cuando en la casa donde se mantuvo en la Finca España. Allí ya no eran sus
vecinos Lilí y Juambi quienes eran también colegas de la facultad, del kiosco
Asunción, de la política etc. Ella fue directora general de universidades y él
profesor de Filosofía de varios institutos en la isla. Luego volvimos a verlo
cuando Olga estuvo hospitalizada y nos prestó una gran ayuda. De lo que sí tengo constancia es que a pesar
de sus problemas continuaba muy entregado a ayudar a los pacientes de la planta
de psiquiatría, manteniendo con ellos a través del teléfono incluso
conversaciones y todo tipo de mensajes terapéuticos. Era un crack con esas
cosas de su profesión. También decían que en un momento dado rompió lazos con
una parte de su familia, cosa que resulta dudosa pues era una familia muy
unida. Su tío lo admiraba muchísimo. No sé si ya comenté, que en su momento le
vendí por un precio simbólico dos o tres cuadros de Kolia, uno de ellos de
título el tercer ojo, eran acrílicos
que yo había tenido ya en casa una decena de años y que él apreciaba en
cantidad, por ser Kolia vecino también de la propia calle Serrano del barrio
santacrucero de Duggi.
Uno de nuestros ulteriores contactos ocurrió durante la
instalación “Nómada en Makaronesia” en el Espacio Guimerá de Santa Cruz de
Tenerife. Fue una experiencia magnífica en la que Paco Guerrero ocupó la plaza
de “comisario”, qué palabra, de la exposición. Su idea fue recubrir haciendo de
zócalo todo el espacio de la sala con periódicos alusivos a la trayectoria de
Gato Gótico en el formato máximo que dieran las rotativas, sobre el que se
colocarían las obras pictóricas de los artistas que habían acompañado al grupo
durante una veintena de años. Néstor Santana, Toño Cámara, Nicolás R. Kolia…y
en el centro esculturas de otros tantos como Rosa Hernández, Blanca Ascanio
etc. Fue una experiencia inolvidable aquella “Instalación del tiempo”, como él
la tituló. Allí durante 15 días se presentaron libros como el de Olga Rivero
Jordán, y aparte de música en vivo, también hubo una charla sobre Jazz y
Literatura a cargo de nuestro también inolvidable Amadou Ndoye. Desde luego, ha
sido otra gran pérdida. Una persona tan valiosa, un delicioso excéntrico, en
suma y como decía Nietzsche, Francisco Guerrero Romero se convirtió en lo que
uno debe ser en esta vida: un artista.
@ Roberto Cabrera
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