LA PIROMANÍA DE MACRON DEJA A FRANCIA
EN EL
CAOS Y SIN GOBIERNO
El éxito de la moción de censura castiga al primer ministro por su
incapacidad de plantear alternativas al neoliberalismo a la francesa y las
políticas fiscales de reducción de impuestos a las empresas y los más ricos
ENRIC BONET PARÍS
Michel Barnier (a la izquierda) escucha la resolución favorable de la
moción de censura en su contra. / YouTube
(El País)
Las
mociones de censura coinciden en Francia con las crisis del presidencialismo.
El único precedente de lo ocurrido este miércoles 4 de diciembre en la Asamblea
Nacional, con la destitución parlamentaria del Gobierno de Michel Barnier, se
remonta a octubre de 1962. Entonces, el gaullista Georges Pompidou perdió su
cargo ante el enfado de las oposiciones (comunistas, socialistas…) por la
intención de Charles de Gaulle de reformar la Constitución para establecer la
elección del jefe del Estado por sufragio universal. Fue uno de los momentos
turbulentos en los años fundacionales de la Quinta República.
Entonces, el presidente y fundador de ese régimen político reaccionó con habilidad ante el envite parlamentario. Convocó unas elecciones anticipadas en las que las fuerzas gaullistas obtuvieron una clara victoria en noviembre de aquel 1962. Pocas semanas antes, el 28 de octubre, más del 60% del electorado había votado en un referéndum a favor de la elección del jefe del Estado por sufragio universal. Curiosamente, el éxito de la censura contra Pompidou, y por extensión contra De Gaulle, acabó siendo una victoria para los gaullistas. Con esa crisis se forjó el modelo más vertical entre las democracias de la Europa Occidental. Representó un momento constituyente.
La
Asamblea Nacional recuperó este miércoles la guillotina simbólica de la moción
de censura
Sesenta
y dos años después, la Asamblea Nacional recuperó este miércoles la guillotina
simbólica de la moción de censura, aunque esta vez con una lógica destituyente.
Fue una jornada tan previsible –la suerte estaba echada para Barnier desde el
lunes– como histórica, con presencia multitudinaria de periodistas en la
tribuna de prensa del Parlamento y en la sala Quatre Colonnes. Los más
veteranos contaban que no habían visto tanta gente desde que en 2016 los
gacetilleros del corazón desembarcaron en la Cámara Baja para cubrir un acto de
Pamela Anderson. En medio de esa marabunta de reporteros, políticos y
asistentes, uno tenía la sensación de que el gran protagonista del día era un
hombre ausente: el presidente Emmanuel Macron.
“Una
catástrofe”
“Creo
honestamente que esta situación se debe básicamente a Macron. Su presidencia ha
resultado una catástrofe tanto a nivel político como económico. Y a eso se le
suma el error fundamental de la disolución de la Asamblea” el pasado 9 de
junio, explica a CTXT el politólogo Christophe Bouillaud, profesor en Sciences
Po Grenoble. Casi seis meses después de ese tiro en el pie de manual –Macron
convocó unas elecciones legislativas anticipadas en el momento de mayor
debilidad de su partido y en pleno auge de la extrema derecha de Marine Le
Pen–, el presidente se ha dado de bruces con la realidad.
La
buena campaña de la coalición unitaria de la
izquierda del Nuevo Frente Popular (NFP), así como una mayor
movilización de los jóvenes y los habitantes de las banlieues, evitaron
el pasado verano la victoria que los sondeos
pronosticaban para el lepenismo. La frágil alianza progresista
quedó como primera fuerza en un Parlamento muy fragmentado, pero desde esa
misma noche del 7 de julio, mientras millones de franceses respiraban aliviados
y celebraban un posible gobierno progresista, Macron se esforzó por evitar la
alternancia política. Se opuso con obstinación a la posibilidad de un gobierno
en minoría del NFP. Temía sobre todo que derogara su impopular reforma de las pensiones
y aumentara de manera significativa el salario mínimo.
El
presidente justificó ese portazo a la izquierda con el argumento de la
“estabilidad institucional”. Defendió que un Ejecutivo progresista caería en
pocas semanas o meses por una moción de censura, que votarían la ultraderecha,
los macronistas y la derecha tradicional de Los Republicanos (LR). Pero esa
excusa era un mero pretexto y así se ha visto reflejado esta semana.
Finalmente,
la caída prematura que pronosticaba Macron la ha sufrido el Gobierno
conservador, una coalición formada por los dos partidos que tuvieron los peores
resultados de los comicios: la coalición presidencial y LR como socio
minoritario. Y Barnier, de 73 años, exnegociador europeo del brexit, se ha
convertido en el primer ministro con el mandato más breve en la historia de la
Quinta República, menos de tres meses: la moción de censura de la izquierda
recibió el apoyo de una mayoría absoluta de los diputados, entre ellos los de la
extrema derecha.
La
caída prematura que pronosticaba Macron la ha sufrido el Gobierno conservador
La
impopularidad de la austeridad
“En
el fondo, esta moción se llevará por delante a su Gobierno porque usted no supo
deshacerse de la maldición del verdadero responsable de esta situación,
Emmanuel Macron. Esta maldición se debe a la falta de legitimidad”, aseguró en
el hemiciclo el diputado Éric Coquerel, encargado de defender la moción de la
Francia Insumisa. “Dejad de decir que después de vosotros vendrá el diluvio. El
caos ya lo tenemos aquí, tanto político como económico y social”, insistió este
estrecho colaborador de Jean-Luc Mélenchon.
