4.000 ULTRAS CONTRA 1.000 MARICONES
Masculinidad tradicional y
nacionalismo se conjugan en Europa del Este para impulsar la homofobia
NURIA ALABAO
La policía escolta la primera marcha
del Orgullo en Bialystok (Polonia) en 2019, amenazada por una gran
contramanifestación.
En los últimos años en Europa hemos visto incrementarse el poder de la extrema derecha y de los fundamentalismos religiosos. En un artículo pasado hablábamos de cómo esto implica el aumento de las agresiones a activistas feministas y LGTBIQ, sobre todo en el Este. En esta región, la disolución de la URSS –1991– creó las condiciones para un renacer de los nacionalismos de preguerras: anticomunistas, antifeministas, autoritarios e incluso con rasgos directamente neofascistas. La consecuencia fue el aumento de la homofobia y los ataques y la violencia contra las personas LGTBIQ, como se concluye en la investigación Retando al futuro: ataques a la democracia en Europa y América Latina que he coordinado junto a Diana Granados y que ha sido impulsada por los fondos de mujeres Calala y Lunaria.
La llegada de
algunos de esos partidos ultras al poder –como Fidesz en Hungría o el Partido
Ley y Justicia (PiS) en Polonia– ha dado legitimidad y presencia pública a
discursos abiertamente homófobos. De hecho, en Polonia, estos temas han tenido
un papel relevante incluso en los últimos procesos electorales. Su presidente,
Andrzej Duda, declaró que “LGTB no es gente, es una ideología” aún más
destructiva ”que el comunismo” mientras hacía campaña para la reelección el año
pasado. Estos ataques se han vuelto habituales en los medios de comunicación en
estos países, lo que afecta a la vida cotidiana de las activistas
LGTBIQ/feministas que sufren también agresiones físicas, hostigamientos y
amenazas.
La llegada de
partidos ultras al poder –como Fidesz en Hungría o el Partido Ley y Justicia
(PiS) en Polonia– ha dado legitimidad y presencia pública a discursos
abiertamente homófobos
En este caldo de
cultivo están aumentado los delitos de odio y se aprueban nuevas leyes que
implican frenos o retrocesos. La reciente modificación de la constitución
húngara para imposibilitar el matrimonio homosexual, la adopción por parte de
parejas LGTBIQ –también prohibida en Polonia– o los derechos trans es uno de
los ejemplos más evidentes. Este mismo año también se han prohibido los
contenidos dirigidos a menores que “promuevan la homosexualidad”, para impedir
la educación sexual específicamente, aunque esta norma podría afectar a cualquier
contenido susceptible de llegar a los niños. En Rusia ya existe una ley “contra
la propaganda homosexual” del año 2013, aprobada por Putin para “de proteger a
los niños de la información que aboga por la negación de los valores familiares
tradicionales”.
En Polonia, por
ahora, se ha frenado una propuesta parecida que tenía el nombre “Stop
Pedofilia”, pero sus gobernantes no se quedan atrás en propuestas homófobas.
Desde el 2019, unos 100 municipios polacos se han declarado oficialmente “zonas
libres de LGTB”, con el objetivo de proteger a los niños y las familias de la
“propaganda homosexual” y la “degeneración moral”. Esto ha desatado una
confrontación en la UE, ya que la Comisión Europea ha amenazado con poner
trabas a los fondos de ayuda regional si no se respetaban los derechos LGTBIQ y
el gobierno polaco lo ha calificado de “terrorismo económico”.
Violencia ultra en la calle
Estas guerras
culturales de alta intensidad están alimentando un clima de violencia, en el
que los elementos ultraderechistas se envalentonan. En muchos países de la
región, es cada vez más complicado ejercer el derecho de manifestación. Cuando
se generan respuestas sociales por parte de la sociedad civil que implican
confrontar estos ataques, a menudo se utilizan los mecanismos estatales para
reprimirlas con dureza, o son las fuerzas de choque de la extrema derecha
–postfascistas o directamente neonazis– las que salen a la calle para asaltar
con violencia a las activistas, según el Fondo Feminista polaco.
