LA CONCORDIA NO PUEDE FALSIFICAR
LA HISTORIA
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
Abogado. Ha sido fiscal y magistrado
del Tribunal Supremo.
Imagen
de archivo del general Franco almorzando con el general Dávila durante la
Guerra Civil. - EFE
La inapelable victoria de la derecha y la extrema derecha en las últimas elecciones autonómicas y municipales parece que les autoriza a tomar decisiones e iniciativas que incluso pretenden modificar la realidad de los acontecimientos de un pasado que es imposible manipular. La metodología que pretenden poner en marcha, en unas llamadas leyes de la concordia, choca con los más elementales principios que deben regir la investigación histórica tratando de homologar épocas y situaciones radicalmente distintas e incompatibles. Por lo que se conoce, se introducen en el túnel del tiempo y retroceden hasta el 14 de abril de 1931, fecha de la instauración de la II República. No entiendo, tendrán que explicarlo, por qué prescinden de la Dictadura de Primo de Rivera y ya puestos no retroceden hasta los Reyes Católicos y la expulsión de los judíos, tema muy de actualidad.
Ya
veremos cómo transcurre su tramitación y hasta dónde llegan, pero según
manifestaciones de los presidentes de las autonomías de Aragón y Castilla y
León se eliminará cualquier referencia a que lo sucedido entre el golpe militar
de 1936 y sobre todo a partir de 1939, fue una dictadura cruel y represiva que
se perpetuó hasta la muerte de Franco en 1975.
Se hace
una referencia a la violencia política ejercida en la Segunda República con la
indisimulada intención de justificar el sangriento golpe militar.
Según el mundo académico, la Guerra Civil española, junto con la
norteamericana, ha producido una abundante bibliografía que incluso supera a la
de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, el que quiera dedicarse al estudio
de esa época histórica tiene abundante material con el que documentarse y
obtener conclusiones.
Los
demócratas con convicciones republicanas nunca hemos discutido que,
lamentablemente, la instauración de la República coincidió con unas
turbulencias políticas, sociales y represivas en todo el entorno europeo, que
indefectiblemente iban a repercutir sobre sus posibilidades de llevar a cabo
las previsiones de su Constitución. Lo que estaba aconteciendo en el entorno
europeo; la llegada de Hitler y Mussolini al poder, la situación
económica y la represión de las protestas de la clase
trabajadora ejercida por el canciller Dollfuss en Austria para
aplastar las huelgas, repercutían inevitablemente sobre sectores de la sociedad
española integrados en una rama del anarquismo y en organizaciones obreras que
no veían otra salida que hacer frente al fascismo que se había
instalado en Europa y que tenía hondas raíces en nuestro país.
La
Republica supuso un paso de gigante en el reconocimiento de las
libertades y los avances sociales, pero no tuvo la oportunidad de
desarrollar su potencial en condiciones de normalidad. Tomando el título
de la famosísima composición de Simon y Garfunkel podemos decir que la
Constitución republicana suponía un puente hacia una sociedad democrática construido
sobre aguas turbulentas.
Según
se puede leer en cualquier manual, comenzó con un Gobierno provisional (abril-diciembre de 1931), que alumbró una
Constitución vanguardista que propició avances políticos y sociales que nos
igualaban con otras democracias más avanzadas. Se extiende hasta 1933 con el
sobresalto que supuso el golpe militar del 10 de agosto de 1932 del general
Sanjurjo. Los sectarios revisionistas que pretenden sustituir la memoria por la
concordia ignoran que desde 1933 se hace cargo del gobierno el Partido republicano-radical de Lerroux, apoyado parlamentariamente por
la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que entre otras medidas derogó la
reforma agraria e incluso intentó modificar el aborto y el divorcio.
Es
cierto que se suscitaron continuas reivindicaciones sociales que culminaron con
la Revolución de Asturias de 1934, que fue sofocada por el Gobierno con la intervención
del ejército. También se produjo la declaración de la independencia de Cataluña
el 6 de octubre de 1934 por Lluis Companys, pero siempre dentro de la República
Federal Española. El Gobierno presidido por Alejandro Lerroux ordenó al capitán
general de Cataluña Domingo Batet que interviniese con la guarnición
militar para desarbolar la declaración de independencia. La operación
ocasionó medio centenar de muertos y muchos heridos. Lluis
Companys y Josep Tarradellas, entre otros, fueron
detenidos y juzgados por el Tribunal de Garantías Constitucionales que les
impuso 30 años de prisión. Fueron amnistiados al llegar al Gobierno el
Frente Popular en febrero de 1936.
