MARGINALIDAD
Y DELINCUENCIA
Juan Claudio Acinas
In
memoriam
Antonio Bermejo Barrera fue un escritor, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1926, que antes de morir, en 1987, tuvo un duro aprendizaje de amargura y soledad. Conoció la miseria del alcohol en los bares del puente Zurita, la desolación en una cueva del barranco Santos, la depresión y el olvido en el manicomio. También alcanzó cierto éxito literario. En 1956, obtuvo el premio "Benito Pérez Armas" con La lluvia no dice nada. Pero la novela, como si fuera su propia vida, se perdió antes de ser publicada. Desde entonces, el silencio. Un silencio que, con el tiempo, Roberto Cabrera intentaría compensar con la edición de Historia de Café Pobre. En uno de cuyos textos Bermejo escribe: “Odias a aquellos que fueron como tú, que llevan corbata y huelen a jaboncillo. Si te preguntan el por qué, no sabes contestar, pero les odias. Más tarde das contestación a la pregunta. Son tus enemigos; como ellos viste el Juez, la Policía, y los empleados de la Prisión. Ellos son la Ley; tú, el Delito... Cambias. Hablas de otro modo, miras de otro modo, te mueves de otro modo. Los malos olores no los sientes; sientes los buenos y te repugnan”.
Quizá en eso consista la marginalidad. En considerar malo lo que el
mundo dice que es bueno. Aunque solo sea como un simple grito de impotencia por
saber que no se encaja en ningún lado, por no sentirse parte de la sociedad bajo
la que se intenta subsistir.
Anomia
Vivimos bajo una situación de anomia generalizada, entendida como un
gran desajuste entre, por un lado, los objetivos o fines culturales
predominantes en la sociedad: con una supervaloración del éxito monetario; y,
por otro, las normas o medios admisibles para alcanzar esos objetivos: con una infravaloración
de los medios “limpios” para obtener el éxito ansiado.
William Riley Burnett lo ha expresado muy bien: “¿Qué hace que un hombre
sea grande? El dinero. ¿Qué hace que un hombre sea respetado? El dinero. ¿Qué
hace que un hombre sea despreciado? La falta de dinero. Por eso, hay que ganar
dinero. Ganarlo de prisa y sin importar cómo. Merecer el respeto de todos
aquellos que sólo respetan a los que tienen más dinero que ellos”.
Tal es así que en nuestra sociedad valemos lo que conseguimos y todo
vale para conseguirlo, de manera que lo que importa no es ganar de acuerdo con
las reglas del juego sino ganar el juego, hasta el punto de que nadie tiene
dilemas morales, autoconvencidos como estamos de que la ética sólo obliga a los
imbéciles o a quienes no han sabido lograr o ejercer una cuota considerable de
poder. Lo que, a su vez, se relaciona con una crisis de credibilidad que afecta
a toda suerte de instituciones, desde la escuela (que ha dejado de ser garantía
de ascenso social) hasta la política (con demasiados ejemplos de mentiras y
corrupción).
Desigualdad
Por lo demás, no cabe duda que las grandes desigualdades de renta deshacen
el tejido social y erosionan cualquier sentido comunitario basado en la confianza
y la cooperación mutuas, con lo que tal carencia de equidad se retroalimenta
generando más anomia y desigualdad.
Todo lo cual a) incide sobre la ausencia de cualquier
esperanza de movilidad social (no future!); b) estimula el
resentimiento, hace que los de abajo perciban muchas cosas como un oprobio,
como algo doloroso e intolerable para el amor propio, como un desprecio y
humillación insoportables; c) endurece la competencia por el estatus social,
pues cuanto mayor es la precariedad y la desigualdad más importa el estatus
adquirido; d) condiciona que todo valga con tal de recuperar el orgullo, el
prestigio o el reconocimiento perdido o deseado.
De modo que la proclividad a las reacciones delictivas o violentas
es mayor en las sociedades más desiguales. Lo que no significa justificar la desobediencia
criminal, pero sí comprender que esta se dará más y de forma más pronunciada
allí donde la vida esté por debajo de la vida. En sociedades, con un paro
espeluznante, con personas hacinadas en pequeños pisos de suburbios ruidosos y
aislados (rodeados por carreteras y vertederos), desatendidos, marginados,
parias. Y, todo ello, bajo la irremediable presión de una cultura teleinvadida
por la obsesión consumista y el placer de los ostentoso.
Modelo
hipermasculino
En ese territorio es donde los jóvenes situados en los
peldaños más bajos de la escala social se la juegan. Porque es ahí donde necesitan
establecer su personalidad en un entorno adverso que les ignora; donde deben
esforzarse por “ser alguien”, por mantener el poco reconocimiento que les queda
o puedan tener. Y es ahí, por tanto, donde se les presentan más “oportunidades”
de convertirse en delincuentes, dado que para la mayoría la opción no se sitúa
entre estudiar o trabajar, sino entre la delincuencia o la precariedad más
absoluta.
Es decir, tienden a comportarse de acuerdo con un modelo hipermasculino
(conductas exageradas y compensatorias) para reafirmarse como individuos, y eso
en un contexto donde es tan importante tener como aparentar que se tiene, así
como hacerse respetar. De ahí, las actitudes presuntuosas, bravuconas y
camorristas; las agresiones, peleas y competiciones por el estatus; las conquistas
sexuales esporádicas que implican embarazos adolescentes; los delitos contra la
propiedad y las personas; el consumo de drogas duras.
Agravio
moral
Por tanto, nos encontramos con una inequívoca dimensión
económica, pero también (y, a veces, sobre todo) con la experiencia de un menosprecio
intencionado y la necesidad de respeto, del reconocimiento de la propia
identidad para no sentirse social y moralmente vulnerados. Lo cual se vive como
una injusticia que excluye y margina, que niega a una persona el reconocimiento
adecuado en su autocomprensión o en relación con los demás por lo que hace a derechos,
responsabilidades y capacidades.
En tal sentido, los motivos de rebelión y de resistencia
social se manifiestan en un espacio de experiencias morales y políticas que
brotan de vivencias por las que las personas ven defraudadas sus expectativas
profundas. Lo que no justifica la delincuencia ni la violencia, pero sí nos
lleva a pensar en Antonio Bermejo o en Fernando Pessoa cuando este aludía a esa
“maravillosa gente humana que vive como los
perros, que está por debajo de todos los sistemas morales; para quien ninguna
religión se hizo, ni ningún arte se ha creado, ni ninguna política destinada a
ellos. ¡Cómo os amo a todos por ser así!”.
Referencias
Antonio Bermejo Barrera,
Historia de café pobre, 1988.
Axel Honneth, La
lucha por el reconocimiento, 1992.
Robert K. Merton, Teoría
y estructuras sociales, 1949.
Fernando Pessoa, Plural de nadie,
1935.
William Riley Burnett, El
hombre frío, 1968.
Richard Wilkinson y Kate
Pickett, Desigualdad, 2009.
Juan Claudio
Acinas
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