ISLA CHICA, INFIERNO GRANDE
ANA SHARIFE
Desde el mismo
instante en que te acomodas para ver Hierro, se vuelve imposible despegar la
mirada de la pantalla. En la construcción de la atmósfera los paisajes te
envuelven, los acantilados de basalto negro –tan negro como la más oscura de
las noches– anuncian el peligro que se avecina. El viento de las cumbres y las
verticales volcánicas están tan presentes que abunda más el plano inclinado que
el horizontal, las tomas desde el cielo y sus costas indomables reflejan el
aislamiento en el que se encuentran los isleños, clave fundamental a lo largo
de la trama. La serie presenta sin duda una imagen de la cinematográficamente
desconocida isla canaria, que ya de por sí exige altura de belleza.
Bajo la dirección
del gallego Jorge Coria (ganador del Goya al Mejor Montaje por El Desconocido,
en 2016), y guion a varias manos (Alfonso Blanco, Pepe Coira, Coral Cruz,
Araceli Gonda) estamos ante un thriller dramático que profundiza en la compleja
idiosincrasia de los herreños. En Hierro todos sus habitantes parecen estar
desterrados en su propia isla. Una isla remota que todo lo sabe, todo lo ve,
que parece apropiarse de las almas y voluntades de unas gentes que no eligen su
amor, su odio, sus miedos.
La trama va así.
Candela Montes (Candela Peña) es una jueza que ha sido desterrada como
“castigo” al lugar más remoto del país, El Hierro, por su comportamiento “poco
ortodoxo”, y son los propios habitantes de la isla los que parecen vigilar sus
movimientos, como ya lo hacían en los siglos XIX y XX con los políticos,
militares y liberales caídos en desgracia, aislados en una isla remota. Nada
más llegar, la jueza tiene que lidiar con un oscuro caso: un joven, Fran (Alex
Zacharias), ha sido asesinado y el primer sospechoso es un exconvicto y turbio
empresario (Darío Grandinetti) y padre de la novia.
Candela Montes,
madre soltera con un hijo con parálisis cerebral, lleva todo el peso de la
película (y del mundo, en general). Ella es Hierro. La rectitud del personaje
se alterna con la fragilidad de una madre sola con sus miedos naturales, a la
que todo resulta el doble de duro. La jueza ejerce en una isla que le es
hostil, cuyas costumbres desconoce y escapan a su comprensión. Sin embargo,
desde el comienzo, se forja un paralelismo, un tira y afloja entre los dos
personajes centrales y, aunque antagónicos, tan parecidos. Por un lado, el gran
Darío Grandinetti (un Emmy) está soberbio cada vez que aparece en un plano, y
la cautivadora Candela Peña, ganadora de tres premios Goya, la nueva reina
midas del cine, debería saber que la isla sí la quiere. El trabajo
interpretativo de ambos, expuestos y naturales, resulta asombroso,
hipnotizador. [En Canarias no se habla de otra cosa].
La serie, dividida
en ocho capítulos de 50 minutos de duración, lleva una progresión admirable.
Posee una buena estructura y un buen argumento, pero la intriga y la
complejidad de los personajes, así como sus intervenciones cuidadosamente
medidas para dosificar el suspense son los ingredientes que mantienen que el
interés por la serie no se pierda en ningún momento. Los mínimos sonidos del
film (banda sonora creada por Mordem de Elba Fernández) estremecen y alternan
con el silencio de la naturaleza y el mutismo natural de los personajes.
Un llanto
desgarrador rompe la caída de la tarde. Son pardelas cenicientas que vienen del
mar, volando a ciegas. Las conoce Mónica López (Reyes), un personaje al que se
ama nada más aparece en pantalla. Sobresale en el papel de policía local de la
isla. La jueza observa que tiene empatía con los habitantes, así que la
incorpora a la investigación para que la ayude de enlace. La complicidad entre
ambas adquiere momentos mágicos. Juan Carlos Vellido (sargento Morata) es un
actor sólido vocal y físicamente superdotado que eleva el nivel interpretativo
de la serie. En su papel como responsable de la policía judicial en la isla es
el tercer gran soporte de la película junto con Peña y Grandinetti.
