QUE VIENE EL LOBO
DAVID
TORRES
Hace poco más de un
año, Ali Soufan advertía que el mayor peligro que veía ahora mismo en Occidente
es el auge de la ultraderecha, un término que personalmente no le gusta: él
prefiere hablar de "neonazis". Musulmán de origen libanés, Soufan era
uno de los pocos agentes del FBI que a mediados de los 90 no sólo estaba
empeñado en perseguir a Osama Bin Laden sino que alertó sobre los riesgos de
subestimar a Al Qaeda. Nadie le hizo mucho caso, ni tampoco a su jefe, John P. O'Neill, hasta
que sendos aviones de pasajeros se estrellaron contra las Torres Gemelas.
Incluso entonces, poco después del 11 de septiembre, criticó duramente la
deriva militarista de la política exterior estadounidense y la segunda invasión
de Irak, un desastre geoestratégico que no hizo más que desestabilizar por
completo Oriente Medio y echar más leña al fuego del terrorismo islámico.
Hoy día Soufan y
otros expertos en terrorismo internacional contemplan impotentes cómo se repite
la misma historia de "que viene el lobo", pero con la ultraderecha en
lugar del islamismo radical. En septiembre de 2019, Soufan declaró ante el
Comité de Seguridad Nacional del Congreso de EE UU que el corazón del
extremismo supremacista blanco estaba en Rusia y en Ucrania, y que era allí
mismo, en Ucrania, donde se estaba fraguando un campo de pruebas para futuros
actos terroristas así como alianzas entre grupos paramilitares rusos y
estadounidenses. Las estadísticas le han dado la razón, ya que en los últimos
cinco años el terrorismo de signo neonazi ha aumentado más de un 300% en todo
el mundo.
Lo más curioso, sin
embargo, no es sólo que los organismos pertinentes no hayan hecho mucho caso a
estos avisos, sino que la prensa internacional apenas ha prestado atención a
atentados de marcado talante xenófobo, como el sucedido en Hanau el pasado febrero,
que costó la vida a diez personas, o el desmantelamiento de una célula neonazi
que planeaba una ola de atentados contra mezquitas y centros islámicos en
Alemania, imitando la matanza de Christchurch, en Nueva Zelanda, donde murieron
más de medio centenar de musulmanes. De momento, por suerte, no a mucha gente
les suenan los nombres de Atomwaffen Division, Rise Above Movement, la Legión
Imperial o el Batallón Azvov. Mejor seguir pensando que son bandas de black
metal.
Sin salir de
Alemania, el pasado mayo saltó la noticia de la detención de un miembro del
KSK, las Fuerzas Especiales del Ejército, que escondía un arsenal de armas,
explosivos y municiones en un jardín de su casa, además de banderas y artículos
de propaganda nazi. Era el último de una serie de escándalos relacionados con
este grupo de élite de las fuerzas armadas alemanas, que incluían robo de
material del ejército y proyectos de atentados terroristas contra destacados
dirigentes políticos. Este mismo martes, la ministra germana de Defensa,
Annegret Kramp-Karrembauer, anunció un plan de medidas para combatir el
extremismo de derechas en el KSK, una de las cuales consiste en la disolución
de una de las dos compañías en activo, es decir, la mitad de los efectivos de
las Fuerzas Especiales.
A finales de 2014,
algunos oficiales del Ejército de Tierra español alertaron de la existencia de
grupúsculos de ideología ultraderechista entre sus filas mientras Rubalcaba
recordaba (en relación al bestial asesinato en 2007 de Carlos Palomino en el
metro de Madrid a manos de Josué Estébanez, un joven soldado) la cantidad de
neonazis que aún vestían uniforme y la necesidad de una limpieza a fondo. Sin
embargo, hemos visto suficientes ejemplos de parafernalia franquista y fascista
entre miembros de la policía y las fuerzas armadas como para ir poniendo las
barbas a remojar. Sin ir más lejos, el autor de la parodia de ejecución a tiro
limpio contra el presidente Sánchez y diversos miembros del Ejecutivo resultó
ser un ex militar. Josué Estébanez, el asesino de Carlos Palomino, es
idolatrado hoy por grupos neonazis de todo el mundo y Brenton Tarrant, el
genocida de Nueva Zelanda, escribió su nombre en el fusil a modo de invocación
antes de la matanza en Christchurch. No dirán que no estábamos advertidos.
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