LA CABRA DE LA LEGIÓN Y LAS TORRIJAS
El
segundo debate, a diferencia del primero, ha sido un debate con ingredientes.
Hubo tensión, argumentos, intercambio de golpes dialécticos, ataques y
contraataques para doblegar las estrategias del oponente. Hubo, en fin,
política
GERARDO TECÉ
Imagen del debate electoral en Canal Sur.
Segundo y último debate de la campaña andaluza. Esta vez en Canal Sur. A las puertas de la cadena, manifestación de trabajadores de la casa denunciando la manipulación que sufren los servicios informativos en los últimos tiempos. Vox, a propósito, prometió cerrar Canal Sur durante la campaña. Propuesta coherente en su modelo de España uniforme construida sobre las bases de silenciar la diferencia humana o territorial. Sin embargo, preguntada en pleno debate por el asunto, Macarena Olona, como suele hacer todo perro que ladra, pero no muerde, convirtió la solemne promesa de cierre en otra cosa: si gobernamos, mantendremos a los trabajadores de bien, pero echaremos a los que son activistas. Podría suceder. Todos conocemos esa famosa cláusula del trabajador público por la cual, quien ha obtenido una plaza de funcionario mediante oposiciones, podría perderla si Olona decidiese que no es un trabajador de bien, sino de izquierdas. En fin, dejemos de hablar de Vox y hablemos de política.
El segundo debate,
a diferencia del primero, ha sido un debate con ingredientes. Hubo tensión,
argumentos, intercambio de golpes dialécticos, ataques y contraataques para
doblegar las estrategias del oponente. Hubo, en fin, política. De la buena en
algunos momentos, me atrevería a decir. Cinco de los seis candidatos, los cinco
andaluces, fueron a debatir sobre Andalucía. Todos ellos lograron mejorar sus
versiones con respecto al debate anterior. Moreno Bonilla (PP) se dejó ver, a
diferencia del debate anterior en el que la consigna, con las encuestas
soplando a su favor, era irse al córner y perder tiempo hasta que el árbitro
pitase el final de las elecciones. Que ayer se dejara ver nos habla de que
quizá las encuestas ya no soplen tan a favor. El actual presidente andaluz
logró mostrar esa impronta que le ha permitido llegar a la campaña como
favorito el 19J. Tono sosegado, actitud conciliadora y mano tendida.
Precisamente una mano tendida, la de la ultraderechista alicantina Olona, fue
su principal problema a lo largo del debate. Desde tiempos prehistóricos han
casado mal la moderación y el histrionismo. Cuando Olona hacía de las suyas –y
de las suyas es, por ejemplo, comparar la educación sexual en las escuelas andaluzas
con pederastas rondando por los parques infantiles– la cara de Moreno Bonilla
no podía evitar proyectarse al futuro que le espera. Mostrándole al espectador
una sonrisa de tierra trágame marcada en los pómulos, preámbulo de lo que
podrían ser sus próximos cuatro años. Cuatro años que tendrán que ser de la
mano de la cabra de la Legión, como dejó claro Olona: o entramos en el gobierno
o tú no gobiernas. Veremos si cumplen o, como en el caso de la Ley de Violencia
de Género o el cierre de canales autonómicos, el perro deja de ladrar a cambio
de algún hueso.
Juan Espadas (PSOE)
se mostró algo más incisivo que en la cita anterior. Insistió en el pacto de la
derecha con la ultraderecha y basó su estrategia en ese lema repetido hasta la
saciedad en la campaña: o derechos o derechas. Que el principal logro de la
alternativa política sea mostrarse “algo más incisivo” no habla precisamente de
un horizonte de esperanza, ilusión y vuelco electoral. La imagen de Espadas en
pantalla, en un tiempo político en el que la imagen juega, tampoco ayudó. El
candidato socialista a veces se mostraba perdido, sacando sonrisas a destiempo
y recogiéndolas con rapidez para convertirlas en caras de gravedad que no
resultaban genuinas. Con los rostros de los seis candidatos partidos en la
pantalla, Espadas se empeñaba en mirar a uno y otro lado de forma algo
descolocada mientras sus oponentes intervenían, recordando por momentos a la
cabecera de La tribu de los Brady. Incómodo en el corsé que tanto Moreno
Bonilla como Juan Marín (Cs) insistían en apretarle: si tantos problemas tiene
Andalucía, algo tendrán que ver las décadas de gobiernos del PSOE. Tuvo
Espadas, eso sí, un muy buen minuto final –esa parte escrita en la que la
naturalidad y el intercambio no juegan– en el que logró exponer una apuesta por
los servicios públicos y se presentó de forma humilde como tabla de salvación
ante la posible entrada de la ultraderecha en Andalucía. Si votamos, ganamos,
vino a decir agarrándose a la única tabla de salvación que le queda a la tabla
de salvación: la movilización del socialismo andaluz.
