LA DECENCIA NO CADUCA A
LOS OCHO AÑOS
JUAN CARLOS ESCUDIER
La
propuesta de Ciudadanos de limitar los mandatos del presidente del Gobierno
para que sólo pueda desempeñar el cargo durante ochos –o más si deja
transcurrir otros cuatro para volver a intentarlo- se ha presentado como una
medida de regeneración de la vida pública, una suerte de vacuna que impediría
que alguien se eternice en el sillón y ello le lleve a “incurrir en
arbitrariedades e, incluso, en autoritarismo”. Teme Rivera, al parecer, que a
Rajoy se le ponga cara de Balaguer, que ciego y con 90 años ganaba las
elecciones en la República Dominicana con lemas de campaña de este porte:
“Mientras Balaguer respire, que nadie aspire”.
La
iniciativa parte de la premisa de que la decencia caduca, y la exposición
prolongada a las tentaciones que se suponen aparejadas al ejercicio de la
jefatura del Gobierno terminan por hacer sucumbir a sus inquilinos en el
desenfreno, la codicia y el despotismo. El espíritu está dispuesto pero la
carne es débil, que decía la Biblia, aunque en este caso las oraciones no
sirvan y sea necesario un empujón adicional hacia la salida de emergencia que
reprima la metamorfosis del hombre en lobo en las noches de luna llena.
Prevenir
por ley que el doctor Jekyll no se convierta en Hyde a partir de los ocho años
en el mandito deja en muy mal lugar a los electores, a los que se les considera
incapaces de distinguir el trigo de la paja y por eso hay que facilitarles la
vida y alejarles del peligro. Y también a los partidos, que jamás moverían un
dedo contra quien puede asegurarles el rancho de manera indefinida aunque el
líder haga papiroflexia con la ideología y, a mayores, se dedique pasado el
tiempo a poner mercerías a su cuadrilla de amigotes.
Haría
bien Rivera en advertir a muchas democracias europeas que, en su inconsciencia,
están degenerando al permitir que sus mandatarios puedan ser reelegidos
indefinidamente, tal es el caso de Alemania, Reino Unido, Italia, Suecia,
Dinamarca, Bélgica, Holanda y Portugal. O incluso Francia, donde la limitación
sólo afecta al presidente de la República pero no al primer ministro. Por pura
solidaridad europea, nuestro Macron debe avisarles de que están jugando con
fuego.
Lo
que no se comprende es que la cortapisa temporal se limite al presidente y no
al jefe del Estado, salvo que se estime que la sangre azul incorpora
anticuerpos especiales contra la corrupción y el caciquismo. Lo coherente, por
tanto, sería programar las abdicaciones y establecer turnos estrictos a la hora
de ceñir la corona, lo que en cierta medida democratizaría la institución
porque hasta Froilán podría aspirar en algún momento a tumbarse con los zapatos
puestos en el sofá de la Zarzuela.
Es
verdad que el poder envilece pero las democracias ya incorporan como principal
medida de higiene la posibilidad de remover en cada elección a los corruptos.
La ciudadanía no necesita salvaguardas mayores que su derecho al voto, y si se
considera que ese ejercicio está condicionado lo que se necesita no es
regenerar la presidencia sino al sistema en su conjunto. Puede que la
regeneración sea lenta y haya que establecer prioridades, pero el bochorno de
que Rajoy mantenga sus siestas en la Moncloa no es mayor que el que produce la
subordinación al poder político de la Justicia y de los órganos reguladores,
que es donde se halla el origen de nuestros males y por donde habría que
empezar.
Dicho
esto, resulta inexplicable la obstinación del PP en incumplir su acuerdo con
Ciudadanos, más aún tratándose de una alternativa que ha contado históricamente
con su patrocinio desde que Aznar popularizara la sucesión digital. Ya en 2007
el PP prometió que si Rajoy ganaba algún día las elecciones limitaría a ocho
años su permanencia en el poder y pidió a Zapatero, entonces presidente, que
hiciera lo mismo. Es una constante histórica que la preocupación por la
regeneración sea inmensamente mayor entre quienes habitan en la oposición.
Regía
entonces la misma Constitución que ahora se esgrime para que siga habiendo
“Rajoy para rato”, con el argumento de que una medida semejante exigiría un
cambio de su articulado, algo muy inconveniente, según se dice, en los momentos
actuales. En cualquier caso y para salir de dudas bastaría con solicitar un
dictamen al Consejo de Estado que determinara si es preciso modificar la
Constitución o basta con retocar la ley del Gobierno como sostienen los de
Rivera. ¿Que quién lo ha pedido? Nadie, por supuesto.
El
asunto es que ni siquiera esta reforma legislativa, para la que sería necesaria
el apoyo del PSOE y de Podemos, aseguraría la devolución a los corrales de
Rajoy por manso, ya que sólo le sería de aplicación en el supuesto de que
agotara la legislatura y no adelantara los comicios. O sea, ninguna nuez para
tanto ruido. A los malos gobernantes hay que darles el pasaporte en las urnas
para evitarles otra tentación, la de volver. Y si no se consigue es que tenemos
un problema que ni Houston puede resolver.
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