PÉREZ GALDÓS, ENTRE EL ÉXITO LITERARIO Y LA POBREZA,
TEO MESA
Celebramos gozosos en estos días, otro aniversario del
nacimiento del ilustre literato de talla universal, don Benito Pérez Galdós. Se
cumplen 171 años, de su natalidad en la casa paternal de la calle Cano, 6, del
barrio trianero de Las Palmas de Gran Canaria, el 10 de mayo de 1843. Hoy, en
ese mismo lugar, disfrutamos de la Casa Museo que lleva su literario nombre y
la historia del prócer. Con los máximos respeto hay que inclinarse ante la majestad
de este portentoso genio de brillante y especial talento para la creación
literaria, hecho a sí mismo (los genios no necesitan de Academias para
formarse), y haber sido un denodado trabajador durante toda su existencia.
Reflejo de ello son en sus cientos de obras escritas: novelas,
teatros, cuentos e infinidad de artículos de prensa (periódicos en los que
colaboró en prematuros comienzos, a los diecisiete años, en el rotativo El
Ómnibus, de Las Palmas de Gran Canaria, con sus sarcásticos artículos que
tituló Mi criado Bartolo y Yo, en
noviembre de 1862. En los cuales se deshoja una imaginación y redacción,
anómalas para su juventud, que apuntaban muy alto, como así sería.
Pero, su bondad y honradez de pensamiento, se correspondió en
persona de gran humanidad y entrega incondicional a sus principios éticos, los
cuales fueron inalterables durante toda su vida. Era un brioso defensor de los
oprimidos en educación, justicia social, y en denunciar, mediante sus páginas
literarias, unas mejores condiciones de vida para la relegada población de
entonces. Por estas delaciones noveladas y teatrales, contra los fanáticos
rigores de una parte del catolicismo ultramontano y la vejada sociedad popular,
estuvo proscrito de los parabienes de haber sido aceptado como intelectual por
la jerarquía clerical y por la oligarquía conservadora.
La vida de
Galdós estuvo marcada por su declarada pasión a la creación literaria. Así fue
expresada en todas sus obras. Ánimo que le generó savia de pureza y entusiasmo
vital. Esta afortunada dedicación, a la que mantuvo devoto durante toda su
afortunada existencia, estuvo ungida por el zénit literario que en vida alcanzó
y disfrutó complaciente en sus adentros. Nimbado por las verdes hojas del árbol
de los laureles, éstos no le afectaron en su modo de pensar, ser y sentir, en
su inmutable personalidad. La humanidad y bonhomía del intelectual canario, que
llevó inmanente, no fueron mutadas por las vanidades transitorias del éxito
intelectual de los varios momentos de éxitos.
Nadie discute, al Maestro de maestros, de la pluma creativa de
la que gozó. Sus obras literarias fueron concebidas en el entorno hispano, en
temas y costumbres naturalistas. Tuvo Galdós, un excelso triunfo literario en
el magisterio de la narración ideada, y realista, también, como muy pocos
escritores, por lo que fue el gran novelista del siglo XIX, de la lengua
castellana. Y en parangón, con los mejores novelistas de occidente. Entre las
muchas obras para elegir, figuran como más sobresalientes los Episodios
Nacionales, al margen de las brillantes novelas: Marianela, Gloria, El Abuelo,
Doña Perfecta, Misericordia, Miau, Fortunata y Jacinta, Tristana, etc.; en
obras teatrales: La de San Quintín, Electra, Alma y Vida, Sor Simona, Antón
Caballero, etc., Éxitos de ventas en los límites de la geografía nacional, que
sólo fueron para el magno escritor, pequeñas cosechas económicas del momento.
Con el producto de estos trabajos, en plena suma de ventas de
las ediciones, por sus éxitos literarios, solo pudo construir una modesta
morada, junto a la playa de La Magdalena, en la capital de Santander, a la que
llamó San Quintín (por haber escrito en ella esta obra teatral aludida). No se
conocen otras pertenencias de Galdós, amén de su biblioteca y enseres
domésticos. Casa aquélla, que en parte, y algunos muebles, fueron diseñados por
otra de sus grandes pasiones, como lo fuera la plástica pictórica. En ésta
demostró un nato talento para su práctica, que ejercitó hasta que sus ojos
ciegos y manos temblorosas, por la enfermedad y la vejez, no se lo permitieron
más.
Pero, por el contrario, el aplastante analfabetismo, cuasi
general en la mayoría de la población de aquella época, hacía que apenas se
compraran obras escritas. También a ello, le fue perjudicial un tiempo de nula
difusión internacional de las obras, que solo se difundían en territorio
español. Las obras de Galdós, de haber sido escritas en Francia, UU EE o
Inglaterra, le hubiera permitido vivir como un acaudalado por su extensa tirada
bibliográfica.
En España le fue imposible vivir de los réditos de las ventas de
sus novelas, como a tantos otros intelectuales. Hecho por el cual, tuvo que
trabajar en plena vejez, ciego, enfermo, pobre y en la decrepitud, ante la
natural evolución biológica que sufre el cuerpo. “Amenguada considerablemente
mi vista, he perdido en absoluto el don de la literatura. Con profunda tristeza
puedo asegurar que la letra de molde ha huido de mí, como un mundo que se
desvanece en las tinieblas”, escribía, en 1915, en uno de sus discursos. Ciego
y enfermo, tuvo necesidad de seguir escribiendo para subsistir. Sus últimas
obras fueron dictadas a su secretario.
La abominable pobreza, le visitó en sus últimos años de su
existencia, a este gigante indiscutible y potentado de la literatura. Ante esta
afrentosa vejez, de quien ha conducido a España por el camino de la enseñanza
histórica de un pueblo y coronado como padre de la novela moderna y
contemporánea, en la actualidad. “En España hay una novela ‘El Quijote’; y un
novelista, Galdós”, afirmaba Menéndez y Pelayo. Y en cuanto al número de
personajes inmortales, hijos putativos de su pluma, Galdós fue el segundo en
dicha creación en España, después del escritor del Siglo de Oro, Lope de Vega.
España toda, se desvela para honrar una augusta y digna vejez de
nuestro gran literato. Los medios escritos se movilizan con el ánimo de crear
una subvención económica para que el resto de sus días, al escritor abatido por
la larga existencia y aquejado de dolencias, no le sean de vergonzante pobreza.
Los diarios de la Villa y Corte, El Liberal y ABC, y desde todos los lares
hispanos, claman y redactan artículos solicitando del Gobierno, que conceda una
pensión vitalicia al ilustre escritor y dramaturgo.
También, en la ciudad laspalmeña, se hace eco del acongojado
llamamiento. Presionado por los medios escritos locales y la intelectualidad de
la isla, el remolón consistorio capitalino de su ciudad natal, concede 10.000
pta. Que nunca, ni jamás, pagó al hijo más universal de Canarias, en su
desdichada necesidad. ¡Qué ignominia! Quien tanta gloria dio, con su digno
nombre, a la ciudad de nacimiento. La promesa económica la cumplió el
Ayuntamiento, para sumarla a la ayuda económica del gran monumento inaugurado
en Las Palmas, a su hijo más lustrado intelectualmente, donando 25.000 pta, en
1930. Ya no le hacía falta: Galdós falleció el 4 de enero de 1920.
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