Un ejemplo claro es
el de las manifestaciones del Orgullo o protestas públicas. Desde Bulgaria,
destacan que desde hace algunos años existe una campaña constante contra el
Orgullo de Sofía que además ha ido acompañada de ataques a las sedes de
activistas LGTBIQ –como la sucedida en el Rainbow Hub de la capital. De hecho,
como explica el Fondo Búlgaro de las Mujeres, todas las organizaciones
progresistas y de derechos humanos sufren campañas negativas en los medios,
ataques en las redes sociales y ataques personales.
Aunque en Rusia, o
en otros países como Ucrania, han tenido que enfrentar contramanifestaciones
ultras de forma habitual, hoy se extienden a lugares en los que no eran
habituales. En Polonia, en julio del 2019, la primera marcha por la igualdad
LGTBIQ de Białystok –de unos mil manifestantes– tuvo que ser protegida por un
cordón policial que les separaba de unos 4.000 hinchas ultras de fútbol de
ideología nacionalista. Estos grupos de extrema derecha, arrojaron piedras,
ladrillos y botellas de vidrio a la manifestación y agredieron a los
manifestantes. También gritaron cosas como: “Dios, honor y patria”, “Bialystok
libre de pervertidos” o “¡fuera maricones!” Esta manifestación supuso un punto
de inflexión en la historia reciente del país donde había habido delitos de
odio, pero no este tipo de violencia en protestas públicas, según Slava Melnyk,
de la Campaña Contra la Homofobia. Después de esta, se produjeron otros casos
de contramanifestaciones ultra, como la de Lublin –en septiembre– donde
participaron neonazis y se llegó a desactivar una bomba casera.
Evidentemente en
todos los países no se produce la misma intensidad de los ataques, aunque sí se
percibe un incremento a medida que el activismo homófobo conecta con el
conservadurismo social. Aunque en general las visiones conservadoras retroceden
entre los jóvenes y en una parte de la sociedad, otros segmentos se
radicalizan, de modo que se produce una polarización. Así, aunque la homofobia
tienda a disminuir, las confrontaciones públicas son más virulentas que antes
de la emergencia de las extremas derechas. En algunos de estos lugares se han
creado incluso nuevas organizaciones de tipo movimentista que luchan contra los
derechos las personas LGTBIQ+, como las ucranianas All Together! Public
Movement o movimientos como Love Against Homosexualism.
Aunque en general
las visiones conservadoras retroceden entre los jóvenes y en una parte de la
sociedad, otros segmentos se radicalizan, de modo que se produce una
polarización
Según indican las
encuestas, en Europa del Este hay una tendencia mayoritaria a mantener puntos
de vista tradicionales sobre las cuestiones sociales y los derechos de las
mujeres y LGTBIQ. La religión, además, es un componente importante de la
identidad nacional. (Esto no sucede en la República Checa, un país menos
conservador, ni en Letonia o Estonia, que son más laicos.) En la región, la
mayoría de los encuestados dice oponerse al matrimonio igualitario y la
homosexualidad es ampliamente rechazada. Lo más revelador de estos datos surge
cuando se cruzan con el nacionalismo, ya que existe una correlación entre
nacionalismo y puntos de vista conservadores sobre las normas de género y la
homosexualidad. A más nacionalismo, más conservadurismo. Por ejemplo, aquellos
que en perciben su cultura como superior son más propensos a decir que la
homosexualidad es inmoral, según esta encuesta del Pew Research Center.