El resto del
reparto son actores de origen canario, a los que se les respeta su dulce acento,
sus modismos en el habla, sus peculiares giros. Las breves apariciones de
Antonia San Juan, la controladora y mala malísima Samir, agitan la trama.
Excelente interpretación como viuda de un narcotraficante libanés asesinado por
un ajuste de cuentas, que continúa con el oficio en acuerdo con Grandinetti
para la distribución de la mercancía.
En Mari Carmen
Sánchez (Asunción), la abuela del fallecido, confluyen todos los misterios de
la ínsula. Su silencio, la visión de su rostro, el cuerpo cansado y dolorido
representa a la sabina de El Hierro, postrada ante el suelo por la acción de
los vientos alisios como alegoría de la existencia. Su presencia amansa, al
igual que por la mirada de Marga Arnau (la altiva secretaría judicial Ángela)
pasa el cielo entero. Una condena que ambas aceptan con amor y
resignación.
Luifer Rodríguez
(Bernardo) da vida al abogado del principal sospechoso, en una interpretación
de letrado “zorrocloco”, prudente y honesto, cuya naturalidad actoral, junto a
su inteligencia y astuto sentido del humor isleño hacen que su trabajo sea tan
fresco. Su personaje resume sobre sus hombros esa frase popular “isla pequeña,
infierno grande”. Cristóbal Pinto (Tomás) es un buen actor. Interpreta a un
tipo hombre duro que cuando se desnuda emocionalmente revela todo su enorme
potencial. Yaiza Guimaré vuelca de forma controlada de dentro hacia fuera su
sufrimiento, y está extraordinaria en el papel de la madre de la novia y esposa
infeliz de Grandinetti.
La serie refleja
cómo todo aquel personaje cercano a la víctima se siente culpable de algo, lo
que le proporciona a la película una carga mayor de drama y desesperación.
Jóvenes que, además, se mueven por los abismos con la misma soltura que el
ganado y los pastores. La bella Kimberley Tell (la novia) hace un buen trabajo
en la serie al soportar gran parte de todo el peso emocional. Saulo Trujillo
(el hijo del panadero) borda su primer trabajo en la pantalla. Pasa por varios
registros a lo largo de la serie y los defiende muy bien. Su personaje es
ejemplo de un mundo en el que incluso los seres más desgraciados pueden
considerarse afortunados si no se meten en problemas.
Tania Santana
(cuidadora del hijo de la jueza) se come la pantalla, su interpretación es muy
buena. Una actriz con una gran proyección de futuro. Maykol Hernández demuestra
de nuevo que es un actor creíble tanto sobre el escenario como ante una
pantalla. Isaac B. Dos Santos (Yeray) interpreta a un personaje difícil, un
joven atormentado. El actor se desarrolla, crece y evoluciona a lo largo de la
serie, tiene momentos de rencor y de piedad. Su papel refleja la peculiar
personalidad del isleño que huye de los problemas, que desconfía por naturaleza
y desaparece en mitad de una conversación (su naturaleza volcánica), pero es
amable y acogedor como como el mar.
Chicho Castillo (el
panadero malhumorado) apenas aparece en escena, pero cuando lo hace escupe su
amarga existencia. Como él, hay una serie de actores secundarios (los matones,
los policías o los testigos) cuyas intervenciones son puntuales y buenas.
Mención especial al pequeño de la serie, Ángel Casanova (Nico), el hijo de la
jueza. A pesar de su parálisis el jovencísimo actor interactúa, sonríe, muestra
seriedad, diversión o serenidad cada vez que la toma lo requiere.
Sentado una noche
de cielo estrellado mientras el runrún del oleaje amansaba el espíritu, al
productor ejecutivo, Alfonso Blanco (Fosco) le advirtieron de la Bajada en
honor a la Virgen de los Reyes y decidió incluirla al descubrir cómo se
paralizaba toda la isla y que los emigrados regresaban para formar parte del
evento de extraña y mistérica belleza. (Mínimo spoiler: durante la romería no
trabaja ni Dios, para sorpresa de la jueza peninsular).
Nadie sabe qué
pasará con ellos y ese será el suspense que mantenga sujeto al espectador en la
historia, motivo para consumir su anunciada segunda parte. Porque habrá segunda
parte, ¿verdad?
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