Desde
ese momento se aceleraron los planes para derrocar la República
mediante un golpe militar. Se acentuó la violencia política por parte de
los pistoleros falangistas que asesinaron, entre otros, al teniente Castillo y
al magistrado del Tribunal Supremo Manuel Pedregal, que había formado parte del
tribunal que condenó a 25 años al falangista que asesinó al escolta de Luis
Jiménez de Asúa, que resultó ileso. La reacción injustificable de los guardias
de asalto, que en represalia del asesinato del teniente Castillo detuvieron
y asesinaron al diputado José Calvo Sotelo, hecho duramente condenado por
Indalecio Prieto, no fue el desencadenante del golpe militar que estaba
avanzado y era inevitable.
No fue
posible la paz, como dijo José María Gil Robles, ni tampoco la concordia,
porque los golpistas ya habían diseñado su estrategia que consistía
en la eliminación y el exterminio de los que denominaban la anti-España que se
encarnaba en los partidos políticos y sindicatos integrados en el Frente
Popular. Los redactores de las leyes de la concordia pueden documentarse
leyendo las declaraciones de Franco al Chicago Tribune o las
proclamas y bandos de Queipo de Llano. Todavía quedaba un último resquicio para
reconducir el golpe militar. El presidente de las Cortes Generales, Diego
Martinez Barrios, gran oriente de la masonería española, el 17 de julio por la
noche llamó al general Mola ofreciéndole la cartera del Ministerio de la
Gobernación y plenos poderes para restablecer el orden y detener el golpe. Su
respuesta rotundamente negativa se puede encontrar en la primera página
del Diario de Navarra del 18 de Julio de 1936.
Todo lo
sucedido durante los tres años que duró la Guerra Civil está escrito y
documentado. Nadie puede negar los excesos de uno y otro bando. Por si
alguien tiene alguna duda, muchos consideramos que los fusilamientos de
Paracuellos constituyeron un crimen de lesa humanidad que no se puede imputar a
ninguna orden expresa del Gobierno de la República, mientras que las
masacres y bombardeos de Madrid, Guernica y otras ciudades, obedecieron a
órdenes directas de los mandos golpistas.
Por si
les interesa, y para facilitar la redacción de una posible Exposición de
Motivos de la Leyes de la Concordia, termino con unos datos que les pueden
servir de inspiración. El 31 de diciembre de 1938, el general Franco, en una
entrevista concedida a Manuel Aznar (abuelo
de José María Aznar), manifestó: "Que
no habría ni amnistía ni reconciliación para los vencidos. Solo el castigo y el
arrepentimiento abrirían la puerta a su redención,
exclusivamente para los que no fueran criminales empedernidos,
a los que solo les esperaba la muerte". Acabada la guerra, Ramón Serrano Suñer negó que pudiera haber ningún tipo de reconciliación
porque los vencidos eran un "enemigo
irredimible, imperdonable y criminal".
El
Valle de los Caídos, obra personal de Franco a pesar de
algunas versiones, no fue construido para enterrar a los muertos de
ambos bandos, como se pone de manifiesto en la carta que envió el 7 de
marzo de 1959 a los hermanos de José Antonio Primo de Rivera, Miguel y Pilar, para
que dieran permiso para enterrarlo en el Valle. En la carta Franco afirma que
"la grandiosa basílica del Valle de los Caídos" fue "levantada
para acoger a los héroes y mártires de nuestra Cruzada" y habla
del "lugar preferente" que le corresponde a José Antonio "entre
nuestros gloriosos caídos".
Las
familias del llamado bando nacional que tenían enterrados a sus muertos en los
cementerios de sus localidades se negaron a llevar los restos al Valle de los
Caídos. Estaban suficientemente honrados a las puertas de los cementerios y en
las paredes de las iglesias con sus nombres y apellidos. Ante el fracaso,
Franco ordenó a los gobernadores civiles que desenterrasen a los fusilados
ejecutados extrajudicialmente, que, sin solicitar el consentimiento de sus
familiares, fueron trasladados a la cripta. A estos desvergonzados
revisionistas de la historia les recomiendo la lectura de la obra de Georges
Bernanos Los
grandes cementerios bajo la luna.
Los
gobiernos de coalición de Vox y PP se están comportando como los vencedores de
la Guerra Civil. La democracia no puede permanecer
impasible ante la exaltación o justificación de un fascismo criminal reprobado,
en su momento, por la ONU (12 de diciembre de 1946).
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