jueves, 5 de diciembre de 2024

EL MASERATI COMO IDEOLOGÍA

 

EL MASERATI COMO IDEOLOGÍA

JAVIER VALENZUELA

Si te haces de mi club de fans, si me adoras como la diva que soy y me votas incondicionalmente, igual tú también podrás algún día conducir un Bugatti, un Lamborghini o, bueno, un Maserati como el de mi novio

He visto muchos de los videos en YouTube de las conferencias de Henri Guillemin (1903-1992), un historiador y crítico literario francés de amplia cultura, manifiesta fe cristiana y posiciones siempre progresistas. Pues bien, en esos videos, Guillemin comenta con ironía que, desde el nacimiento de la III República, las derechas francesas acusan a las izquierdas del grave pecado de ¡dedicarse a la política! Las izquierdas, dicen los conservadores, usan argumentos políticos, aspiran a cargos políticos y, de llegar a gobernar, toman medidas políticas. En cambio, lo que hacen ellos no es política, es el orden natural de las cosas.

Y es que las derechas no tienen ideología, lo suyo es la verdad irrefutable. Proclamar en el Senado que “entre los científicos están ganando los que creen en la verdad de la creación frente a la evolución”, no es ideología, es la mera constatación de un hecho. Esto es lo que hizo, el lunes, el exministro aznarista Jaime Mayor Oreja en el transcurso de un aquelarre internacional de dogmas medievales, todo un regreso a los tiempos anteriores al Siglo de las Luces.

En versión más contemporánea, más entre Lady Gaga y el Joker, Ayuso está convencida de que no hay nada ideológico en defender que la Universidad privada es mejor que la pública y la Sanidad privada, infinitamente superior a la pública, sobre todo si las llevan amigos, socios o patrocinadores. O que el sumun del emprendimiento es cobrar jugosas comisiones mediando en la venta de mascarillas a organismos públicos dependientes del Gobierno de tu hermana o tu novia. Es evidente que nada de esto es ideológico y, ni mucho menos, indicio de corrupción. Tan evidente como que la noche sigue al día y viceversa.

Tampoco hay nada ideológico en la concepción de Ayuso de la libertad. Las revoluciones democráticas establecieron el derecho de los seres humanos a hacer lo que desearan siempre que no causaran prejuicio a los demás. Pero a ella le sobra la segunda parte de la fórmula. Pueden saquearse las arcas públicas, puede contaminarse el planeta, puede desatenderse a pobres y enfermos, puede dejarse morir sin atención sanitaria a gente que de todas maneras se iba a morir, siempre que sea en aras de la maximización de los beneficios empresariales.

Gente que quiere ganar dinero rápidamente, esa es la buena gente tanto para el tridentino Mayor Oreja como para su correligionaria pop Ayuso. ¿No ha adoptado el maestro Trump a Elon Musk como su primer socio en el gobierno del imperio? Sí, amigos, el mismo Trump que dijo la gran verdad no ideológica de la campaña electoral USA 2024: los inmigrantes van a Springfield a comerse nuestros perros, a comerse nuestros gatos, Oh YeahGod bless America.

Así están las cosas en los tiempos del TikTok. Aunque a muchos nos fastidie. A mí, por ejemplo, me fastidia, y ya lo escribí aquí mismo, que se vaya aceptando la fórmula de libertario para gentuza como los Trump, Milei, Ayuso y compañía. Son liberales de mamandurria o libertarios de motosierra. Los libertarios jamás hemos separado la idea de libertad de las de igualdad y fraternidad. Y me la suda que Ayuso, ese su Rasputín castizo al que llaman M.A.R. y todos los cayetanos de las terrazas de Chamberí puedan llamarme viejuno. A mucha honra. Viejuno en este caso es sinónimo de auténtico. 

Promover la ley del más fuerte en la jungla humana es la expresión de una determinada ideología. Una ideología derechista tan rancia como la del tiranuelo mexicano Porfirio Díaz y sus infalibles Científicos. Y ya sé que, en el caso de Madrid y tantos otros lugares, esta ideología es hoy un eficaz reclamo político. Es el llamado factor aspiracional. Si te haces de mi club de fans, si me adoras como la diva que soy y me votas incondicionalmente, igual tú también podrás algún día conducir un Bugatti, un Lamborghini o, bueno, un Maserati como el de mi novio. 

 

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