El vicepresidente
Juan Marín, sin nada que perder –cuando a Stephen Hawking le preguntaron si no
tenía miedo de que dios lo castigase por declararse ateo, respondió: “¿Qué va a
hacer, despeinarme?”–, mantuvo el buen nivel mostrado en el anterior debate con
esa naturalidad nada impostada de quien recorre el corredor de la muerte
habiendo aceptado lo que le viene, por mucho que se empeñase en repetir durante
el debate que su objetivo era que nada cambiase en el gobierno de Andalucía
tras el 19J. Marín retó de nuevo a Olona, dirigiéndose a ella cuando quería
aportar datos sobre su gestión. Una gestión que la ultraderechista desconocía
al tiempo que negaba moviendo la cabeza. Un truco ventajista el del líder
andaluz de Ciudadanos, como lo sería hablarle a mi madre de fútbol y someterla
a la encerrona de tener que mostrarse en desacuerdo sobre que sea mejor central
Koundé que Diego Carlos sin saber del asunto ni importarle lo más mínimo. En un
momento dado, con las repetidas negaciones de cabeza de Olona a punto de
provocarle una tortícolis de primer grado, la ultraderechista acertó a
responderle a Marín que de qué gestión hablaba, si a lo que se había dedicado
estos años era a hacer torrijas –durante el confinamiento, el vicepresidente
andaluz mostró su receta en vídeo–, a lo que Marín respondió “y me salen
buenísimas”. Teresa Rodríguez añadió “pues dame unas poquitas para el Kichi” y
las risas de los cinco andaluces contrastaban con una seria Olona que ya
barajaba la idea de declarar a la torrija enemiga de España o elemento
represivo de la dictadura progre. Se mostró orgulloso Marín de haber creado el
Consejo Andaluz LGTB al tiempo que reivindicaba las políticas económicas de
derechas que había desarrollado junto al PP. Es decir, se presentó como un
líder de centro justo en el momento en el que el centro político español
anuncia cierre por derribo. Una mala apuesta que le honra. Que la perspectiva
para Andalucía sea sustituir la vicepresidencia de la derecha civilizada de
Juan Marín por la cabra de la Legión cara al sol demuestra el tiempo político
decadente en que vivimos.
Si las precampañas
durasen dos años, a Inma Nieto le hubiera dado tiempo a construir una imagen
pública más que apetecible
Las candidatas a la
izquierda del PSOE, Inmaculada Nieto (Por Andalucía) y Teresa Rodríguez
(Adelante Andalucía), hicieron un buen debate. Ambas mejor que en el anterior.
Inma Nieto volvió a mostrar ese perfil de persona cercana y educada, de
luchadora amable. Esta vez con un 30% más de vibración y colmillo que en la
cita anterior, cosa de la que entonces anduvo escasa. Si las precampañas
durasen dos años, a Inma Nieto le hubiera dado tiempo a construir una imagen
pública más que apetecible. De hecho, esta campaña duró dos años, pero la
confluencia de los seis partidos que representa Nieto cometieron la gran e
histórica torpeza de colocar la ficha de su candidata sobre el tablero en el
último minuto –por no hacer el chiste fácil de minutos más tarde. Teresa
Rodríguez tiene el perfil público que le falta a Inma Nieto y ha sabido ser
protagonista en los dos encuentros televisados de esta campaña. Con una
camiseta de Federico García Lorca bajo la chaqueta –por suerte para el pobre
Federico, Olona estaba en la otra punta y además los candidatos tuvieron que
pasar por el detector de metales–, Teresa Rodríguez logró mostrarse como la
representante de la Andalucía que reivindica que no hay vínculo ni partido en
Madrid que defienda a esta tierra mejor de lo que se la defiende desde aquí.
Tras este último
debate, salvo sorpresa y a falta de que el último empujón de los líderes
estatales visitando Andalucía mueva algo la campaña, la suerte parece estar
echada. Si la izquierda sale a votar el próximo domingo llevando al 19J a una alta
participación, la película podría ser bastante diferente a la que auguran las
encuestas. No parece que vaya a suceder. La tormenta perfecta para que la
ultraderecha entre en el gobierno de Andalucía –un candidato poco ilusionante
en el PSOE y dos opciones de izquierda que llegan separadas y dispuestas a
perder escaños por el camino– parece estar produciéndose. Queda la esperanza,
me confesaba un amigo votante del PSOE, de que, si eso pasa, a Olona le den una
vicepresidencia a lo Castilla y León: buen sueldo y ninguna responsabilidad.
Tendría tiempo libre para conocer Andalucía.
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