Nacionalismo y religión la combinación ganadora
Este vínculo entre
nacionalismo y conservadurismo es un marco promovido desde el poder. Tanto el
presidente húngaro Viktor Orban, como Vladimir Putin, se han erigido en líderes
ideológicos y promotores de las iniciativas “profamilia” –es decir,
antiderechos–, contra la “tiranía” de Bruselas y lo que ellos identifican como
la corriente liberal occidental. De hecho, Rusia utiliza la promoción de los
valores conservadores y familiaristas como parte de su estrategia
intervencionista en la región y para recuperar influencia política frente a la
UE. El papel de las iglesias, ya sean católica u ortodoxa, también es relevante
en el aumento de la homofobia en la región. En el caso de Rusia, tras el fin de
la URSS, se produjo una alianza estratégica entre el Estado y la Iglesia
Ortodoxa como garante de los “valores tradicionales” frente a los “valores
occidentales”.
En el nacionalismo
ruso se identifica gay con “agente extranjero” en una especie de mímica
discursiva de lo que fue la obsesión estalinista en su búsqueda del enemigo
interior, el traidor supuestamente aliado al imperialismo estadounidense.
Recordemos la vieja acusación de “cosmopolita” y la consideración de la
homosexualidad como “un estilo de vida burgués y degenerado”. Hoy, un espejo
deformado de esta era transforma a las disidencias sexuales en aliados de la
Unión Europea, en una “perversión” importada que “no forma parte de las
tradiciones rusas” y que se opone a la soberanía nacional, en la versión
política de estas narrativas. Mientras que, siguiendo las fake news y el pánico
moral que acompaña a estas campañas, los homosexuales también son los
“pederastas que vienen a pervertir a nuestros niños”. Según el filósofo Igor
Kon, estas ideas han prendido fuertemente en una parte de la población
empobrecida y marginada por las consecuencias de la transición a la democracia
capitalista rusa.
A partir del
gobierno Putin, en los albores del milenio, la vieja homofobia rusa se reactivó
–durante el estalinismo estaba penada con trabajos forzados y la homosexualidad
no se despenalizó hasta la disolución de la URSS en el 93–. A mediados de los
2000, los activistas LGTBIQ empezaron a ser acosados por las autoridades
civiles y eclesiásticas, como explica aquí Igor Kon. La marcha del Orgullo
moscovita no solo lleva prohibida desde el 2006 sino que esta prohibición se ha
extendido cien años más, según la absurda norma en curso. Rusia también fue el
primer país en promulgar una la ley “contra la propaganda homosexual” en el
2013, con el propósito “de proteger a los niños de la información que niega los
valores familiares tradicionales”.
Hay un elemento que
parece crucial en el crecimiento de las agresiones, y es el auge de
organizaciones neofascistas que se inspiran en paradigmas militares. La
institución militar todavía tiene mucho peso en Rusia, y también el ideal
masculino que esta promueve, –¿o quizás le es consustancial?–. Lo gay puede
verse así como la amenaza que sobrevuela esta identidad masculina tradicional,
el exterior que define los límites de la hombría. Los ataques perpetrados a
personas gays afirman la masculinidad –somos hombres porque no somos gays ni
mujeres– y a la comunidad de varones –la fratría– que se reconoce como tal,
algo muy relacionado con la querencia a lo paramilitar de las organizaciones
neofascistas. Las mismas personas y organizaciones que predican el
tradicionalismo, la exclusividad étnica y religiosa, y el odio a los valores
democráticos se dedican a incitar deliberadamente la homofobia.
Los conflictos
militares abiertos en las fronteras rusas contribuyen a este caldo de cultivo.
De hecho, en Ucrania, segmentos del ejército, en este caso la unidad de
operaciones especiales Azov, se han convertido en agentes activos contra la
“ideología LGTB”, según el Fondo de las Mujeres ucraniano. En este país aporta
una especificidad a las narrativas antigénero, ya que en ellas se vincula
seguridad y cuestiones de género cuando se dice que “la familia fuerte es la
base de la seguridad nacional” o que las políticas de género suponen “una
amenaza para la seguridad nacional”. Solo se puede ser patriota en Ucrania
rechazando la homosexualidad. Este es el marco. Pero a pesar de todas las
amenazas, de las agresiones y el miedo, los y la activistas LGTBIQ continúan su
lucha.
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