Ni a dios ni al
diablo
ANA PARDO DE VERA
A
la hora en que se cierra este texto (23:30 h. del martes 9 de enero), el PSOE y
Sumar no han alcanzado el acuerdo con Junts y Podemos que les garantice la
aprobación de los tres reales-decretos ley a los que dio luz verde el Gobierno
el pasado mes de diciembre, el año pasado. Para confirmar la
complejidad inédita de lo que será esta legislatura, sin embargo, no es
necesario saber si se aprueban los tres decretos, dos, uno o ninguno:
las cartas están echadas y pintan bastos para Pedro Sánchez y Yolanda Díaz.
El Congreso (sus representantes desplazados/as al Senado por obras en la Cámara Baja) vivirá este miércoles 10 de enero una nueva jornada "histórica", que por tantas que ha habido, ya no lo será y contará, seguramente, con mucha indiferencia ciudadana, aunque políticos y periodistas nos vengamos arriba. Al fin y al cabo, la sensación que cunde estos días es que las razones por las que se jura y se perjura que se va al "todo o nada" por la mayoría de la derecha (PP, Vox y Junts) y Podemos tiene poco que ver con los intereses de la gente; incluso, en el caso de los independentistas catalanes, cuyo apoyo a los decretos del Gobierno es el más complicado de lograr.
Junts
es un partido independentista catalán y su interés político se circunscribe
legítima y democráticamente a Catalunya, es decir, su relación con el resto
del Estado o el Ejecutivo central se define en función de aquello que garantice
su éxito territorial (o eso considere Junts). Como el del PNV y
Bildu en Euskadi, el del BNG en Galicia o el de ERC también en Catalunya;
también Coalición Canaria u otras formaciones regionalistas: ninguno de estos
partidos apoyará algo en Madrid que entiendan que perjudica a sus intereses
territoriales de captar a sus votantes vascos, gallegas o catalanes. Es una
obviedad y lo saben ustedes y todos los partidos del Congreso, aunque los más
cínicos se rasguen ahora las vestiduras con los pactos de investidura y otros
-como si el PP nunca los hubiera consumado-. En Moncloa tienen más que
asumido, no obstante, que, teniendo en cuenta el popurri de intereses, de
acuerdos legislativos van a ir muy justos y, ni mucho menos, va
a ser esta legislatura tan productiva como la anterior.
La
cuestión de estos cuatro años en adelante será poder visualizar dónde terminan
los intereses políticos legítimos de cada uno de los socios de investidura y
dónde empiezan los partidistas; si se es capaz de empezar
una negociación en máximos -incluida la escenificación de la misma, a la que
asistimos estos días- y reventarla hasta acabar en mínimos: o todo o nada,
con lo que eso supone de pérdida de oportunidades para todos los ciudadanos,
también las y los catalanes por los que asegura velar Junts y, por supuesto
porque son muchos millones más, para los y las españolas por los que dice
hacerlo Podemos.
Si una
revisa los tres decretos del Gobierno parece imposible no apoyarlos pese a que
no se les dé un sobresaliente y
aunque sea por las medidas sociales de dos de ellos, destinados a paliar el
impacto sobre el coste de la vida que nos han traído las circunstancias
internacionales, particularmente la invasión rusa de Ucrania, y a mejorar las
condiciones del subsidio de desempleo para mayores de 52 años, al que se opone
Podemos en la parte de las cotizaciones. El tercer decreto es el llamado ómnibus, que incluye un batiburrillo de medidas
sin relación entre sí más que la urgencia de aprobar algunas por imperativo de
Bruselas. Junts dice oponerse a los tres, aunque ha ido variando en la
argumentación para hacerlo, se supone que en función de cómo vayan las
negociaciones con el Gobierno.
El
partido que lidera Puigdemont pretende
un negociación bilateral con el Ejecutivo para apoyar (o no) sus planes, lo
cual es imposible teniendo en cuenta que la mayoría de la investidura la
componen ocho partidos con los que hay que contar sí o sí y los intereses de unos y otras confluyen menos veces de las que se
esperaría teniendo en cuenta lo que hay enfrente (o quizás por eso): una coalición de PP y Vox. Podemos quiere diferenciarse
de Sumar, intentando demostrar que pueden sacar más chicha de izquierda al PSOE
que los de Yolanda Díaz, aunque esto les suponga que los socialistas los traten
con condescendencia, convencidos de que lo único que quieren es la foto con el
partido principal de la coalición y que lo de "programa, programa,
programa", ya tal. Como si no hubieran gobernado
juntos, vamos, y llegado hasta donde se podía llegar.
La jugada
de Junts y Podemos es arriesgada, sus respectivos espacios de voto (muy
mermados) podrían no entender una negativa a cero, aunque también podrían
distanciarse de una afirmativa a diez. Nos falta saber si el Gobierno
de Pedro Sánchez actuó con una autoestima excesiva o con la torpeza del
principiante al aprobar los decretos "sin encomendarse ni a dios ni al
diablo", que decía mi abuela, en un escenario inédito y muy
retorcido y tras una negociación de investidura generosa sin
matices. Estamos a punto de verlo.
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