Barnier
ha sido, de hecho, víctima de la querencia obstinada del macronismo por el
neoliberalismo a la francesa y las políticas fiscales de reducción de impuestos
a las empresas y los más ricos. El primer ministro asumió su cargo con una
herencia económica envenenada: un crecimiento raquítico (apenas el 1% del PIB),
un déficit público superior al 6% y una deuda pública disparada. Apenas tres
semanas después de nombrar a sus ministros, presentó una ley presupuestaria con
los recortes más duros –una reducción del gasto público de unos 40.000 millones
de euros– desde 2017. Eso supuso una estocada mortal. Desde entonces, en la
opinión pública no ha parado de crecer el deseo mayoritario de una censura.
Además,
el primer ministro sufrió las trabas de sus supuestos aliados, sobre todo los
macronistas, que no le perdonaron que quisiera reducir las ayudas del Estado a
las empresas y le obligaron a rectificar en ese sentido. Eso ralentizó sus
fallidas negociaciones con la oposición, especialmente con la extrema derecha.
“Lo más sorprendente en este epílogo es la sorpresa del primer ministro”,
recordó durante el debate con cierta malicia Le Pen, tras unos últimos días de
conversaciones in extremis en los que la dirigente ultra se dedicó a
tomarle el pelo a Barnier.
Una
de las claves de esta crisis se encuentra en la evolución reciente de la
posición de la líder de RN. Durante el debate de una anterior moción de censura
de la izquierda, el 8 de octubre, Le Pen prometió que iba a “ejercer una
oposición constructiva”. Pese a su experiencia política (ministro, comisario
europeo…), Barnier se creyó con una sorprendente ingenuidad que esa actitud
podía durar hasta el verano del año que viene, cuando podrán convocarse de
nuevo unas legislativas.
Como
era previsible, Le Pen abandonó su disfraz de corderito en el momento que ha
considerado más oportuno. Este endurecimiento ha coincidido con la petición de
la Fiscalía de inhabilitarla con efecto inmediato y durante cinco años en el
proceso por una trama de falsos asistentes en el Parlamento Europeo, donde la
extrema derecha malversó cuatro millones de euros. “En Francia, los fiscales
dependen jerárquicamente del Ministerio de Justicia y quizás la dirigente de RN
se esperaba una petición de pena más laxa”, explica Bouillaud. Ante una
probable sentencia condenatoria el 30 de marzo, “Le Pen cree que lo que le
interesa son unas presidenciales anticipadas”, añade.
Aumenta
la presión sobre el presidente
“Para
salir del impasse, pedimos que se vaya Macron”, aseguró, tras el éxito
de la censura, una eufórica Mathilde Panot, portavoz de los insumisos en la
Cámara Baja. Desde el pasado verano –entonces sonaba algo exagerado–, la
izquierda melenchonista pide la renuncia del jefe del Estado y un adelanto de
las elecciones presidenciales de 2027 a 2025 como única salida de este atolladero.
Esta exigencia ha ido ganando adeptos, incluso entre algunos representantes del
centro (Charles de Courson) y la derecha republicana (el exministro
Jean-François Copé o David Lisnard, alcalde de Cannes).
La
izquierda melenchonista pide la renuncia del jefe del Estado y un adelanto de
las elecciones presidenciales
“No
creo que dimita. Si lo hiciera, quedaría como uno de los peores dirigentes de
la historia del país, al nivel de Carlos X”, afirma Bouillaud, refiriéndose al
último Borbón galo, que ilustró el fracaso de la Restauración a principios del
siglo XIX. A diferencia de España, en Francia el éxito de una moción no supone
la investidura de un Ejecutivo alternativo para aquellos que la presentan. El
modelo presidencialista de la Quinta República ofrece a Macron un amplio margen
de maniobra a la hora de elegir al próximo primer ministro.
Los
nombres que más circulan en la prensa como futuribles para Matignon apuntan a
una opción continuista pero que no cometa el mismo error de Barnier –que
intentó desmarcarse de algunos de los tótems presidenciales, como las políticas de la oferta
y las bajadas de impuestos para las empresas–. Se habla del eterno centrista
François Bayrou; de los conservadores François Baroin o Jean-Louis Borloo; del
ministro del Interior, Bruno Retailleau, quien encarna una derecha más dura que
la de Barnier; o del ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, muy cercano a
Macron y supuestamente bien relacionado con Le Pen, con quien cenó en secreto
la pasada primavera.
Cotiza
a la baja un giro hacia la izquierda
Los
altos cargos del Elíseo también han valorado la opción de un Ejecutivo técnico
–al más puro estilo Mario Draghi en Italia–, destinado a sacar adelante el
presupuesto con duros recortes. Podría encabezarlo François Villeroy, actual
presidente del Banco de Francia. “El presidente tiene que nombrar a un primer ministro
lo más rápido posible teniendo en cuenta que pronto nos enfrentaremos a la
presión de los mercados”, dijo un diputado macronista en los pasillos de la
Asamblea en declaraciones a CTXT.
En
una coalición presidencial cada vez más escorada hacia la derecha, pocos de sus
representantes mencionan la posibilidad de nombrar a un primer ministro de
centro-izquierda. Y eso que esa opción podría servir para dividir al Frente
Popular, compuesto por insumisos, socialistas, verdes y comunistas. “No lo
hará. El problema de Macron es que nunca pone en duda su política económica y
social favorable al mundo de las finanzas. Incluso un primer ministro de
centro-izquierda sería demasiado para él”, sostiene Coquerel.
A
pesar de que el actual presidente se presentó en 2017 como un fan de De Gaulle
y un regenerador de la Quinta República, cuesta imaginar que tenga la misma
capacidad que el general para convertir este revés parlamentario en un punto de
inflexión a su favor. Más bien todo lo contrario. Da cierto vértigo el talento
innato que ha demostrado Macron para actuar como un bombero pirómano y abocar a
su país hacia un callejón del que no se vislumbra una salida clara.
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